martes, 7 de noviembre de 2017

Guiñoles en el palco de Madrid

Si sale el toro, hasta a los señores presidentes les facilitan su labor

De siempre se ha creído que en Madrid la seriedad era bandera de su plaza, con una afición exigente, una empresa sujeta a las demandas de esta bajo la supervisión de la Comunidad, unos ganaderos que mandaban lo más granado de sus campos y una autoridad que hacía cumplir el reglamento con justicia, pero… ¡Ay los peros! Con los peros, todo lo anterior parece más un párrafo de algunas leyendas medievales del rey Arturo, el caballero Esplandián, Quintín de Troyes o Rompetechos de Occitania. Que la realidad es que hemos cambiado los elfos por belfos, grandes, duros y desarrollados, a los caballeros por cuatreros, a las hadas por de cuento por trileros con cuento y a la bruja mala por…, no, a la bruja mala nos la hemos quedado y la hemos hecho productora de actividades culturetas y chabacanas. ¿Y a los presidentes? A esos llegó la bruja mala y los convirtió en guiñoles, a los que allá arriba en el palco y oculta por el lienzo que actúa de parapeto, les mete la mano por sálvese la parte y los mueve a su antojo. Algunos hasta parecen simpáticos colegas que hasta se permiten mantener un animado diálogo con los aficionados, a través de las redes sociales, durante el festejo que presiden. ¡Qué capacidad! Con una mano dan orejas y con la otra twittean hasta a los de las pizzas.

El palco de Madrid parece eso, un guiñol en el que asoman unos personajes de trapo movidos por una mano oculta, pero siempre dando esa sensación de solemnidad de la que se inviste la autoridad. Autoridad supuesta, que salvo para amonestar y sacar fuera de su localidad a los que molestan con sus protestas cuándo se sienten engañados, siempre parecen muy bien dirigidos y a merced de las masas. ¿El reglamento? ¿La dignidad de la plaza? ¿La historia de esa plaza? Que cosas dicen, eso no importa, eso no trae billetes a corto plazo; si acaso, con el tiempo, haciendo las cosas bien, pero es que la bruja mala, igual piensa que para entonces ella ya se habrá caído al abismo de las brujas malas. 

Se quejan público y aficionados de la decadencia de la plaza de Madrid, incluso en contadas ocasiones, algún taurino despistado o que le importe un bledo el que el sistema le regañe. ¿Y de quién es la culpa de esta decadencia? Pues será por falta de candidatos para cargar con tal responsabilidad. Primero los propios taurinos, los que compran el medio toro, los que contratan a los medio toreros, los medio toreros, el público que lo acepta y jalea y en último término la autoridad que lo autoriza y que no solo permite esas veleidades festivas y casposas del “respetable” triunfalista, sino que además se convierte en cómplice necesario, indispensable. Los señores del palco hablan de la concesión de trofeos, por ir a algo concreto, para no generar un desorden público de dimensiones bíblicas. Quizá estén ellos tan animados y contagiados de esa demencia contagiosa, que no caen en la cuenta de que el público acaba cogiéndoles el pan debajo del brazo y saben que, como los críos chicos, si se tiran al suelo berreando y pataleando, al final les compran el pirulí. Claro, que también puede ser que en esos momentos sientan esa mano por detrás que les maneja y les hace sacar los pañuelos a pares.

Pero esténse tranquilos, que si se encuentran a uno de estos guiñoles por la calle, seguro que entonces les pondrán cara de señor respetable, lo que exige el palco de Madrid, y les darán la razón sobre lo mal que está la plaza, sobre su decadencia y sobre ese público verbenero e ignorante, digámoslo ya claro, que solo quieren ver triunfar al paisano o a quién sea, para contarlo en el barrio, en el pueblo o al cuñado que ese día no fue a los toros. Que quizá sea muy duro decir que los usías actúan influenciados por la bruja mala, pero o esto o la ignorancia. Y puestos a elegir, pues ustedes mismos, quédense con el ignorante o con el cobarde. Que desde el palco no es solo la cuestión de las orejas, la cosa tiene muchos más frentes. Empezamos por admitir ganado infumable, no en cuanto a comportamiento, que eso es otra cosa, pero sí en cuanto a presencia, especialmente los días de clavel y galas domingueras, aunque sea un martes por la tarde. Que a veces sucede que por aquellos misterios de la naturaleza, el toro válido de la mañana sale inválido y arrastrándose por el ruedo, incapaz el animalejo de recibir media colleja en vez de puyazo, pero a juicio del usía, no merecedor de ser devuelto a los corrales. Que lo peor no es eso, sino cuándo nos lo pretenden explicar, lo que hace que no podamos entonces evitar verles como un magnífico guiñol de los que les meten la mano…

Seguimos y comprobamos cómo permiten que el primer tercio se convierta en el sexo poco virginal de la Bernarda, acatando caprichos de figuras, permitiendo que el toro no sea picado, no vaya a ser que al final haya que devolverlo. Que dicho en su descargo, los señores del palco tampoco es que se vean demasiado ayudados por los señores del gorro emplumado, que más están dedicados a aliviar sus calores o entablar animadas charlas en el callejón, que a hacer cumplir el reglamento. Pero la cosa no queda ahí, la traca final nos reserva lo mejor de este guiñol astracanada, cuándo una vez apiolado el toro, sea de la forma que sea, la cuestión es que eche las patas para arriba, con estocada por derecho, que por vil puñalada traicionera hurtando al animal ese derecho a coger en su última embestida en plenitud. Nada importa sino las orejas y si para ello las mulillas tienen que avanzar a paso de caracol o verse frenadas por el banderillero macarra, sin esa vergüenza legendaria de los toreros, que se planta con chulería, pero sin donosura para interrumpir su caminar, mientras la muchedumbre vocifera por el despojo, que según los monigotes de la fiesta y el parecer de la bruja mala, son la vida de la fiesta, coleccionar casquería. ¿Y qué hace entonces el usía? Ceder, no vaya a ser que se enfade el “respetable”, los taurinos, los de la tele o la bruja mala. A la historia, al prestigio de la plaza y al aficionado al que esto tanto duele, que le den; eso sí, que luego no les echen en cara, ni les tachen de derrotistas, amargados y reprimidos, si con todo el conocimiento de causa dicen que han visto guiñoles en el palco de Madrid.

Enlace programa Tendido de Sol de 5 de noviembre de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-5-noviembre-2017-audios-mp3_rf_21890003_1.html


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