viernes, 26 de mayo de 2017

Y llegados a este punto…


Una estocada es una estocada y lo demás...

La felicidad inundó la plaza de Madrid, al fin esta nueva tauromaquia, este afán festivo ha encontrado su recompensa, ¿qué digo? Todo el mundo ha obtenido premio, unos el gordo de Navidad, con una oreja del gran oficiante de estas formas de hacer y la salida a hombros de Gines Marín, mientras otros se conforman con que les haya tocado lo que jugaban, que después de tanto perder, les vale para mantener la ilusión y volver a jugar en el siguiente sorteo. Lo que no sé es si esta lluvia de millones dará la felicidad a los premiados. De siempre los triunfos en los toros eran el triunfo de la Fiesta, el triunfo del toro, pero este y puede que todos los que puedan venir en esta feria, no sean para, a favor de alguien, sino en contra de otros, de esos de los que muchos piensan que se amargan con el triunfo de un torero, ¡qué barbaridad! Un triunfo contra los más críticos, contra esos contra los que desde los micrófonos de la televisión arengan sus comentaristas, sus tertulianos y todo aquel que espera sacar algo de esto, porque si te pones enfrente, ya se sabe, no dudan en amenazar y zarandear, que no es lo peor, lo peor es que estos señores que utilizan estos métodos tan… Pongan ustedes el calificativo que prefieran, lo peor, decía, es que lo mismo estos, que esa masa que manejan con tanto desahogo, se creen en el derecho de hacer cualquier cosa para acallar la disconformidad. Se crecen pensando que la razón les permite insultar, amenazar, burlarse, mandar callar o incluso tirarles a la cara los triunfos y la vulgaridad de los que tanto esperan obtener de esta fiesta de la modernidad.

Algo que hay que reconocerles es el magisterio y fineza que emplean para trampear en este mundo del toro. Baste con que se detengan en examinar la corrida de Alcurrucén, con una presentación un puntito por encima de lo que el aficionado protestaría airadamente. Justos de presentación muy justos, pero para que si alguien levanta la voz los transeúntes se lo coman y en esa maraña traducir la bronca en adhesión absoluta al maestro de turno. Ya digo que la fineza en el trampeo es de admirar. Llámenme pesado, pero no puedo, ni tampoco quiero, ni mucho menos estoy dispuesto a olvidarme que de una corrida de seis toros no se haya podido picar a ninguno, incluso a pesar de que el sexto derribara al caballo. ¿Cómo? Pues no lo sé, de repente el penco se desmoronó ante un animal al que apenas se le señalaron los dos puyazos. Aparte de las dificultades para conseguir llevarlos al peto, que demasiado a menudo fue metiendo al toro casi debajo del palo. Pero eso poco importaba, lo fetén era lo de después. Ya podría haber protagonizado el primer tercio el mismísimo Mortadela, el calvo con gafas de los chistes, que habría dado igual.

La tarde iba de ceremonias, un dos por uno en confirmaciones, Álvaro Lorenzo y Ginés Marín, dos embriones clonados de los maestros del momento. Pero ya que durante el festejo no se respetó la antigüedad y el orden de lidia habitual, al menos intentémoslo aquí y empecemos por el más antiguo, el Juli. Su primero, que fue el segundo, salió echando las manos por delante y con la mirada siempre puesta en terrenos al menos vecinos a toriles, pero tampoco se puede decir que se le diera una lidia de intentar dominarle, de someterle, todo es un dejar a los animales a su aire, ¿Qué se va al reserva? Pues que se vaya. Quizá el único momento de molestarles fue en el inicio de faena, por abajo, pero tampoco vayan ustedes a recriminar a el Juli su mano dura, pues todo lo que vino después fue un acompañar las embestidas, muletazos en línea recta, con retorcimientos, que no podían faltar, pero no los habituales, porque si algo tiene este torero es la listeza con que hace todo. Es un verdadero fenómeno para ese toreo de masas, que ni quiere detenerse en las trampas, que por otro lado, parece que él tampoco está dispuesto a abandonar, aunque las enmascare. Faena demasiado largo, acabando cazando muletazos por aquí y por allá. Esa forma de matar tan poco dada a recibir piropos, atrincherándose en la oreja mientras ciega al toro con el trapo, para a la remanguillé soltar la cuchillada. Una orejita, que supone que es la mejor actuación de este torero desde hace muchos años, pero claro, eso tampoco quiere decir que sea admisible, porque su mejor, igual no llega al aprobado ramplón. Su segundo no se lo quería poner fácil. Le metieron debajo del peto las dos veces, para que a lo más cabecera, sin recibir castigo ninguno. Se paró mucho en banderillas, cerrándose cada vez más. Y otra cosa no tendrá el Juli, pero vista tiene un rato, la misma que le ha ayudado a desarrollar toda esa suerte de amaños para reducir los riesgos al mínimo, y con criterio se lo llevó para afuera y para no desentonar, también le pasó muy desde fuera, muletazos empalmados, que no ligados, pico y más pico y arrimón al más puro estilo de la talanquera. Y ya digo, que aún ha estado peor otras muchas veces.

Álvaro Lorenzo fue el primer confirmante y por lo tanto, quién abrió plaza con el primer Alcurrucén que entraba pegando arreones y rebrincado. Acudió suelto al primer puyazo, alegre en el segundo, lo que no quiere decir que se le picara. Trasteo al más puro estilo de la modernidad, abusando del pico por ambos pitones, citando desde fuera, alargando el brazo, luego pases de uno en uno y para ver si calentaba aquello a meterse en los pitones y quizá habría quién le hubiera regalado gustosamente la oreja tras ese bajonazo trasero con que se quitó de encima a ese primero. A su segunda raspita la dejaron a su aire, pero en el segundo puyazo les dio que hacer, le ponían en suerte una y otra vez, hasta que al final le metieron debajo del peto. Luego retorcimientos y más retorcimientos, como si se quisiera esmerar ante el maestro del tronchalomos y esperando su aprobación. Muletas atravesadas, muletazos a medias y repertorio de masas, metido entre los cuernos, trapazos por aquí y por allí y una estocada que si hubiera que ponerle algún pero fue el que estuviera una chispita atrás.

Pero el triunfador verdadero fue Ginés Marín, que se encontró con el Alcurrucén ya parado casi de salida, costándole un mundo eso tan banal como es el caminar, al que Álvaro Lorenzo le hizo un quite por gaoneras y ¡Aleluya! No fueron los trallazos habituales. Luego vino una faena larguísima, desde muy fuera, con mucho pico, la pierna retrasadísima y como es habitual, haciendo alarde de ello y al final con muletazos lentos no por templar, sino por la condición de moribundo del animal. El sexto, con un bonito tipo cabra, se frenaba ante el capote que le ofrecía el espada. Curiosamente, derribó, pero aún me sigo preguntando las causas. Luego no se le pudo picar, porque tampoco lo aguantaba. Comenzó Marín con muletazos por el lado izquierdo, con la tela al bies y sin rematar los pases, para continuar en una segunda serie en la que todo se recolocó de repente, incluso ceñido y aprovechando el dulce viaje del Alcurrucén, con un natural rematado detrás de la cadera. ¡Qué cosas! Obviamente, la plaza se entregó, pero de la misma forma que lo hizo cuándo continuó por el pitón derecho, aplicando esos modos que impone la modernidad, no fuera a ser que alguien le reprochara ese guiño al clasicismo. Entera caída y dos orejas. Bueno, ¿qué quieren que les diga. Alegría generalizada, de nuevo el triunfo de la Tauromaquia 2.0, aderezada con uno o quizá dos naturales, que no sé yo si estos pueden tener tanto poder, quizá sí, habrá que reflexionar con calma y tiempo, y llegados a este punto…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Completamente de acuerdo contigo Enrique.

Para que se produzca el toreo se necesita como ingrediente principal un toro con fuerza y trapío. Luego podrá ser bravo o manso con sus respectivos subcarateres (nobleza, agarrado, humillación, fijeza...) y esas características se verán reflejadas y corregidas en el caballo.
Después de eso tiene que haber un hombre que solo con un trapo y con el movimiento vertical y hondo de su cuerpo tiene que restar poder a esa bestia (realizando una creación artística) para después poder cumplir el objetivo de su trabajo por el cuál le pagan: dar muerte al animal.

Reflexiones de un joven aficionado de 19 recién cumplidos que todavía tiene muchos fallos y equivocaciones pero que intenta aprender con personas como usted.

Un abrazo maestro Enrique.

-Playerito-