lunes, 25 de septiembre de 2017

Si no fuera por esas rayas en la arena…


Cuándo aparece el toro, todo sabe mejor


Perdiditos estaríamos los aficionados de Madrid si no llega a ser por esas rayas que la empresa mandó pintar en el ruedo de las Ventas las tres tardes de los desafíos ganaderos. Y es que no hay nada como que te faciliten las cosas. Ustedes me dirán, que si no es por esos fragmentos de radios que nos indicaban el camino a los que estábamos en tendidos, gradas y andanadas, a los señores lidiadores y hasta al mismísimo toro, estaríamos en Bavia. Que no, que de la raya para acá, que si no, no vale. A ver si va a poder ser. ¡Eeeeh! Usted, no me ponga ese caballo tan para allá, ¿no ve que está fuera de las rayas? Que siempre será mejor lo de las rayas,. Que explicar lo de las querencias, contraquerencias, dar los pechos, picar arriba, no picar a la grupa, evitar los marronazos, dar distancia, dar un poquito más de distancia y ponerlo allá en el quinto pino; no, mejor las rayas. ¡Qué bonita costumbre de más allá de nuestras fronteras. Aunque, ¿quién nos dice que las rayas no eran para que los señores de luces se orientaran? Que sin rayas, lo mismo te abandonan el toro en una gasolinera, que te lo meten debajo del peto, que ni tan siquiera se ocupan de ponerlo en suerte o que ni tan siquiera piensan en que existe un primer tercio. Igual ya cayeron en la cuenta de que los tercios son una parte de tres. Que lo mismo se ponían a contar tercios y solo les venía el de la muleta, ni tan siquiera de muerte. Así está este toreo moderno, el adaptado a los tiempos y el que dicen que exigen los públicos con sus nuevos gustos. ¡En fin!

Le salió el primer Escolar a Iván Vicente, que parecía que se le quedaba corto por el pitón izquierdo, lo que no impidió que el madrileño lo dejara bien en el caballo en los dos encuentros, a más distancia en el segundo puyazo y más aún lo puso Luis Bolívar en el tercero. ¡Tres puyazos! ¡Y de manos a más! ¿Estamos locos o qué? Un tercer puyazo que no llegó, se pidió el cambio antes, precedido por dos varas a las que el animal se arrancó al paso, para empujar fijo primero y ya tirando derrotes después. La faena de muleta comenzó aliviándose con el pico de la muleta y el toro queriéndose ir por el hueco que quedaba entre el paño y el bulto. Mucho muletazo y ninguno aprovechando los viajes del toro, cambios de pitón y ahogando ya demasiado las embestidas.

A Luis Bolívar le tocó primero el de Ana Romero, un toro sin excesos, pero con buena presencia, ¿para qué más? Metía bien la cara en los engaños, resultando pegajosito y quizá por eso le dieron los capotazos convenientes, los inconvenientes y los que estaban demás. Le dejaron de lejos, para que él se fuera acercando despacito. Ya a media distancia mostró cierta alegría en su arrancada, para recibir un puyazo trasero, mientras empujaba de lado y apoyado en el peto. De nuevo a mayor distancia para el segundo puyazo, pero nanay, le acercan y flush, que no, tardeaba, escarbaba y hubo que ponerle ya mucho más cercano a la guata. Hay que destacar el toreo a caballo de Ismael Alcón, intentando llamar la atención del cárdeno, que se fijara en él, sin preocuparse de las rayas, para descontento de alguna voz perdida. Luego el animal respondió cómo respondió, pero la intención y el buen toreo sobre el jumento, eso hay que agradecerlo. Notó los palos y a la salida de un par, cuándo Raúl Adrada batía sobre las tablas, de tal topetazo el de doña Ana le estampó contra las personalidades de los burladeros del callejón. Al menos los “infiltrados valieron para amortiguar el trompazo. El trasteo de muleta fue una sucesión de muletazos con la puntita de la tela, atravesada y echando al animal hacia afuera. Muy despegado, haciendo todo sin dar la sensación de tener m,uy en cuenta las maneras del toro.

El segundo de José Escolar, el tercero, parecía que estaba reparado de la vista en los dos primeros empellones contra las tablas, pero la sensación se diluyó de inmediato, simplemente no calculaba el animalito que tiraba derrotes sin medida y echaba las manos por delante. Fue en busca del penco andando, peleando a base de arreones, mientras le tapaban la salida. Tardeaba en el segundo encuentro y tanto, que se dio media vuelta y salió en busca del que guardaba la puerta. Al final casi fue necesario dejarlo debajo del peto, para que cabeceara y se repuchara al notar el palo. No parecía de buena condición y ante esa papeleta, Alberto Aguilar no hizo más que trapacearle sin demasiado sentido, muleta al bies, banderazos y desarmes al irse por el hueco entre hombre y tela. Quizá el toro no estaba para orfebrería deslumbrante, pero él tomó ese camino; sus motivos tendría. Acabó con un mitin con la espada, metisaca, enhebrada, pinchazos, siempre en los blandos, para tomar el descabello sin tan siquiera una media. Igual nunca escuchó eso de que se mata con la espada.

Le tocaba el de Ana Romero a Iván Vicente, en cuarto lugar, un toro que se frenaba y echaba las manos por delante, para pegar un parón al salir del lance. Se le picó trasero y haciéndole la carioca, queriéndose él quitar ese molesto palo que le hacía pupa casi en mitad del lomo. Le puso dándole más distancia en el segundo puyazo, para limitarse el de doña Ana a cumplir, sin más. Iba a comenzar el trasteo, cuándo al maestro le molestó un comentario desde el tendido y no dudó en recriminárselo al espectador. Quizá sería que este pagó su entrada en calderilla y al maestro no le vendría bien que las entradas se paguen en monedas, que luego le pesan los bolsillos; mejor en billetes y si son de los grandes, mejor. Pero es que los espectadores de hoy no tienen esa delicadeza y, ¿cómo no? Hay que hacérselo saber. Paguen con billetes grandes. Tras el cabreo del matador, todos creíamos que se iba a descarar con el de la señora Romero, así como para decir “os váis a enterar”, pero no, no se enteró nadie, ni el mismo Iván Vicente, que se limitó a merodear por los alrededores del toro, mostrándole de vez en cuándo no más que el pico de la muleta y siempre a una distancia prudencial. 

El quinto, de Escolar, que correspondía a Luis Bolívar, parecía desplazarse largo, si le estiraban los brazos. Le puso el espada muy lejos para el primer puyazo. El animal acudió al trotecillo, para dejarse y poquito más. Más cerca para la segunda vara, el mundo al revés o es que uno es así de raro, o puede que también fuera cosa de las rayas. De cualquier manera, el toro tardeaba, se daba la vuelta y al final acudía al caballo, pero sin prisas, al paso, sin agobiarse, aunque para que le propinaran ese picotazo en la paletilla, casi mejor no ir. Le pegaron, pero el Escolar se conoce que era de natural tranquilo y tampoco se inmutó, se dejó y punto. En el último tercio Bolívar se limitó a pretender un toreo vulgar, moderno, sin estrecheces, ventajista, echándoselo para afuera, con enganchones, despreciando aquellas embestidas del animal que se esmeraba en meter la cara en el engaño, a pesar de lo mal que se le presentaba. Su matador se descomponía por momentos, ya fuera por uno o por otro pitón. Cerró con una buena estocada y hasta hubo leve petición, se lo juro que no miento. Y como la cosa iba animada, a pesar de las protestas, el colombiano decidió irse a estirar las piernas alrededor del ruedo; que el caminar es sano y la salud es lo primero, ¿verdad, maestro?

Recibió al sexto Aguilar con un manteo de trámite. Le dejó en la primera vara a media distancia y el de Ana Romero se arrancó como un tren, descabalgando del porrazo al de la mona, teniendo que aguantar el caballo un monosabio, que no fue el mismo que días atrás se empleó a fondo agarrado al rabo del toro y citándole desde la tronera del burladero. Igual aquella juerga le salió cara y en esta ocasión ya se lo pensó mejor, que ya se sabe, las bodas y los coleos, te acaban saliendo por un pico. En el segundo puyazo ya se dejaron de tonterías y pusieron al toro bien cerquita, no fuera a ser que de otro tantarantán pusieran al pica a horcajadas en el Pitulí. Se vengó el piquero y se desquitó del porrazo anterior. Aguilar tomó la muleta y no fue capaz de otra cosa que de dar trapazos de pegar el muñecazo  y evitar que el animal le pasara cerca, a costa de emplearse a fondo con el pico. 

Acabó el tercer desafío, unos comentaban que si había ganado Juan o su hermana, pero al final daba igual, porque el que gana seguro es el aficionado, que sin orejas, indultos, banderillas de colores, despojos o salidas a cuestas, se marchaban contento de la plaza, aunque algunos aún le estaban dando vueltas a esos jeroglíficos pintados sobre el ruedo y que lo mismo ejercían un poderoso influjo lidiador sobre los de luces, vaya usted a saber, que no es el ganado, ni los de luces, ni nada de nada, que la cosa está clara meridiana, que si no fuera por esas rayas en la arena…


Enlace programa Tendido de Sol del 24 de septiembre de 2017:

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enrique, poco que añadir a tus palabras salvo hablar sobre la actitud de los 3 matadores y es que uno de ellos, Luis Bolívar, intentó hacer las cosas bien, lució a los toros en la medida que se pudo, llevó una buena cuadrilla y aleccionó adecuadamente a sus picadores sobre cómo tenían que hacer su trabajo.

No puedo decir lo mismo de los otros dos, egoístas al máximo para con quien pasa por taquilla y además malos profesionales porque ni quisieron, ni supieron hacer su trabajo.

En vista de lo anterior, reivindico que a Las Ventas vengan los toreros que están con nosotros, lo hagan mejor o peor, yo quiero a un Luis Bolívar, a un José Carlos Venegas y a un Javier Castaño. Ojalá ellos hubieran lidiado los tres desafíos ganaderos. Al menos hubiéramos visto una suerte de varas íntegra.

Por lo demás, decir que los desafíos ganaderos han sido todo un éxito, no puedo decir lo mismo de las ganaderías toristas que comparecieron en San Isidro, salgo alguna honrosa excepción. Así se hace afición, sólo hace falta afinar algún detalle. Todos los toros tuvieron su interés, unos con más picante, otros más nobles pero nunca hubo aburrimiento.

Un abrazo
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Yo no soy, en principio, partidario de estos desafíos, prefiero las corridas de seis de una ganadería, pero si con esta fórmula se pueden ver hierros que quizá no podrían venir con una corrida completa, no solo le doy la bienvenida, sino que lo celebro. Y quizá no sea la fórmula lo que ha traído este éxito, sino la aparición del toro, el que todo lo puede. De los matadores, yo aprecio la voluntad, pero no sé podemos quedarnos en eso, aunque claro, si porque estos no son demasiado capaces me van a poner a otros que lo son más y encima me quieren dar gato por liebre, pues no hay color. Mejor limitados honrados, que más que limitados y golfos, que además no son capaces de enfrentarse al toro. No hay color.
Un abrazo.