lunes, 3 de octubre de 2016

Lo que lucían en la finca

No por ser cárdenos tienen que comportarse como aquellos albaserradas de otros días


Qué bonitos tenían que estar los adolfos en la finca allá en Cáceres, con esas arboladuras de bergantín arrogante, con esas capas cárdenas, aunque quizá el que más podía recordar lo de Albaserrada era el que no era cárdeno precisamente. Seguro que muchos de los que han disfrutado con la última de Otoño los recordaban entre las encinas y se han emocionado al verlos sobre el ruedo de Madrid. ¡Qué láminas! ¡Qué estampas! Pero luego los veías por el ruedo y ya te tenían que decir que eran de Adolfo Martín, porque si no, igual no caías en el origen. Bueno sí, bastaba escuchar el entusiasmo del respetable y ver poner caras al Cid, como si estuviera protagonizando las mismas hazañas que su tocayo de Vivar.

No se podrá quejar el ganadero del público de Madrid, que a pesar de lo que ha salido, nadie le ha espetado aquello de ¡qué asco de ganadería! Que la cosa no era para tanto, pero ¡hombre! si aplicamos el mismo rasero para todos... O igual es que estaban aún estupefactos con la presencia de los adolfos ¡Qué láminas! ¡Qué estampas! En el primero sí que tuvo que tragarse el bueno de Rafaelillo aquello de “se va sin torear”. Anda que empezábamos bien con lo de la exigencia. Tres veces que fue el toro al caballo; para grabarlo en la piedra de Madrid, un toro recibe tres puyazos. No fue una pelea espectacular, ni memorable, yendo al peto solo una vez bien colocado en suerte, para que viéramos que tardeaba, se aproximó unos pasitos y entonces sí que se arrancó, cumpliendo con fijeza en el primer tercio. Tras dar la impresión de quedarse en banderillas, el murciano le trasteó por abajo, intentando alargarle el viaje, con el piquito de la muleta y hasta tirando de la embestida. Hasta se le vio algún derechazo aislado con temple, ¡qué cosas! Luego se empezó a atacar, a esconder la pierna con menos disimulo, probó por el izquierdo, pero por allí el animal se quedaba más, que si de frente, que si a ver si se puede, pero ya se había acabado el toro.

Al cuarto le faroleó de rodillas, pero en seguida se dio la vuelta cediendo terreno hasta los medios. Penoso tercio de varas, con todo quisque fuera de sitio, toreros, toro, caballos y el trompeta de la banda. Salió cortando mucho el viaje por el pitón derecho y por el izquierdo se quedaba a medio camino, consintiendo cada vez menos muletazos por tanda, para acabar echándose encima en cada serie. Por el derecho casi peor, solo quedaba convencerse de que allí no había ya nada y que no quedaba otra cosa que finiquitar y a otra cosa. Como aquí se percibió el peligro, entonces sí que se hizo salir a saludar al murciano. No se qué camino tomamos si se valora solo si hay peligro o no, olvidándonos si hay condiciones y conocimientos para vencer dicho peligro.

Aunque no se lo crean, todavía quedan aficionados con fe, inquebrantable, que aún creen en el renacer de El Cid. Les vale el más mínimo asomo para vislumbrar el regreso de aquellas tardes de gloria y buen toreo. Lástima que la realidad sea tan tozuda y que se empeñe una y otra vez en demostrar que no hay tal resurgir. A su primero no se puede decir que se le picara, sería mucho decir para dos leves picotazos. Ya en la faena de muleta se jalearon muletazos aburridos y sin convencimiento tirando del pico de la muleta, más dando aire al animal, que conduciendo la embestida. Peor por el izquierdo, incluso alborotado por momentos, con un trapaceo insulso del que el de Adolfo salía con la cara a media altura, como un mulo pasando por los tornos del Metro.

El quinto, cornalón, quizá exagerado, se lo quitó de encima en el saludo de capote. Hasta ponerlo al caballo le costaba al matador, cosa que por otro lado deberían hacer los peones y que lo saque el maestro. El toro se limitó a dejarse en el caballo, sin oponer casi resistencia. Trallazos con la muleta, largando tela para mandar al animal allá dónde cayera; vulgar, tramposillo y más dando aire que toreando, muy al hilo del pitón y cuando ya no quedaban más recursos, el arrimón sin sentido, pero consentido por esas voces extemporáneas que arrancan a aplaudir como si estuvieran delante de Machaquito y el Bomba con los Miuras. Y no, esta vez tampoco volvió El Cid.


Si alguien afirma con convencimiento de que morenito de Aranda estaba anunciado, pero no compareció, igual hasta le doy la razón. O lo mismo si compareció, pero no estuvo. Echemos también la culpa a los toros, que algo tuvieron que ver, pero una cosa es no poder y la otra la disposición. A su primero no le pudo picar, a riesgo de que se derrumbara allí mismo. Lo cuidó para no hacer un estropicio en el presupuesto de toros a la empresa y lo pagó. Muletazos con la derecha en los que el animalito iba y venía sin más, para acabar rodando por el suelo cuándo se echó la pañosa a la zocata. El sexto salió buscando la salida desde el primer instante. Bien recogido por abajo por el espada, se le dieron dos puyazos con ganas, de los que salió como un mulo, un primo del que pasaba por los tornos del Metro. Pases y más pases sin un gramo de garbo, ni de torería, teniendo que trajinar además con esas ganas de irse a su casa. Hay que ver que panda de bueyes ha echado el señor Martín para cerrar la feria de Otoño de Madrid, con lo que lucían en la finca.

Enlace al programa Tendido de Sol del 2 de octubre de 2016:

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