lunes, 28 de noviembre de 2016

Amigo, primo, vecino o conocido, recuerda que a mí me gustan los toros

Dios me libre de los que me quieren salvar no llevándome a la plaza. Si quieren que viva, vayan a las plazas de toros


Te escucho y te leo cuándo hablas de la barbaridad, de lo salvaje e incivilizado que es matar a un toro en el ruedo, de los energúmenos que vamos a “divertirnos” viendo cómo se sacrifica a un animal, porque a veces habláis del toro como si lo hicierais de un gato, un perro de compañía, una cigüeña o el pato Donald y su troupe de impertinentes sobrinos. No se puede ser más sanguinario, ni desalmado, porque te crees que los que van a los toros, los que vamos, lo hacemos llevados por una sed de sangre irrefrenable; hasta hay quién nos ha negado el derecho a querer a los nuestros, a sentir como lo más grande el abrazo de nuestros hijos. Os preguntáis cómo somos capaces de volver de la plaza y apretujarnos con todo el amor imaginable contra esos niños que nos dan la vida. Nos negáis esa capacidad de amar a los animales, de amar y disfrutar la naturaleza y veis un imposible el que podamos albergar una gota de sensibilidad.

Miradme bien, que no digo que me veas, digo que me mires, al que comparte mesa y alegrías contigo en las celebraciones familiares, el que llora con la pérdida de los seres queridos, el que juega, regaña y se preocupa de sus hijos, el que se preocupa y siente cuándo tú estás mal, cuándo lo están los que me rodean, el que se indigna con la barbarie entre seres humanos, el que no entiende de guerras, de abusos, de violencia sin límites, el que no soporta la injusticia, los gobiernos despóticos, los políticos trincones, apáticos y complacientes ante los poderosos. Soy el mismo que se apasiona con su equipo, que se emociona con el deporte, que se estremece ante un cuadro, que se ve empequeñecido ante la grandiosidad de una escultura, una catedral, una pequeña ermita, el mismo al que se le remueve el alma con una película, la música o un libro, porque sí, los aficionados a los toros, los que vamos a la plaza también leemos libros y los hay que hasta también los escriben.

Cuando llames asesinos a los que van a una plaza de toros no te olvides de llamarme por teléfono, de llamar a mi puerta y decirme a mí lo mismo, ¡asesino! Porque yo voy a los toros, siempre que puedo y el día que no es posible, me rebelo y me fastidia, ¿cómo no? Pero no porque sufra el síndrome de abstinencia que todo sanguinario sufre cuando no ve fluir ese rojo “manjar”; no porque necesite ver a un animal despellejado y despiezado colgando de un gancho. Cuando voy a la plaza no voy a ver cómo matan a un animal, que por otro lado es un toro; ningún otro animal podría ser lidiado como él, ninguno pelearía hasta su último aliento no por huir, ni defenderse, sino por mantener su hegemonía, esa de la que está convencido que le pertenece, por conquistar la cima del mundo. Cada uno tiene su lugar en el reino animal y el toro está convencido de que su puesto es el de ser el rey, el ídolo al que todos deben adorar y los aficionados a los toros profesamos esta religión con absoluto convencimiento y fieles a nuestra fe taurina.

Los que vamos a los toros vamos a ver a un hombre enfrentarse ante ese tótem y con el respeto que merecen los dioses, vencerle con el respeto y la devoción que merece el oponente, que no dudará en arrancarte la vida al menor desliz; pero ese es el juego, vida o muerte y para los elegidos, gloria. Gloria efímera, porque la fiesta de los toros, este espectáculo, esta fe de la que abomináis hace que aunque el toro muera cada tarde, siempre permanece vivo, siempre saldrá un toro al ruedo queriendo conquistar esa cumbre que considera suya. Los toros, las corridas de toros, son esa permanente presencia del toro, siempre el toro, la fiesta avala su eternidad, impidiendo que llegue alguien que decida llevarse este ser por delante, porque no sirve para otra cosa, porque no hay quien se haga con él, porque siempre querrá salir vencedor y nunca permitirá que nadie le trate como otro de los muchos animales que ocupan otro lugar en la naturaleza, pero no el del toro. Qué bella palabra para el aficionado a esta locura, el toro. No nos cansamos de pronunciarla, toro, toro, toro. Y, por favor, no caigamos en eso de que el torero tiene ventaja porque lleva un trapito para defenderse y evitar el vendaval de embestidas del de las patas negras, que han sido siglos de aprendizaje y a pesar de ello la muerte siempre está ahí. Resulta inevitable que lo inevitable, la caída del hombre, se produzca en un ruedo. Quizá tú lo verás como la victoria del toro, pero en esto no hay vencedores ni vencidos, es mucho más sencillo, todo se acaba con la vida o la muerte y las emociones que genera en el espectador, que para intentar entender lo que pasa ahí abajo no cesa en sus ansias de aprender, de desvelar ese misterio que es el toro, de conocer ese imperfecto imposible que es el toreo y de este sentimiento que son los toros. Si quieres saber de ello, vente y siéntate a mi lado y a ver si entre los dos podemos saber algo más de este misterio, pero si no, amigo, primo, vecino o conocido, recuerda que a mí me gustan los toros.


Enlace programa Tendido de Sol del 27 de noviembre de 2016:

lunes, 21 de noviembre de 2016

Monsieur Casas, ¿lobo con piel de cordero?

El toro, el toro, el toro... a ver si don Simón se olvida de lo de los Encastes Minoritarios y recuperamos la variedad de estos y los que mal llamaron minoritarios vuelven a ser la base de nuestra Fiesta


Que nos lo queríamos perder. Invitan al señor Casas a una tertulia de esas de abolengo, en la que se supone que le van a poner las peras al cuarto, que algunos incluso hasta le avisaron de sus intenciones con una pancarta en las Ventas, iba a terreno hostil, al menos a priori, y llega el señor productor y poco menos que se los mete en el bolsillo. Si hasta le reían las gracias. Pero bueno, cada uno puede reírse de lo que le dé la gana y nadie, y yo mucho menos, somos nadie para decir si ahora te ríes o si ahora lloras. Mucho mejor reír, desde luego. La cuestión es saber si la idea del orante y los oyentes coinciden, sin tener que estar de acuerdo, por supuesto, pero que al menos haya un punto de partida, unos conceptos básicos en los que haya una mínima coincidencia. Ahí quizá pueda originarse el conflicto, si es que este se llega a dar.

Se le oye decir al señor Casas que para él el toro es principal protagonista, se le escucha defender al toro por encima de todo y se adivina esa intención de que este se haga presente en la temporada madrileña. Pero, ¿qué entiende don Simón por lo que debe ser el toro? Que no olvidemos de dónde venimos todos, él y la afición de Madrid, que estamos hartos y asqueados de esas peroratas alabando al toro más encastado que nunca, al más bravo de la historia y al que más embiste desde que el mundo es mundo. Qué maravilla, ¿no? Pues no, si a lo que nos referimos es a lo de Daniel Ruiz, Garcigrande, Victoriano del Río los días de figuras, Núñez del Cuvillo y ese largo etcétera de hierros que todos tenemos en la cabeza y que como una condena, van casi siempre unidos a los nombres de esas figuras que con tanto primor están enterrando esto que llamamos Fiesta de los Toros.

Algo parecido ocurre con los matadores y lo que el señor Casas entienda por grandes carteles, a los que por otro lado pretende poner otros precios, más caros, claro que sí. Figuras que en muchísimos casos, por no decir en casi su inmensa mayoría, han subido a los altares de la mano de la prensa y de esos triunfos de bazar chino en las tardes de entusiasmo desmedido, a veces solo explicable por esos ríos de calimocho que fluyen en los autobuses de paisanos y partidarios de los toreros. Imagínense que deciden que me cobran cuatro pesetas más por un cartel con El Juli, Perera y Roca Rey. Para habernos “matao”. Si lo que a muchos les gustaría, si les dieran a elegir, es que ninguno de los tres vuelva a asomar por la plaza de Madrid mientras no se anuncien con toros; y para más inri, ¿me lo cobran más caro? Esto es de locos.

La rumorología viene contando desde hace tiempo que ya se tienen compradas no sé cuántas de Miura, Victorino de todos los hierros duros, pero duros de verdad, para dar gusto a la “majísima” afición capitalina. Por ahí vamos bien, pero que no me cuente que las van a matar primeras figuras, que al final será Ureña, Urdiales y cuatro más, que son los que las han matado siempre y a veces con suma dignidad, ofreciendo toreo del bueno y hasta cosechando valiosos triunfos. Que yo, personalmente casi prefiero que esto siga así, pero por figuras nos vienen los Ponce, Juli, Manzanares, Morante, Castella, Perera y los “emergentes” que tanto ilusionan a muchos. Eso sí, no se preocupen ustedes, que si piden explicaciones, se las van a dar, ya sea en nombre del arte de la tauromaquia, del arte sublime, de la personalidad de los artistas o de la artistología exuberante y si no, pues lo mismo se llevan gratis un corte de mangas, con arte, por supuesto.

Hemos pasado de enseñar los dientes a una sombra a ofrecer el cuello a quien ni tiene sombra, ni se refleja en ningún espejo, porque realmente es único, afortunadamente. Y es que esto es lo que tienen el ya empresario de la plaza de Madrid, que te habla, te habla, te habla y al final se le acaban entregando los auditorios y solo los muy bichos no pueden olvidar aquello de que a los aficionados hay que echarles de la Fiesta, aunque ahora se derrita en halagos a la afición de la capital mundial de la tauromaquia; de aquellas palabras tan ofensivas como cobardes en las que tiraba contra Joaquín Vidal, ejemplo para esa afición de Madrid, y al que, una vez que ya no estaba entre nosotros, se atrevió a tirarle dardos envenenados con el rencor que nace de la envidia y la mediocridad. Son cosas difíciles de olvidar, aunque ahora parece ser que quiere convencernos de otra cosa y que reflexionemos: Monsieur Casas, ¿lobo con piel de cordero?


Enlace programa Tendido de Sol del 20 de noviembre de 2016:


lunes, 14 de noviembre de 2016

Ni quito, ni pongo rey

Empezamos por citar y...


Ha habido ocasiones en las que he escuchado aquello de la torería de no sé quién, el empaque de no sé cuánto o el poderío de El Juli. Que no seré yo quien ahora me ponga a decir que no, aunque no es que me cueste creerlo, es que no puedo, por mucho que me esfuerce, pero ya digo que eso lo dejo de momento. Pero ya que uno se sujeta por ahí, tampoco me pidan que me quede quieto. Que luego pasa que uno se pone a enredar, que le mandan unas fotos dónde el maestro Juli está desplegando todo su jarte, todo su poderío y, ¿qué quieren que les diga? Pues que servidor no es de piedra y como todo el mundo, uno tiene sus debilidades. Así que en una de estas me llegaron tres fotografías en los que se podía ver esa idea del natural que el de Velilla vas desplegando por esas plazas del mundo.

Y uno, que anda en eso de aprender a ver toros, como aún no ha llegado a eso de la fluidez conceptual de la tauromaquia, como no lo vea, se me escapa a mi entendimiento y entonces, para apreciar todos los detalles mucho mejor, me puse a ver en qué se parecía el magisterio de El Juli a lo que mis mayores me contaron. Eso sí, como uno de los dos tenga razón, el de enfrente anda muy, muy alejado de lo que debería ser el toreo. Que ya digo que no voy a inclinarme ni por uno, ni por otros.

Si empezamos por la forma de citar, ahí ya empiezan a fundírseme los plomos. Siempre había entendido que el cite debería ser natural y sin forzar posturas más propias de contorsionistas tailandeses del circo Ringling. Que hasta he oído lo que se valora ese bajarle la mano a los toros, pero, ¿eso de bajar la mano no viene después, una vez que se ha metido al toro en la tela? Que hasta tiene más mérito eso de conducir la embestida de arriba a abajo y no guiar simplemente de abajo a abajo. Pero no me hagan mucho caso, que o bien mis maestros no se explicaban bien o es que servidor no se enteraba, que es lo más probable; y así sigo, que cada día me entero menos y menos y menos y... Lógicamente, para agachar la muleta y ponerla manteniendo la distancia de seguridad entre toro y torero hay que agachar todo el cuerpo, dándose origen al bonito fenómeno de la L invertida, más conocido como la alcayata; no traten de hacerlo en sus casas, pues puede resultar peligroso para sus lomos. Solo si lo hacen bajo la supervisión de un profesional, y de los buenos, de la fisioterapia, con una bote de kilo y medio de Voltadon, eso de los dolores musculares. Pero aquí no acaba todo, que luego está lo de ofrecer la muleta, que puede ser echándosela a la cara con gracia para que el animal se engatuse en las bambas de la pañosa o que groseramente se le ponga el pico por delante, con ese clavo tan feo que asoma en el extremo del estaquillador.



¡Ay, señor! ¿No me podía haber quedado quietecito? Qué lío esto de fijarse en las fotos de don Julián, pero en el pecado llevo la penitencia. Porque, ¿qué me dicen de eso de pasarse el toro por la faja, corriendo la mano y sometiendo al toro ofreciéndole la panza de la muleta? Pues a mí me dirán lo que quieran, pero al Juli parece que no se lo han dicho nunca. Porque si en el cite ya se apuntaba la alcayata, en la ejecución, y nunca mejor empleado este término, decía que en la ejecución del natural ya no es alcayata, ya es la ferretería Hnos. López al completo, con sus tres plantas y todas sus estanterías al completo. Aquí sí que venía que ni pintado lo de bajar la mano, pero no, seguimos con las agachaditas, las lejanías y ese feo y obsceno pico de la muleta. Que cómo en lo del cite, en lo de pasarse el toro aún es posible superponer las imágenes de lo que hace el maestro y de lo que me contaban mis maestros. Al menos aún se puede encontrar un eje a partir del cual se puede establecer esta odiosa comparación. Eso sí, en lo del remate del muletazo, eso es harina de otro costal.



Si el remate es abajo y hacia adentro, ¿cómo se puede casar con el pa’ fuera y a lo lejos? Pues la cuestión queda entre el “malamente” y el “imposible”. Que no hay problema, porque don Julián arregla con una carrerita lo que no solventa mandando con la muleta. Pero ya digo que cuándo me puse a intentar encontrar algún punto en común, un arranque del que partiera una forma y otra, un camino que luego se bifurcara, lo que hallé fueron dos carreteras con origen en mundos diferentes y muy distantes, una me recordaba aquellas autopistas norteamericanas en las que sus rectas se perdían en el horizonte sin tan siquiera asomo de curvas y la otra una de esas carreteras de montaña enredadas entre sus faldas en busca de la cumbre, rodeada primero de bosques y según va tomando altura, rozando las nubes con los labios. Pero no quieran ver en todo esto ni rastro de adoctrinamiento, pues a cada uno le gusta lo que le le gusta y por eso, ni quito, ni pongo rey.


Enlace programa Tendido de Sol del 13 de noviembre de 2016:

martes, 8 de noviembre de 2016

La juventud: los socorristas de la plaza

¿Y si de verdad se plantaran de frente y torearan de verdad? 


Uno se pone a pensar en lo que ha pasado en esta temporada, ya con un poco más de perspectiva, mirando el bosque algo alejado, sin esa sensación abrumadora que provoca la inmensidad de los árboles a tu alrededor. En la calma de los primeros fríos a uno le da por echar cuentas, ayudado, por supuesto, por las opiniones de los aficionados. Unos hablan del año de Roca Rey, el vendaval; de López Simón, el perejil de todos los guisos; o de las cosas, llamémosles excentricidades, de Morante de la Puebla; y ya como postre, del tocomocho de Casas a Taurodelta, que aún andan queriendo cobrar su billete de lotería premiado.

Que no faltan temas de conversación para el que quiera iniciar un rato de charla, pero también podría pensarse que ha sido el año de los jóvenes, porque interesaba que hubiera no sé si un cambio de nombres, pero sí más variedad, más lomos para aguantar el paso. Ya digo que quitando al Morante, que se las pinta solo para complicarse la existencia, los demás han vivido su temporada con un sosiego del que no gozaban hace años. Que aparte de que muchos ya los consideran un mal inevitable y con el que hay que convivir de momento, no han tenido que soportar ni grandes broncas, ni tensiones incómodas. Que no digo que en tal o cual plaza alguien les pegara tres voces aisladas, que eso nunca falta, pero luego no trascendía, el eco era solo silencio. El Juli ha seguido matando lo mismo de siempre con sus trucos de siempre, por no decir trampas; Manzanares ha seguido componiendo a su aire; Perera ha mantenido ese nivel de aburrimiento innecesario; Talavante navegando en ese estar entre dos aguas del bien y del mal; Y luego esa legión de inevitables que siempre encuentran el apoyo de la prensa, Castella, Padilla, Finito, Abellán y tantos y tantos, que a veces uno piensa que igual es por eso por lo que ahí siguen.

Por su parte, los jóvenes se han mantenido ahí en unos casos por el tirón de taquilla y por la aureola que se les ha creado a su alrededor y en otros por lo que parecía adivinarse que iban a ser, con el factor en común de ese comprensible deseo de querer ver caras nuevas. El caso más sobresaliente es el de Roca Rey, al que confieso que solo le he visto en la plaza de Madrid, bueno, como a todos, para qué engañarnos. Que me dirán que incluso aquí en las Ventas triunfó sonoramente. Bueno, bueno, si el cortar despojos es sinónimo de triunfo, pues estamos ante la reencarnación de Lagartijo el Grande, pero, ¿y si hablamos de torear? ¡Ay! Aquí algunos tenemos nuestros peros. Igual el joven Andrés no toreó tanto. Para algunos aún no ha llegado aún a torear, si como toreo entendemos echarse al toro, toro a la cara, plantarse, pararse y mandar en las embestidas, lidiando y pudiendo a sus oponentes. Aunque no les digo yo que estas ideas puedan estar un poquito pasadas de moda, que no digo que no, pero, ¿quién quiere ser esclavo de las modas? Pero ya digo, de repente las multitudes se mesaban los cabellos al ver como se abanica a un animal sacudiendo los trapos por su jeta, con la única condición de que el animal pasara. Cosas de la modernidad, si el toro pasa, se ha toreado, aunque vaya a su aire detrás de la zanahoria. No me dirán que no es buen colchón y animador de masas para que las figuras se pongan a su rebufo y aprovechando el tirón del entusiasmo generalizado, hasta recolecten sus adorados despojos, cebaderos de estadísticas mentirosas.

A pesar de ese destoreo vendavalístico de Roca Rey, quizá se pueda valorar el que al menos pueda ofrecer cierta diferencia con los demás, pero ahora díganme ustedes, ¿en que se diferencia lo que hace López Simón de lo que nos llevan años ofreciendo las figuras? Pues quizá habría que agudizar la vista como si jugáramos a lo de las “siete diferencias”. Pero claro, habrá quién me diga que a lo largo de la temporada le ha mojado la oreja a fulanito y menganito, pero como hace lo que todos, esos todos tienes armas para otra tarde coleccionar más despojos que el de Barajas o cualquier otro de su generación de “emergentes”. El problema se les plantearía si llegara uno y se pusiera a hacer el toreo pur, de verdad, el de siempre. Ahí vendrían las complicaciones, pues no sé yo si habría más de tres que pudieran aguantar el tirón. Tirón que por otra parte, quién primero tendría que aguantar sería el propio que viniera con esas formas. Y si no miremos el ejemplo de José Tomás, al que primero tacharon de loco, suicida, inconsciente y no sé qué barbaridades más, porque se ponía y manejaba los trastos cómo los demás no imaginaban. Al final ha optado, según parece, por un camino extraño y ya parece que no es nada de lo anterior y hasta le permiten alternar con alguno de los fenómenos del sistema.


Y no sé si merece la pena extenderse en otros jovencitos a los que se les valora el estar ahí, pero que poco más se puede decir de sus condiciones de torero. De acuerdo que el valor es una cualidad que hay apreciar, pero en su justa medida. Poco se puede decir de la decisión de Javier Jiménez, hasta de la disposición de Román o ese parecer que quiere de Garrido, pero, ¿y lo de torear? Pues a uno le salen toros de cortijo en Madrid y se limita ver como pasan de un lado para otro; el segundo no da para más que entusiasmo y aguantar ahí las consecuencias que traen consigo el no saber lidiar, que el animal va de bueno a malo y de malo a peor, pero el chaval se mantiene ahía a ver lo qué pasa; y el tal Garrido, que ya está comprándose la placa de “aquí vive un artista” y no tiene más recursos lidiadores que ponerse de rodillas o veroniquear al aire en el primer tercio del toro de un compañero. ¡Caramba! Estos vienen con el cuchillo entre los dientes, ¿eh? Pues será para extender la Nocilla en el pan o lo que es peor, para extendérselo a los maestros a los que no solo no molestan, sino que además les libran de la presión de estar en primera línea. Al final van tenerse bien ganado el título de la juventud: los socorristas de la plaza.


Enlace programa Tendido de Sol del 6 de noviembre de 2016: