martes, 26 de enero de 2016

Al final, se acabó rajando

Si el toro no aguanta esto, ¿qué más da lo que dure?


En esto de los Toros, perdón, la Tauromaquia, de un tiempo a esta parte uno escucha unas cosas que le dejan entre asombrado y pensativo. A veces incluso me asombro de haberme puesto a pensar. Cuando aficionados, toreros e incluso ganaderos hablan del toro, no es infrecuente eso de que lo bueno es que el toro aguante hasta el final. Claro que sí y yo digo más, el toro siempre aguanta hasta el final y no pretendo imitar a Perogrullo, pero la cosa es así y punto. Otra cosita es dónde cree cada uno que debe estar el final. ¿Después de tres días de faena y mil quinientos trapazos? Eso no hay animal nacido de vaca que lo pueda soportar. Si acaso, para acercarse a tal marca casi olímpica, el camino tiene que ser no llano, sino cuesta abajo y con el piso que resbale, a ver si así el animalito llega a la meta. O lo que es lo mismo, anulamos los tres tercios, obviando sobre todo el tercio de varas, no se le somete ni por equívoco con la muleta y a ver si así llegamos a esa cifra mágica de la modernidad.

La cosa en si misma ya parece poco recomendable, te quito dos partes del show con el único fin de alargar sin sentido la última parte. Vamos, que es como si en una película del oeste nos dicen que el chico rubio es el prota, la chica monina es la prota, el moreno cejijunto el malo, aquí el rancho del padre de la chica, el caballo del chico y a los diez minutos nos ponen la boda. El moreno enfurruñado, la chica feliz, el chico entusiasmao, el padre que no se lo cree, el caballo que no se entera de nada y dos horas de ceremonia, así a palo seco. ¡Qué gran película! ¿Que no se han enterado de nada? ¿Y qué más da? Lo importante es que haya boda, que los mozos sean felices y coman perdices y aquí paz y después gloria. No, ¿verdad? ¿Y por qué tragamos lo mismito en una corrida de toros?

Volvemos a la cantinela de siempre, nos roban dos tercios y todos callados. Y es que no se le puede picar al toro, no vaya a ser que perdamos quinientos trapazos y casi no pasemos del millar. Lo de ir tres veces al caballo no es que sea una utopía, es que lo han convertido en una aberración. Imagínense ustedes. Pero es que si no, el toro no dura hasta el final, hasta su final, hasta el final que no sé que mente tan perversa como despejada ha establecido en una letanía insoportable de mantazos al viento. El toro se supone, solo se supone, que debe aguantar un tercio de varas en el que se le pueda ver, que demuestre su bravura al menos entrando tres veces al caballo y en el que se pueda ahormar la embestida del animal; después recibir tres pares de avivadores y finalmente, en el tercio de muerte, una faena de una veintena de pases, tanda más o tanda menos, para concluir con una estocada. ¿Cuánto más tiene que aguantar, que durar, un toro? Y por si fuera poco, él es quién debe marcar el final, no el preclaro que decide que debe llegar tras el trapazo un millón. Él, el toro, es quién pedirá la muerte y el matador quién debe percatarse de ello y montar la espada para concluir la lidia. Ni más, ni menos.


¿Qué supone esta duración impuesta por no sé quién, ni por los gustos de no sé qué tipo de público? Pues principalmente el robarnos una parte importante de la lidia, del espectáculo, una parte que cuando se desarrolla con verdad levanta a la gente de sus asientos, engrandece a los toreros y enaltece al toro, máximo protagonista del tercio, de la lidia y de la Fiesta de los Toros. La pantomima nos evita además, el poder ver al toro, el observar su condición y no tener que empezar a adivinar y espetar vaticinios infundados y sin fundamento. Y aunque a muchos les parezca que el último tercio seguiría invariable, excepto por la exagerada extensión de las faenas, es en esta fase de la lidia en la que más se resiente la Fiesta, pues pasamos del toreo puro, del verdadero en el que cada muletazo es una oportunidad de dominar y someter al animal, a un baile, una danza en la que el principal protagonista pasa a ser un monigote vestido de luces y el de las patas negras un simple colaborador, una parte más del atrezzo de la Tauromaquia 2.0. Pensarán que es duro, irrespetuoso o cómo quieran calificar eso de monigote vestido de luces, pero es que a esos señores me cuesta mucho llamarlos matadores de toros y tratarlos con el respeto y máxima admiración que me merecen. Esos que dirigen la lidia, que la miden, miden el castigo, las distancias y los terrenos, desarrollando el toreo y será por eso que obedeciendo al toro se entregan en la suerte suprema cuando este lo manda y por eso no tenemos que escucharles eso de que al final, se acabó rajando.


Enlace de Tendido de Sol del 25 de enero de 2016:
http://www.ivoox.com/tendido-sol-25-ene-2015-audios-mp3_rf_10188376_1.html

jueves, 21 de enero de 2016

Cuando yo sea alcalde de Madrid

Con toda mi corporación local


Ya está, me he liado la manta a la cabeza y me he decidido: me presento a las próximas elecciones a la alcaldía de Madrid. Que no, que no, que no me quieran quitar la idea de la cabeza, que ya está pensao y repensao, que le he dedicado el tiempo que va del aperitivo a la comida y en esos cinco minutos lo he meditado muy detenidamente. Las cosas hay que pensarlas y uno no se puede echar al ruedo así por las buenas. Y digo más, no hago otra cosa que seguir el ejemplo de la señá Manuela, tanto en esto, como en el programa que voy a poner en práctica. ¿No decide ella quitarse del medio lo que no le gusta? Pues servidor también. Y si a alguien le molesta, que se vaya de Madrid, qué digo de Madrid, de la España entera. Que luego para criticar siempre hay bocas, que uno va por ahí y no para de escuchar a los insatisfechos atacar a todo el mundo, que no te dejan tomarte el vermú o la cañita a gusto. Si es que al final no va a haber quien vaya a los bares. ¡Coño! Si se quieren quejar, que vayan a la OCU, al Ayuntamiento, que voten a otros, que pidan hojas de reclamaciones, que pasen reclamaciones por el registro de los organismos oficiales, pero que nos dejen vivir.

Aquí les expongo mi programa electoral, que no se piensen que es para pedir su aprobación, ni consejo, ni na’ de na’, al que no le guste, ya saben, que se vaya de España. Eso sí, durante la campaña les pasaré la mano por el hombro, campechanamente me mezclaré con ustedes en las celebraciones populares, abrazaré niños, besaré a las señoras de edad, trataré a los ancianos como si fueran imbéciles y se acabaran de caer de un guindo, guiñaré el ojo a los jóvenes, así como si fuera su colega, bailaré la Macarena, les hablaré y les hablaré, pero sin decir nada, en fin, lo habitual de las campañas. Y ya vale de preámbulos. Vamos al lío. Estas son mis medidas:

-                          Eliminaré el Bicimad y prohibiré circular en bicicleta por la capital, pues servidor no sabe montar en bici y a mi edad no lo veo ya muy factible.

-                          Se prohibirán las pescaderías y se erradicarán de los mercados de abastos, mercados, hipermercados, súpermercados, minimarkets y hasta de las tiendas de los chinos, porque no me gusta el pescado y me recuerda la represión infantil que sufría cuando me obligaban a comerme la merluza rebozada. Me traumaticé, así de claro.

-                          Queda prohibido el consumo del gazpacho en lugares públicos y privados, por la misma razón de lo del pescado.

-                          Se eliminará el Estadio Bernabeu, se prohibirá cualquier sentimiento o acto de adhesión a dicho club, que por otra parte deberá desaparecer en el plazo de “en seguida”. Igualmente se hará desaparecer cualquier posible referencia a dicho club, como la editorial Santillana, la calle Velázquez, la estatua de Velázquez, el Domingo de Ramos, los cristianos, el nombre de Raúl y, por supuesto, nadie se llamará ya jamás Santiago. Y el color blanco será “el clarito”. ¿Qué pasa? Yo soy del Aleti. Estoy en mi derecho, ¿no? Si a mí no me gusta, ¿por qué no lo puedo hacer?

-                          Se cerrarán todas las piscinas de la capital, porque a mí no me gusta bañarme en las piscinas, y si acaso podrán continuar su actividad solo aquellas que tengan el agua calentita.

-                          Se suprimirá toda actividad que se realice por las mañanas, que a mí no me gusta madrugar.

-                          Se impondrá la asistencia a las corridas de toros al menos una vez a la semana, porque a mí me gustan los toros y considero que eso es algo bueno para todo el mundo. Y aplaudirán y protestarán a quienes yo diga, que para eso soy el alcalde.

-                          En lugar de conciertos de cantautores, solo habrá pasodobles, copla y música de los Beatles, así que los Rollings, ni hablar. Si acaso Queen y Pavarotti.

-                          Se retirarán todas las licencias a los restaurantes vegetarianos, chinos, vietnamitas, wok, cocina de Turkmenistán, Uzbekistán, Azerbayán, Kafiristán y todos los tan que a mí no me gusten, bien porque lo que me gusta es la tortilla de mi suegra o porque no soy capaz de pronunciar esos países con soltura.


Pero estas son solo algunas de las primeras medidas; ya se me irán ocurriendo más cosillas para mejorar la convivencia. De momento ya tengo planeado el volver a incluir los toros dentro de la página web del Ayuntamiento de Madrid, porque eso sí que me gusta a mí. Y les garantizo que a partir de entonces viviremos en una ciudad en libertad, en fraternidad, en paz y con todo el mundo contento y al que no le guste... Pero todo eso será cuando yo sea alcalde de Madrid.

lunes, 18 de enero de 2016

Los límites del maltrato y el bienestar animal

Su bienestar nos preocupa más de lo que algunos puedan pensar. Llega a convertirse en un motivo de nuestras vidas


¡Feliz San Antón a todos los animalitos de la creación! Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, doña Inés Sabanés aprovecha la oportunidad para pedir a la Comunidad de Madrid que aclare cuáles son los límites de lo que se considera maltrato animal y lo que se ha dado en llamar su bienestar, sin dejar de lado a la Fiesta de los Toros. No me dirán que no es admirable la propuesta de doña Inés. Siempre ha sabido muy bien lo que se hacía y en este caso, no iba a ser menos. Así, de un plumazo, saca los Toros de la barra del bar, de la anécdota animalista de señoras y señores desnudos en la calle embadurnados con pintura carmesí, para introducirlo en al ámbito legislativo. Ahí sí que puede ir directamente contra la Fiesta, poniendo las bases de la abolición, sin tener que andar con eso de las manifestaciones multitudinarias, que no es el caso, ni del mayoritario apoyo popular, que de momento tampoco es la cuestión; más bien parece que ganaría el bando de los apáticos que el de los ruidosos activistas. Y lo que es peor, no creo que ningún político vaya a plantar cara a semejantes propuestas con argumentos de peso, con convencimiento y sabiendo qué es lo que los Toros necesitan, separándolo del interés de los que luchan exclusivamente por su negocio. De estos se puede esperar cualquier cosa. No me veo a las figuras peleando por el toro, no va con ellos, lo harían por “su arte”, “su cultura”, “su tradición” y “su saca”. Que ya pueden obligarles a no matar el toro en la plaza, ya pueden llamarles asesinos en serie en su jeta, que si no ven peligrar “su pasta”, tranquilos, no moverán un dedo.

La cuestión es delimitar eso del maltrato y bienestar animal. Quizá sea más fácil de lo que creemos, aunque a lo mejor el delimitar la cuestión podría molestar a más de uno y hasta podría ser que se le complicara la vida a esos que tanto aman a los animales. Podríamos hablar de que el maltrato y bienestar animal se empieza a producir en el momento en que a los animales se les obliga a vivir sin que se respete su condición natural, una forma de vida que respete sus condiciones naturales y que no reprima sus instintos innatos, que no le aleje de su medio natural y que no tenga que incorporar comportamientos ajenos a su especie y a su condición de animal, respetando su derecho a serlo hasta el momento de su muerte, sin que su vida y modo de vida dependa de estos cambios y adaptaciones a un medio para el que genéticamente no están dotados. Con estricta observancia de estos preceptos hasta el momento del sacrificio de estos animales para el consumo humano.

Vayamos al caso del toro de lidia. Desde que nace, hasta que muere en la plaza, no existe ningún intento de modificar sus condiciones naturales, ni de sus instintos, que, no se sabe por qué, le impulsan a atacar a todo aquello que se le acerca, ya sea para darle un beso o un muletazo. Y aprovechando tal hecho, durante la lidia el hombre intenta canalizar tales impulsos hasta el último momento, el de la estocada. El ganado de lidia nace en el campo, se le mantiene con la manada hasta el año de vida, para a partir de ahí pasar a hacerlo con sus hermanos de camada, durante uno, dos, tres y hasta cuatro años más. Y siempre en la dehesa, en el medio natural en el que ha venido viviendo los últimos miles de años. Según restos fósiles, en las cuencas de los ríos donde ahora se cría el toro de lidia, podemos estar hablando de unos 50.000 años. Mucho más de lo que los hurones, los huskies, los chow chow, las iguanas o los agapurnis llevan viviendo en la península ibérica. Que puede darse el caso que a los animalistas les sea más difícil explicar eso del bienestar animal en un piso de Canillejas, Moratalaz, la Prospe o Aluche, que a un criador de bravo del Campo Charro. Que hasta puede que si se consultara a algún psicólogo animal (¡Madre mía!, me horroriza solo decirlo), lo mismo nos descubre que una mascota no goza de todo el bienestar necesario si está encerrado en un piso durante todo el día, saliendo solo por la mañana y por la noche para hacer sus cositas y sus cosazas. Que eso de tratarle como un ser humano le desquicia más que le beneficia y que vivir a más de cuarenta grados de lo que siempre lo ha hecho su especie, sin permitirle desarrollar su instinto de caza, de vida en manada y de integrarse y hacerse con su lugar en esta, digo que esto, puede que sea una forma de maltrato animal y que se aleje, pero mucho, de su ideal de bienestar. Pero claro, a estos animales les podemos subir al sofá, meterlos en la cama, ponerles un jersey a rayas y dar besos en el hocico y a un toro, una vez superados los quince días de vida, pues, ¿qué quieren que les diga? No es recomendable. Aunque de momento tenemos que fiarnos de doña Inés Sabanés, de otros compañeros de escaño suyos y de si la viabilidad de los Toros depende de un puñado de votos, de algún que otro acuerdo de gobierno o vaya usted a saber, sin que creo que realmente salgan a la luz unos criterios con sentido común que aclaren cuáles son los límites del maltrato y el bienestar animal.

Enlace programa Tendido de Sol del 18 de enero de 2016:
http://www.ivoox.com/tendido-sol-18-ene-2015-audios-mp3_rf_10109406_1.html


viernes, 15 de enero de 2016

Japón, cuna del flamenco, asesorados por Céret

Si hay algo con lo que el aficionado identifica la Fiesta en Francia, eso es el respeto por la suerte de varas en muchas de sus plazas.


Si a alguno de ustedes desean sentir el flamenco y que este les llegue a la fibra, les desgarre el alma, tocar el duende con los dedos y mirar el quejío a los ojos, no lo duden, viajen a Japón, a los tablaos de Tokio y alrededores. Viajen a los orígenes, a la esencia, Japan Airlines fleta cinco vuelos diarios a Osaka. ¿Absurdo? No, ¿por qué? Es más, el que quiera montar un tablao en el barrio de Triana en Sevilla, en el barrio de la Viña de Cádiz, en Jerez o en el Madrid castizo, que se ponga en contacto con los organizadores de la Semana Flamenca de Tokio, el señor Naruito, el señor Toko Mori y el señor Naruiatsi, que muy gentilmente le revelarán todos los secretos del cante, el toque y el baile. Son verdaderos expertos. Incluso se dice que han sido asesorados por Manolo Manteca, el Cojo de Chipiona, Jacinto Bocanegra, el Mudo de Osuna y José Juárez, El Manco de la Isla. Eso sí, adivinen ustedes cuál es su fuerte en eso del flamenco. Entre todos le montan un tablao en la habitación de una casa de papel de bambú. Vale, de acuerdo que la acústica no es la ideal y los bailaores solo pueden bailar sentados, pero a buenas intenciones no les gana nadie. Doscientos pavos la juerga y los españoles que se van para allá vuelven encantados. Aquello sí que es flamenco del güeno, no lo de aquí.

¿Y por qué será que esto suena rocambolesco, poco viable y hasta un tanto...? Dejémoslo ahí. Pero resulta que el que quiere ver toros de verdad se tiene que ir a Francia. Y no voy a ser yo el que no reconozca las virtudes del país vecino. No sé si tenemos mucho que aprender de ellos, quizá sí, porque de todo el mundo se aprende, si es que hay voluntad y capacidad para ello. Pero igual su mayor aportación sea el obligarnos a hacer memoria de cómo eran los toros en España hace años, de cómo el toro era el centro de todo, cómo se tenía en cuenta al aficionado, cómo se le respetaba, cómo se ponía a los buenos y se repetía a los mejores y cómo los malos, toreros o ganaderos, se tenían que quedar en su casa si no cumplían cómo se esperaba de ellos. Así, sin más, eso es lo que se hace en el país vecino. Fácil, ¿eh? Pues ya ven. Quizá habría que aprender eso de la autogestión, que los aficionados elijan toros y toreros, que den el visto bueno a lo que se va a lidiar en sus plazas y que vayan con el dinero por delante, dejándose en paz de chanchullos, pasteleos y enredos que solo benefician a los mediocres y a los chupasangres que inundan nuestra Fiesta. No sé si tal autogestión sería efectiva en España, no porque las leyes y la Administración no lo permitieran, sino porque no sería de extrañar que los comisionados elegidos se convirtieran en taurinos de pro a los diez minutos. Quizá ese sea el mayor obstáculo para el triunfo de estas fórmulas que tan eficazmente funcionan de los Pirineos para allá.

Quizá también deberíamos aprender de Francia eso de “a Dios rogando y con el mazo dando”, ¡qué cosas! Aquí se hacen declaraciones y más declaraciones con el fin de proteger los toros y punto, como si comprando el jarabe se nos curara la tos. Los señores políticos y profesionales del gremio se hacen la foto, ponen cara de sesudos y cada uno a lo suyo, a mantener el negocio. Los señores franceses también hacen sus declaraciones oportunas para proteger y garantizar la buena salud de la fiesta. Y digo garantizar la buena salud y no garantizar la permanencia de la Fiesta por los siglos de los siglos. Así nadie podrá prohibirlos, en teoría y mientras no se promulgue una nueva ley que contradiga la anterior, pero allá penas si la degeneración se lleva por delante nuestra pasión. Los galos además de comprar la medicina, la administran cada ocho horas o después de cada comida, en forma del toro íntegro, respetando y dando el valor que tiene la suerte de varas y anunciando hierros que en España ni se nombran y que si no fuera por esa válvula de escape que es Francia, habrían desaparecido hace tiempo.


Quizá a muchos les resulte novedoso, vanguardista incluso, lo que se hace en Francia, la forma de llevar la fiesta, pero no, ni es moderna, ni una locura, es lo que se hizo siempre, aplicando un enorme sentido común. Lo que me cuesta asimilar es cómo los aficionados hispanos corremos a cruzar la frontera para ver toros, con unos esfuerzos de tiempo, dinero y energías admirables, pero en cambio a este lado de los Pirineos parecen sumisos pagadores, dóciles y tiernos señores que callan y otorgan. ¿No merece nuestra Fiesta, la de aquí, un poco más de raza, casta y bravura? Que nadie vea una censura, pues también entiendo el hartazgo que les ha conducido a este callejón sin salida, faltaría más. Ese viajar a ese nuevo Perpignan taurino. Pero exijamos, exijamos y exijamos. Que vuelva lo que nunca debió dejar de ser, exijamos la suerte de varas, exijamos el toro, exijamos la variedad, exijamos el respeto por la lidia, exijamos. Lo tenemos en nuestra mano, no se puede dejar esto morir, porque como se muera el flamenco en Jerez, se desintegra en Japón. Agradezcamos a los señores de Céret su ofrecimiento para exportarnos su modelo de gestión, faltaría más, pero quizá antes tendrían que pensar en dar toros en plazas en condiciones, no en patios de colegio en los que no caben ni las rayas del tercio, que realmente, si el sentido común imperase, sobran, lo mismo que esos inventos de pintar el ojo de una cerradura en el ruedo, esa necesidad de recordar a los espectadores la procedencia de las ganaderías, yéndose en ocasiones demasiado lejos en eso de la genealogía, así como ese afán de encumbrar gladiadores y no toreros, esa admiración por los vestidos ajironados y no por la torería que no deja asomar el desmadejamiento del que acaba de vencer a la muerte. Y si todo esto les parece un imposible, un absurdo, pues entonces apriétense los machos y prepárense, porque entonces sí que se hará realidad lo de “Japón, cuna del flamenco, asesorados por Céret”.

lunes, 11 de enero de 2016

Puntillas sin apuntillar, puyas sin picar, estoques sin estocadas, toros sin toro... ¿Seguro que les gustan los toros?

¿No será que algunos no se han dado cuenta de que no le gustan los toros?


Conocía yo a una joven entusiasta de las hamburguesas, moría por ellas, pero siempre y cuando la hamburguesa no llevara carne, era vegetariana; ni lechuga, ni cebolla, le provocaban flatulencias inconvenientes; ni queso fundido, le hacía bola; ni salsa de tomate, ni mostaza, ni mahonesa, pues las salsas no eran buenas para la salud. Y acababa con dos trozos de pan y dos rodajas de tomate y al que le dijera que a ella no le gustaban las hamburguesas les ponía de hoja perejil, desde ignorante a insano mental, a carnicero devorador de inocentes animalitos y exhalando a bocanadas el grito de auxilio de la cebolla ya zampada con gusto. Pues les rogaría a muchos que no se burlen de mi amiga, no sin antes hacer un profundo y minucioso examen de conciencia. Porque igual resulta que caen en la cuenta de que hay muchos aficionadísimos a los toros, exigentes como nadie, según ellos mismos, conocedores de castas, encastes y dinastías bovinas, vigilantes de lo güeno, amantes del arte y fieles de la cultura taurómaca a los que a lo mejor no le gustan los toros.

La verdad es que uno no da crédito. Lo mismo escucha a uno que parecía que era matador de toros, cuestionar eso de que el toro muriera a estoque en el ruedo. Otros, como uno de esos mediáticos que con su palabra regulan el precio del pan, que esto no es tragedia, que esto es el pase bonito y punto. Luego los que quieren imponer la puya retráctil, esa de te pico, pero no te pico y si te pico, el respetable no se entera. Que lo de la suerte de varas es un trámite a minimizar y que cuando ven que el del penco levanta el palo, rompen en cerrada y entusiasta ovación. No se entiende el toro toro, porque impide a los maestros expresarse, como si estos tuvieran algo interesante que decir en el ruedo; no caen en que antes de pronunciar, hay que poder hablar. Los que se ponen a temblar con la simple visión de un verduguillo o una puntilla, que será por eso que el banderillero de allá los mares, don Emerson Pineda, se ha sacado de la manga eso de “el perno cautivo”. Si hasta el nombre ofende a los amantes de la libertad.


Después de esto yo me pregunto, les pregunto a estos señores tan humanos, tan humanizados, tan humanistas, tan humanamente maniqueos: ¿A ustedes realmente les gustan los toros? ¿Sí? ¿Están seguros? Que no es que yo quiera crearles ningún problema existencial, ni que lleguen al nihilismo taurino, pero igual estaría bien que le echaran una pensadita a todo esto. Pero eso ya digo que es cosa suya y ni servidor, ni nadie puede ni hacer amago de meterse en las cosas personales de cada uno. Eso sí, lo que sí les pido es que breguen ustedes de la mejor manera que se les ocurra con todo esto y no pretendan que los demás nos convirtamos a su neotaurinismo sin taurinismo que ustedes profesan con tanto convencimiento. Déjennos que pidamos el toro, pero el toro de verdad y que exijamos a los toreros que les toreen, que les lidien, que les puedan y el que sea capaz, tenga ganas, arrestos y pueda, que haga arte. No pretendan embaucarnos con esa doctrina de barra de bar de que con el toro no se puede torear bien y hasta bonito. Con el toro no puede torear el que no puede, así de simple, ni bonito, ni feo, porque para producir ese arte que a ustedes les hace que se le licuen las canillas solo hace falta un toro y un torero. Y quien ponga excusas de que los artistas necesitan un borrego a modo, entonces es que son borregueros, pero no valen para toreros, son unos incapaces. ¿Les parece duro? ¡Hombre! Es que esto del toro es muy duro, muy complicado y como decía el maestro, además es muy peligroso. Si será serio y de verdad esto, que la cosa va de la vida y la muerte. Difícil de asimilar; por supuesto, pero esto es así, lo otro, lo suave, lo light, lo blandito, lo amable al extremo es otra cosa. Que ustedes lo quieren llamar tauromaquia, pero también mi amiga le llamaba hamburguesa a eso que con tanta pasión defendía. Qué no pasa nada porque a ustedes no les gusten los toros, porque ustedes prefieran el ballet al toreo, el mojicón al toro y la juerga verbenera al toreo. Que no todo el mundo tiene que aficionarse; es más, por mucho que se empeñen, los toros no puede jamás llegar a ser un espectáculo de masas a la manera de otros deportes que a muchos les sirven de modelo, aunque no lo reconozcan. Esto del toro es tan complicado, que como decía Machado, no todo el mundo tiene la sensibilidad precisa para poder serlo. Que no estamos hablando de volver a los caballos despanzurrados en el ruedo, ni queremos que se vierta la sangre de los toreros. Simplemente queremos que el toro tenga opción de coger al torero en cada embestida y que el torero las libre con su saber y valor. ¿Duro, eh? Pero así es esto. Quizá esos amigos suyos de los antis se darían cuenta de que esto va de verdad, que el toro es el rey y no un instrumento, un mero colaborador. Y por eso los toreros, los que salen victoriosos de ese juego, el aficionado los convierte en ídolos, en dioses que alcanzan la eternidad. Porque es el aficionado quien con su memoria conduce a los toreros a la gloria y los instala allí por los siglos de los siglos. ¿Que ustedes lo quieren basar en número de trapazos y orejas? Allá cada uno. Eso sí si lo que quieren es eso de las  puntillas sin apuntillar, puyas sin picar, estoques sin estocadas, toros sin toro... ¿Seguro que les gustan los toros?




Enlace programa Tendido de Sol del 11 de enero de 2016:
http://www.ivoox.com/tendido-sol-11-enero-2016-audios-mp3_rf_10027889_1.html

domingo, 3 de enero de 2016

Queridos Reyes Magos, ¿me traéis un toro?

Mis queridos Reyes/as Magos/as

Yo sé que somos muchos los niños que pedimos cosas y cosas, que hacemos listas muy largas de todo lo que queremos que nos traigáis, quizá esa sea la explicación a tantos años ignorando mis deseos. ¡Vale! Yo soy un niño bueno, que se come todo, que obedece sumisamente a sus papás, maestros, hermanos mayores, personas mayores, políticos que son los mayores... y además, soy muy comprensivo; así que borrón y cuenta nueva, sin rencores. Eso sí, por favor, no paséis de mí también este año, no sé si lo podría resistir y tampoco sé si a ustedes, mis majestades, les quedaría mucho en el cargo, pues no tardaría ni dos minutos en ponerme de parte de esa idea del Papa de las Reinas Magas. Que tengo la sensación de que ustedes se me han acomodado, se han aferrado al cargo y aunque no sean capaz de cumplir las ilusiones de los niños, aquí no dimite nadie. Pues ojito, que vienen las reinas.

Bueno, pues a lo mío. Yo este año solo les pido una cosa, algo muy facilito: Un toro. Uno de esos con sus pitones, su trapío, con presencia y cara de acoj... y cara de toro. El color lo dejo a su gusto, me da igual negro, que cárdeno, que castaño, que berrendo, ¡berrendo! Ya ni me acuerdo como es un toro berrendo. Pero ya digo que en esto no me voy a poner pejiguero. Eso sí, que sea encastado y si ya fuera bravo, ¿para qué más? Es que ni me lo puedo imaginar. ¡Un toro bravo y encastado! ¿Existirá de eso?  Pero ojo, que no quiero un toro bravo y encastado de esos que pone debajo de la penca del rabo “Made in Taiwan”, no, de esos no. Creo que esos tienen piezas pequeñas desmontables y me las podría tragar y que luego me hicieran daño por no poderlas digerir. Que cuando no se puede digerir un toro de estos se pasa muy mal. Que ha habido veces que la gente ha estado toda una temporada a ver si eso pasa y que no hay manera. Mejor, en este caso, producto nacional, o ibérico, que da lo mismo. No vamos a discutir ahora que el toro sea un Palha o Murteira, ¡Quiá! Faltaría más. Hombre, si es por afinidad del paisanaje, estaría de fábula que fuera uno de Salamanca. Lo mismo, hasta podría ser berrendito y todo. ¿Podrá ser este año? Miren ustedes que con solo un toro ya me apañaría yo para ir poniendo en su sitio más de tres desajustes de esto de la Fiesta de los Toros.

Con un toro, pero de los que yo quiero, ya no tendría que pedirles un ordenador, ni un clasificador, ni nada. Esto es como la termomix, tú lo pones en el ruedo todas las tardes y él solito te va poniendo todo en claro. “Tú vales, tú no vales, tú para allá, tú para adentro, a ti te quiero volver a ver”. Y sin tenerle que dar más instrucciones. Lo que son las cosas, que sabia es la naturaleza. Un simple torito bravo y encastado te hace la limpia de las malas hierbas en un pis pas. Además también se ocuparía de que la pureza volviera al toreo, no esa de los encastes, sino la del toreo de verdad, la del toreo puro, pues a este torito eso de que le citen y le quieran llevar con el pico de la muleta, pasándolo a larga distancia, allá por la circunvalación y en línea recta, sin mandarle y sin bajarle la mano sometiéndole, lo lleva mal. Que le da por levantar los pies del suelo al atrevido que ose intentar tomarle el pelo. Pero no se confundan, que no es mal chico. Si le haces las cosas como se debe y desde el primer momento se le hace saber quién manda allí, al final suele entregarse, sin que te deje confiarte, pero se entrega.

Además, con un toro, en cuantito que el público lo viera, seguro que se enamoraría de él y ya no soportaría ni una sola tarde más ese animalejo del “made in Taiwan”. Me juego un duro que sí. Que eso de la durabilidad, la toreabilidad y la aburribilidad iba a saltar por los aires a la voz de ya. Iban a volar los yintonises y los canapeses a la primera arrancada. Se iban a arruinarlos vendedores de pipas y chuches a la puerta de las plazas. Eso sí, igual si alguno reconvertía el negocio y vendiera valeriana embotellada, igual hacía el agosto. Los toreros ya no tendrían que ir mendigando respeto, ni ir asaltando plazas para arrancar orejas, como si fueran robagallinas en la noche. El público y el aficionado se les entregaría sin reservas. Quizá sería el momento de recuperar al matador de toros y comenzaría la extinción de la figurita de mazapán. Bastaría que el toro, mi toro, saliese todas las tardes, para acabar con los bailes de corrales, las amenazas de no torear y los atropellos exigiendo inconfesables manipulaciones de los pitones. Y todo esto con un toro.


Los voceros de las teles, las radios, prensa del movimiento y redes sociales tendrían que volver al sitio del que nunca debieron escapar, al de la verdad del toro, al de su integridad, sin concesiones a la figurita que luego responde a los halagos generosamente. Quizá hasta dejarían de lado ese afán de adoctrinamiento de las masas para que no molesten a los que tanto les dan. ¿Se imaginan ustedes? Mis majestades y todo esto solo con un toro. Que no pido más, que no hace falta ni güiffi, ni bluetooth, ni actualizaciones, ni na’ de na’. Ustedes me traen el toro y ya les digo, él solito me hace el resto del trabajo. Que si me traen a mí el toro, seguro que a muchos aficionados ya no tendrían que traerles nada, que con mi regalo se apañarían con todo el gusto del mundo. Piénsenlo. Y no les entretengo más, lo dicho, queridos Reyes Magos, ¿me traéis un toro?