lunes, 2 de enero de 2017

El poderoso influjo de la mentira

Si sale el toro, pocas mentiras le valen


A los niños siempre se les está con la monserga del “no hay que mentir, la mentira mala, caca”, pero eso es para los niños, no sé si para que de mayores se entreguen incondicionalmente a ella y se conviertan en beatorros cofrades de la hermandad del “hagan lo que yo les digo, pero no lo que yo hago”. Santa y bendita mentira que nos lleva por los caminos del placer. Es tan bella y adorable, que nos permite deambular por el mundo con los ojos cerrados, como si nos acurrucáramos en un perpetuo sestear. ¡Ay, que goce tan grande! Y no eso de la verdad, que nos obliga a mantener despierto el sentido crítico, la integridad, el rigor y la honestidad con los demás y con uno mismo. Si no hay nada mejor que engañarnos a nosotros mismos. Que delicia ir a un restaurante y que nos pongan un chuletón de Ávila con aspecto de jabonera Krungdem y tacto de estantería Trondsval, que en seguida le encontramos el por qué, la sequía estival en la Sierra de Gredos; o eso de ir a un musical en la Gran Vía de Madrid y comprobar como el prota tropieza, rueda por el escenario, se arma un revuelo, los demás corren a socorrerle y el playback sigue funcionando como si nada, la orquesta sonando sin que haya orquesta, el cantante cantando sin que haya canto y todos felices, ¡es que es tan bonito!

Entonces, ¿por qué nos empeñamos en ir a los toros esperando y algunos descabezados exigiendo el toreo de verdad? ¿Nadie se da cuenta de la belleza de la mentira? ¿Quienes son los grandes maestros del momento? Los más mentirosos, que no solo no se conforman con echarnos el señuelo del pseudotoro, tan mono él en apariencia, tan dócil, tan feble, tan mullido, tan “toreable y durable”, aunque si te suelta un viaje, ¡cuidado! Pero aún con este peligro que siempre está, dejará de tener mucha más importancia lo que se le haga a un barbas encastado. Pero ya digo que no se conforman con hurtarnos lo fundamental de esto, el toro, sino que además nos atiborran de cucamonas pintureras y descafeinadas, manteniendo el animalillo a una distancia prudencial, que corra el aire, y llevándolo allá a lo lejos para llevarlo más lejos, con los arrabales de la muleta, escondiendo piernas con una y echándolas para atrás sin rubor cuándo torean de capote. ¡Pero todo es tan bonito!

¿Para qué eso de la verdad? Con lo bien que se vive en la mentira, sin sobresaltos descontrolados, sin decepciones, porque la mentira nunca decepciona, siempre es mentira, y tranquilos, no resulta factible que de repente se transforme en verdad. Eso de ver el torillo ir y venir, manteniendo la distancia de seguridad, por supuesto, que una veces va por aquí y otras por allá, que según el maestro se lo pasan por la proa, que por la popa, por babor o estribor, que por la circunvalación o si llega el caso, por el mismísimo culo, con perdón. Que uno no quiere el riesgo gratuito, pero en dependiendo que casos, unas gotas de verdad no vienen mal, con ese sabor entre dulce y salado del riesgo y lo sublime del arte real del toreo, porque lo otro, lo que conlleva la mentira, no nos engañemos, no es arte, puede ser al toreo lo que la bisutería es a la joyería, lindo, pero sin lo excelso de la belleza.


Que ya sé, ya sé, que los maestres de la trampa no paran de contar que lo bueno es lo suyo, ¡pachasco! Solo faltaría que me dijeran que lo suyo es una filfa indecente. Tampoco pido yo tanto, pero al menos que no nos tomen por bobos de baba pretendiendo que nos creamos lo increíble. Que no me cuente uno que los que pedimos el toro solo queremos la tragedia, que esto no es tragedia, que el arte no puede serlo; ni que salga un iluminado santificando el pico, sin otro fin que justificar su mediocridad, su abrumadora mediocridad, sin caer en la cuenta de que aún los hay que vieron torear de verdad y hasta los hay que lo practicaron en el ruedo y ante un toro. Porque no creo que este iluminado pretenda decirnos que todo lo anterior no vale, que todo lo pasado hay que borrarlo, al menos hasta el momento de su aparición en esto del toro. ¡Ufff! Qué trabajo más arduo y sobre todo, inútil, porque se pueden romper periódicos, fotos, láminas, se pueden borrar vídeos, destruir películas, pero, ¿y la memoria? ¿Qué hacemos con la memoria? ¿Qué hacemos con los recuerdos de los aficionados? Que esos no los borramos ni con aguarrás, que tan fuerte fue la impronta del toreo verdadero, que no hay disolvente que lo quite y mucho menos si el sustituto es la caricatura que nos quieren hacer tragar estos caballeros. Que casi paso mejor las ruedas de molino que el molino entero, ¿eh? Que me dicen que unos retorcimientos me van a hacer obligar al de Camas, que unos banderazos por delante y por detrás van a borrar al del mechón, que un encararse con el público van hacer que se disuelva el duende del gitano de Jerez. Pues no piden ustedes na’. Casi mejor que me cuenten que la tierra es plana, que el hombre no llegó a la Luna o que un filete de brócoli fileteado es mucho mejor que el chuletón de Ávila, que igual cuela, porque ya se sabe lo que mueve el poderoso influjo de la mentira.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que los comentarios acerca de lo del pico a puesto incontrolable a La Lirio.Al menos no se puede jalar de las mechas y se conforma con el soponcio.
L.J.D.

Anónimo dijo...

La -corpórea-Viuda Lupe es socia de La Lirio en lo de ver cambiarse a los toreros.Debe administrarle sus estrógenos respectivos a la Sandunguera.Ya comentaré lo del novillero en América y La Lirio.
M.D.X.

Enrique Martín dijo...

L.J.D:
Ya sabemos de las filias de la Lirio y de su falta de rigor en lo tocante a cierto torero.
Un saludo

Enrique Martín dijo...

M.D.X:
En lo de vestirse los toreros no entro, prefiero hablar de toros, de otras cosas, allá cada uno con sus preferencias.
Un saludo