lunes, 26 de marzo de 2018

Victorino del Cuvillo tomaba antigüedad en las Ventas

Quizá las vacas de las Tiesas ya dejaron de parir casta, para ahora traer toreabilidad, docilidad, escasa picabibilidad y mínima castabilidad.

Había expectación por la primera de la temporada, la que habría, un año más, las puertas de Madrid. Un cartel que podría considerarse con cierto atractivo para el aficionado y en el que se encontró con imprevisto que no podía imaginar. El primero de ellos y no menos notable, fue el hecho nada esperado, de que en ese supuesto homenaje de la afición madrileña al ganadero Victorino Martín Andrés, tomara antigüedad el engendro ganadero de Victorino del Cuvillo o Victorigrande, Victorino del Río, Victorcurrucén o Victoriduendo, llámenla cómo prefieran. Hasta los más jóvenes ávidos de toros veían que no veían los esperados Victorinos y exclamaban que aquello ya nada tenía de Albaserrada; hace mucho que ya nada le queda de Albaserrada. Un toro que no soporta el primer tercio, a no ser que derribe y entonces el de aúpa le quiera hacer pagar su afrenta; un toro que arrastrándose, sin fuerzas, va y viene a paso de burra tullida, que permite, al que sepa y se olvide de que es un Victorino, hasta ponerse bonito. Quizá no eran tan bobones como los borreguitos del monoencaste, pero tampoco nos pongamos exquisitos, démosle tiempo al tiempo. Que Núñez del Cuvillo, Zalduendo o Daniel Ruiz no se hicieron en una hora.

Pero no todos estaban dispuestos a olvidarse de la leyenda y plantar los pies en la arena ante aquello animalitos y si no, fijémonos en el Cid, que ya lleva años bastante bajo, pero que demostró que siempre se puede caer más y más. Abrió el curso un cárdeno ovacionado nada más salir, pero que inmediatamente fue protestado por una más que evidente cornada en la culata y que le impedía apoyar la pata izquierda en condiciones. El señor presidente manifestó que le aseguraron que era una nadería, más escandalosa por la sangre, que por el daño real, pero luego no se aguantaba en pie. ¿La cornada? ¿La flojedad? ¿Una mezcla? El caso es que fue topar con el peto y ¡catapum!, al suelo. Ni podía empujar en el caballo, que no empujaba, si acaso derrotaba, ni seguir las telas que insistentemente le ofrecía el Cid, que se tenía guardada una estocada que en otros momentos tanto necesitó. Su segundo, escaso de energías, ya le pareció un mundo desde el primer momento. Tuvo que darse la vuelta con el capote y ceder terreno hacia los medios. Sin castigo, hizo sonar el estribo como si fueran las campanas de Toledo. Demasiado capotazo y el de Victorino a ver si se mantenía en pie, lo que ya le suponía bastante. Muletazos despaciosos acompañando al ritmo del mortecino cárdeno, tirando con el pico de la muleta y aún así, viéndose el sevillano desbordado y cansando al personal, aunque todavía había quién le jaleaba los medios pases. Había ganas de fiesta. Mal con la espada, tomo el descabello y por insistir en un golpe, salió este despedido hacía la barrera, afortunadamente sin consecuencias. El Cid ya lleva años en horas bajas, pero si nos atenemos a lo visto, aún se puede estar peor. Una lástima.

A Pepe Moral, por el momento, siempre apetece verle, pero visto lo visto, quizá será mejor cuándo se acabe de asentar. Más bien parece querer provocar una tensión que el toro no genera, al menos en la tarde de los Victorinos. Demasiado mantazo de recibo a un toro que también cabeceó en el peto, antes de derrumbarse en la arena. Tardeó demasiado para el segundo encuentro, que no fue más que un amago de huída, para volver al caballo sin colocar y después marcharse suelto. Ya se quedó parado para el segundo tercio y en la faena de muleta se vencía por el pitón derecho, mientras el matador citaba adelantando la pierna antes del cite y dando un respingo para atrás en cuanto se le arrancaba. Se mostró más inseguro con la izquierda, terminando con un bochornoso metisaca que hizo que todo el mundo se preguntara si la espada pudo haber hecho guardia o no. En el quinto, su segundo, otro escurrido, necesitado de pienso, como toda la corrida, tuvo Moral que aguantar los tornillazos iniciales con un no óptimo manejo del capote. En el caballo se le pegó fuera de las normas que exige la modernidad. En la primera vara poco menos que lo tiró contra el caballo y en la segunda fue el palo en busca del toro, que derrotaba con desesperación al notar la puya. Lo intentó el matador por uno y otro pitón, sin acabar de encontrarse, trallazos, pico, viento, enganchones, carreras, respingos y vulgaridad. Quizá fue el más complicado del encierro y quizá por eso mismo requería algo más que trapazos a media altura. Ahora a ver si Pepe Moral sigue despertando interés entre el aficionado.

Fortes fue quién hizo lo más destacado de la tarde, no cabe duda, pero claro, de ahí a ponerles una plaza o una calle hay un trecho muy, muy grande. Ya se adivinó la predisposición del respetable al jalearle unas verónicas de recibo más que discretas. En el tercio de varas este tercero empezó tirando derrotes como un demente al notar el palo, para apenas señalarle el puyazo. Un segundo encuentro con un picotazo señalado en buen sitio. Fortes solicitó el cambio, pero el usía quería ver al toro una vez más en el caballo. Estupendo, todos querríamos ver tres entradas al caballo, todos los días y en todos los toros, pero si el matador solicita el cambio, no hay otra, así de mal hecho está el reglamento. Que lo mismo el señor presidente quería ver de nuevo al toro tirando cornadas al peto, que es muy dueño. Ya parado en banderillas, esperando por el derecho un poco, mejor por el izquierdo, permitió a Carretero dejar dos pares con decoro, que el personal le premió como si fuera el par de Pamplona de Gaona. Que estaba animado el gentío. Comenzó Fortes con la diestra, con el piquito, largando tela y echando al animal hacia afuera. Muletazos con enganchones y sin rematar en ningún caso, siempre aprovechando el viaje del toro que se desplazaba a la velocidad que le permitía su flojera, nada que ver con eso de parar, que igual implicaba torear y no acompañar. Cambió a la zocata y alcanzó lo más lucido de la faena y de la tarde, según venía, se lo daba, volvía y allí estaba el matador para darle otro. Bonitos, lucidos, no rematados y sin ofrecer con nitidez la panza de la pañosa. Tras una entera caída, paseó una oreja, que parecía por momentos tan valiosa como las otros tiempos cuándo se anunciaba en los carteles la afamada ganadería de Victorino Martín. El sexto era feo y rasposo, pero el objetivo era la segunda oreja y salir por la Puerta de Madrid, aunque fuera a cuestas. Entró al caballo de mala forma, haciendo que el pica midiera el suelo con sus lomos. Y luego, pasa lo que pasa, que de nuevo encabalgado, el de aúpa se cobró la afrenta del derribo sobre los lomos del toro. Carretero intentaba mostrar el camino capoteando por abajo y queriendo conducir las embestidas. Decidido Fortes al triunfo, tomó la muleta con la izquierda y comenzó con naturales jaleados, intercalados de continuas carreras para recuperar el sitio. Uno y carrerita, otro y carrerita, otro y… ya saben, ¿no? Cambió de pitón y siempre al hilo del pitón, acabó tomando aires de plaza más benévola que lo que debería ser aconsejable para Madrid. Pero daba lo mismo, ya se veía el puesto de los helados junto al metro desde el ruedo, los costaleros dispuestos a cargar con la imagen del divino maestro, cuándo se desbarató todo por la espada. Pero bueno, otra vez será. Los hubo feliz, los hubo menos feliz y hasta algún incrédulo que no llegaba a entender tal dislate. Eso sí, don Victorino Martín, hijo, se fue encantado de si mismo, de la corrida que había echado y afirmando que había echado el toro de la temporada. Pues nada, viva la felicidad, porque no olvidemos que fue la tarde en que Victorino del Cuvillo tomaba antigüedad en las Ventas.

Enlace programa Tendido de Sol del 25 de marzo de 2018:

miércoles, 21 de marzo de 2018

Ponce no necesita del entusiasmo hooligan


Se veían los toros venir a lo lejos, pero no se detuvieron en Valencia, pasaron de largo, otra vez

Acabada la feria de Fallas, dependiendo de lo que se escuche y se lea, parece que ha sido un serial que en casi su totalidad se ha celebrado a plaza partida, emulando a esa modalidad que últimamente solo se ha podido disfrutar en el Puerto de Santa María. Una plaza, dividida a la mitad por una barrera con un burladero a la mitad y un toro, un torero y sus respectivas cuadrillas a cada lado de las tablas. ¿Habrá impuesto el señor Casas tal modalidad para la feria valenciana? ¿Será un paso más en esas producciones artísticas del empresario galo? Pues parece que sí.

Que uno pone la tele y los señores comentaristas están viendo de las tablas para un lado, la mitad soleada, todo glorias y parabienes, magisterio de cualquiera que calce medias rosas, extraordinaria bondad de todo aquello que tenga apariencia de bóvido, aunque más bien se maneje cómo un borrego cuyo mayor logro es mantenerse en pie, todo ello amalgamado por el entusiasmo de un público ferial, verbenero y que no porque le roben la cartera, pero que enfurece cómo un tigre enjaulado si le niegan un pirulí; vamos, que tragan el fraude en su máxima expresión, un espectáculo muy alejado de lo que siempre se ha entendido como fiesta de los toros, pero se rebelan y amotinan cuándo se le niega una oreja al ídolo local.

Pero el inconveniente de eso de las plazas partidas es que nadie asegura que lo excelso de un lado se proyecte sobre el otro, en este caso, sobre el que está y ve el aficionado, cubierto de una penumbra impenetrable que se lleva por delante toda posible esperanza de verdad y autenticidad. Una profunda umbría esperando que un rayo de luz rompa el fraude en dos. Pero esto no pasa todos los días, ¿qué digo? Ni todos los meses, pero basta que se produzca el prodigio, que como en el origen de los tiempos, un hágase la luz es suficiente para descubrir los trucos, las trampas y ese débil atrezzo sobre el que se sustenta el toreo actual. Parece que una tanda de Antonio Ferrera ha dejado al descubierto ese entramado de grapas, tableros sobrepuestos pintados de colores brillantes por un lado y sin tan siquiera lijar por el otro. Dicen los de aquella mitad de la plaza que bastó un torillo que medio aguantaba en pie para descubrir a esos mercaderes de humo. Que es lo que tiene el comercias con el humo, que se te mete en los ojos, te empiezan a llorar sin control, se te pega en la garganta y casi cuesta respirar y así es como en la mitad negra de la plaza partida, cualquier brillo de los cristales del toreo roto o el aliento en la cara del mismo Satanás hace creer al cegado y asfixiado que ha visto y respirado la frescura del toro y la vitalidad del toro.

Quizá sea ya tarde, pues parece que por ley natural la noche vence a la tarde, oculta el sol y cada vez va quedando menos sitio y menos aficionados en esa parte luminosa y esperanzadora. Mientras, como faroleros del hampa taurino, los de los micrófonos y algunos “maestros” se ocupan de ir apagando luces y sofocando ilusiones. Y ahí están los señores de la televisión, y la señora recién incorporada, desplegando todas sus artimañas pretendiendo cambiar la realidad, justificando y generando coartadas a esta banda de aves de mal agüero. Y en estas que para que no falte nada, salta a la arena el príncipe, el rey de la trampa, un tal Ponce, sobrado de soberbia, que se cree el inventor, el reinventor y el que lo fundó, que no admite quién le contraríe, so pena de que este le lance rayos vengativos emponzoñados de su soberbia, su infinita soberbia. Él es el más grande, él es el único, el es juez y parte, él decide quién sí y quién no, cuándo y dónde, porque es sencillamente, él. No necesita seguidores, ni tan siquiera paisanos que le sigan, porque él se basta y se sobra para cantar sus loas al cielo y a su persona. Nadie cómo él. ¿Cómo sería si realmente toreara y venciera con verdad al toro? Igual no necesitaría halagadores de palo, igual habría tortas para seguir a un torero de verdad, servidor el primero. Pero, de momento,  solo nos queda esperar que igual que la noche venció a la tarde, la mañana derrote a la madrugada. Mientras tanto creo que nadie dudará que por el momento y más en Valencia, Ponce no necesita del entusiasmo hooligan.

Enlace programa Tendido de Sol del 18 de marzo de 2018:

martes, 13 de marzo de 2018

Un San Isidro diferente


Si es que ya no se ve toreo ni en los carteles de toros

Tranquilos, no quiero confundirles así, de salida, no quiero decir que el próximo San Isidro recientemente anunciado sea diferente, nada más lejos de la realidad, porque es una copia, salvo mínimas excepciones, de lo del año anterior y el anterior y el anterior y el anterior y muchos anteriores más. Es lo de las figuritas con los mismos toros, casi clonados de un curso para otro y que seguirán estando la temporada que siga y todas las que vayan después, mientras ellos no se cansen, que con tanta comodidad no se cansan; es lo los de relleno que habitan al amparo de una casa o personaje poderoso y que nos los podemos encontrar en casi cualquier cartel y que en algunos casos se les lleva aguantando desde hace demasiado y que hasta justifican su presencia echando mano de la estadística, algo tan taurino y tan propio de las artes, como la numerología, donde figuran orejas cortadas, sin atender al verbeneo imperante en también demasiadas tardes feriadas y también dependiendo que si se portan bien con el amo, mientras no saquen los pies del tiesto, seguirán apareciendo, no hasta que ellos quieran, como los otros, sino hasta que el amo se aburra de ellos. Así que para que esto no ocurra, a agachar la cerviz y a postrarse ante la superioridad. Y luego, como remate, los desheredados, los dejados de la mano de Dios, que se ven obligados a tragar con lo que no quiere nadie, que para eso son los parias del toreo. Eso sí, a no ser que estén cómo el Espartero en Sevilla, o mejor, se caerán de futuros carteles con una brisita que casi ni las hojas movería. Que de matrícula cum laude para arriba; si no, cualquier otra cosa que hagan se considerará como escasez de mérito para renovar la confianza en su quehacer taurino. Y como mucho, pueden repetir mientras no haya otro que se preste a tragar quina a cucharones y encima a precios muy económicos.

Lo del ganado tampoco ofrece demasiadas variantes. Por un lado, los que viajan debajo del brazo de los figuras, lo que asegura que, fracasados año tras año, incapaces de juntar una corrida completa y decente, año tras año, y que no echen más que animalejos aborregados, fofos y descastados, tengan asegurada al menos una corrida para Madrid, sino dos o más. Si no,  que le pregunten a Núñez del Cuvillo, que les podrá desarrollar toda una tesis de cómo no faltar un año tras la vergüenza del anterior. ¿Que le tengo manía? Pues hombre, viendo el daño que le está haciendo a la fiesta y que encima me lo pretende explicar fundamentadamente, pues no es que sea mi ideal como compañero de sobremesa. Y luego, en la banda contraria, los que hacen tilín al aficionado, que no siempre son alimañas devoradoras de toreros, lo que ocurre es que como estas no las matan las figuras, directamente las metemos en el cajón de eso que muchos llaman toristas y a veces hasta les ponen esa “linda” etiqueta de los “encastes minoritarios”, que en mala hora se le ocurrió a quien fuera tal calificativo; si con decir ganaderías de toros bravos debería bastar, ¿no?

Los aficionados ya están más que hartos de este panorama que se viene repitiendo desde hace años y en su afán por querer que esto cambie, plantean mil y una fórmulas, todas ellas admisibles. Pero para que esto, el cambio, se pueda dar, hace falta que se cumplan una serie de condiciones. La primera sería que los toreros tuvieran torería, que no es el contonearse elegantemente como una rancia debutanta de los más rancios bailes de sociedad. Esa torería es el orgullo de sentirse matador de toros, el querer ser más que ninguno y, en caso de duda, retar a quien sea en el ruedo y con una corrida de toros. O sea, lo que ahora suena a imposible. Además, haría falta un aficionado que no se conformara, ni asumiera dogmas inventados interesadamente por los taurinos, como que ciertos toros, esos de las ganaderías duras, no embisten y que para hacer arte, como si hubiera alguno capaz de ello, necesitan un toro a modo, cuando no eso de que las figuras ya no están para ponerse delante de estos u otros toros. Ya saben, esos con los que igual un día amagan anunciarse y que a la mínima se borran sin dudarlo. También vendría bien que los señores empresarios y ganaderos impusieran su criterio y obligaran a torear a todos, todo. Y como cierre, una prensa no cómplice, ni aprovechada de la estela de las figuras y que simplemente dijera lo que hay. Que ya puestos a inventar coartadas, hasta parece un éxito el que te echen un toro al corral. Pero que ni se sonrojan oiga, que te lo sueltan tan convencidos de la vida.

Si queremos que esto sea diferente, igual valdría con que la empresa comprara las ganaderías que considerara oportunas, siempre teniendo en cuenta los méritos o deméritos de años precedentes, el estado que muestran en otras plazas y atendiendo a las demandas y gustos del aficionado, en este caso, los de la plaza de Madrid, porque no hablamos de ninguna otra parte, por muchos autobuses que acudan a la capital de todas partes de España. Luego sería juntarse con los toreros, siempre en orden a logros de otros años en esa plaza y de acuerdo a los gustos del personal que paga su entrada y ya en faena, dejarles elegir dos corridas y obligarles a otras dos. Que no digo que todo sea imposición, pero sí la mitad. Y no que asomen una tarde o dos, a lo sumo, para cubrir el expediente, que si son figuras, que hagan el paseíllo tres o cuatro veces, que no pasa nada, que igual, hasta les hacen precio en el hotel o si quieren, que se hospeden en un colegio mayor, si les da la gana, pero que vengan no a cumplir, sino a destacar. Y que no sea solo ver a la troupe de las diademas doradas, las figuras elitistas de la “tauromaquia”, cómo ellos dicen, que tengan que alternar con quién se ponga, lo mismo con los uñas negras que tiran bocados para escalar posiciones, que con los que no se ajuntan porque un día se miraron mal, que con los jóvenes que quieren ser en esto del toro. Que no me digan que la cosa es tan complicada, que solo hace falta un poquito de voluntad, ¿verdad? Y lo mismo así, de verdad y de una vez por todas, podríamos hablar de un San Isidro diferente.

Enlace programa Tendido de Sol del 11 de marzo de 2018:

martes, 6 de marzo de 2018

Tauromaquias Integradas, que no íntegras


El toreo es el toreo y todo lo que le queramos quitar no es otra cosa que vaciarlo de contenido y esencia

Que ahora resulta que los aficionados somos unos acomplejados y unos pesimistas. ¡Toma y dale! Pues nada, a hacer cola en los psicólogos, que se vayan preparando para hacer horas extras, a ver si son capaces de arreglarnos el caletre. Y ya puestos a hacer colas, pues hagámoslas en las mercerías y papelerías del barrio, que entre velero y chinchetas nos vamos a dejar un capitalito. Que ya ni las divisas portarán arponcillos, así que las banderillas, puyas y estoques, imaginemos. Pero que no se piensen que uno así de repente ha perdido el sentido y se ha puesto a soltar necedades; que sí, que he perdido el sentido, pero después de escuchar los argumentos de don José Miguel Arroyo, “Joselito”, matador de toros, y de don Enrique Martín Arranz, matarife de una fiesta que ya dejó de existir y que ya parece irrecuperable.

Ahora resulta que hay que quitar la sangre innecesaria de la fiesta. Completamente de acuerdo, aunque creo que no coincidimos en el punto de vista. La cuestión no es modificar banderillas, puyas, estoques o divisas; quizá el quiz esté en que los malos profesionales, los pincha uvas, los matarifes a caballo o los que las ponen de una en una y no encuentran toro ni aunque se lo envasen al vacío se dediquen a otra cosa, por mucha ilusión que puedan tener. Que ahora parece que la ilusión todo lo suple, que se puede ser un desastre taurino vestido de alamares, pero cómo tiene ilusión… Ilusión y un ponedor que lo soporte, claro. Que a mí me gustaría saber si con el toro de hace dos décadas, tampoco hay irse más allá, andarían los taurinos con estos juegos florales. Aunque igual bastaría no con mirar al calendario y sí con cambiar de hierros, que no creo yo que a un Escolar, Rehuelga, Saltillo, Cuadri y alguno más le pongan la puya retráctil, quizá inventen la puya expansiva y giratoria como una broca para granito, mármol y acero fundido, todo junto en revoltijo paradigmático de la dureza y del ímpetu barrenador que guía a los picas desalmados y sin afición.

Parece claro que la cuestión no es tal cómo nos la cuentan, sino continuar avanzando en ese camino de acomodar todo a las exigencias, negligencias, carencias e incapacidades de las figuritas de turno, por supuesto que profundizando en esa ya insostenible degradación del toro comercial, quizá pasando del medio toro a un cuarto o menos. Perdónenme ustedes, pero voy a hacer una afirmación que quizá les pueda parecer descabellada y no crean que voy a intentar ni mínimamente, convencerles de lo contrario, pero creo que al menos de momento, no se debería consultar a los toreros para ninguna modificación de las condiciones de la lidia, pues ya es más que evidente que solo les guía el allanarse el camino, sin preocuparles lo más mínimo los toros, este espectáculo al que ellos ya solo denominan con todo ringo rango, tauromaquia.

Tantos años para ir perfeccionando la lidia, dándole sentido al toro, a prepararlo para el último tercio y estos señores, con filósofos, taurinos y demás gente de mente preclara deciden que no y cómo en muchos casos, demasiados, el culpable es el aficionado, un ser pesimista, acomplejado y amarrado al pasado. Pero, ¿cómo no nos vamos a agarrar con uñas y dientes a esa balsa en medio del océano que son nuestros recuerdos en los que el toro lo era todo, el torero se engrandecía ante este y el aficionado se entregaba sin reservas? Dicen los artífices de este engendro que el aficionado no se moviliza. Pues que den gracias, porque si algún día llega ese momento, igual no les quedará calle para correr. Aunque igual es verdad, ¿qué nos queda? Cuatro aficionados contra cuarenta mil… cuarenta mil o más, que unos igual no conocieron la fiesta íntegra y otros se empeñan en enterrarla en vida. Eso sí, excusas para justificar estas barbaridades, a tutiplén, que si estos toros son los que embisten y no aquellos, que si lo de sacar fuera de tipo, que si los artistas, que si los que componen y expresan, que sí… que si nada. Que ya lo dicen, que a partir de nada, un ejemplar de cada encaste en la Venta del batán de Madrid, a modo de Parque Zoológico Temático de la Tauromaquia, para que los chinos hagan fotos a esos bicho tan bonitos, unos negros, otros cárdenos, castaños, coloraos, berrendos, ensabanaos, entrepelaos, mulatos, zaínos, chorreados, salpicados, sardos burracos, retintos, mientras los aficionados que se atrevan acudirán allí a llorar por su fiesta, su pasión y serán testigos de que la idea de los antitaurinos, esa de meter al toro bravo en un zoo para exhibirlos cómo fósiles vivientes, al final la pusieron en práctica unos que se decían taurinos, que incluso en su día se lo hicieron creer al aficionado, pero que por treinta monedas de plata se cambiaron de bando sin pensárselo un segundo y para asegurarse su sustento se inventaron y nos tiraron a la cara esto de las Tauromaquias Integradas, que no íntegras.

Enlace programa Tendido de Sol del 4 de Marzo de 2018: