sábado, 30 de mayo de 2015

Finito chochea, pero no torea y Luque se va a la garita

Hay que evitar que el picador acabe siendo un mero elemento decorativo, más todavía de lo que ya es


Cuando a Madrid llegaba un maestro, se le rendía respeto como tal; a Frascuelo se le hace saludar cada vez que pisa este ruedo; a Antoñete se le vitoreaba a la madre que le parió; al Viti se le rendía ovación cerrada en cuanto asomaba por la puerta de cuadrillas; a Curro se le esperaba con una ramita de romero en la solapa. ¡Lásima! Finito ni es maestro, ni se ha ganado el respeto como torero en el ruedo de Madrid. Otra vez será. Eso sí, él se preocupa porque este mejore cada día, deseando que se incomode menos con las salidas de tono de algunos que se pasan por aquí, que nos ofusquemos menos cuando vemos tanta trampa, tanta vulgaridad, tanta caricatura de torero y tanto animalejo que quieren hacer pasar por toro. Muchas gracias por este desvelo. Y cuando uno tiene razón, hay que dársela. No se puede uno tomar todo esto a la tremenda, si lo más que puede pasar es que desaparezcan los Toros y que él se quede en el paro. Y no ha podido elegir mejor ejemplo que el del tenis. Pues sí señor, más claro agua. Que habla alguien que sabe de esto de fijarse en otros deportes. Él es un maestro del tancredismo, ahí lo tienen, se paró a meditar sobre el ajedrez, vio como los jugadores se tiraban horas sentados en una silla y sin menear una ceja y él, ni corto ni perezoso, se aplicó el cuento. Y ni se despeina, aunque se inhiba absolutamente de lo que pasa en el ruedo. Qué grande Finito, como no le van a jalear estas salidas mezcla de Super Nanny con Hermano Mayor y los Payasos de la Tele.

Además hay que valorarle el que actúe de acuerdo a lo que debe ser. Los Juan Pedros, de toda la vida de Dios tienen que ser unos animalejos moribundos y atontados. Pues si salen con un poco de chispa, una pizquita de picante, pues él a lo suyo, a tratarlos como borregos. Ante todo hay que ser consecuente. El maestro de Sabadell recibió a su primero con unos trallazos espasmódicos, manejando el capote como si en el momento de iniciar el lance recibiera una descarga en semejantes partes. Quizá eso hizo que lo dejara suelto por el ruedo, ¡Viva la libertad! Solo le aguantaron el palo, mientras el animal tiraba derrotes con desesperación. La segunda ya ni se la señalaron casi. El viento molestaba bastante, que todo hay que decirlo y lo notó Talavante en su quite. El animal cortaba por el derecho y se dolió sin reparo de las banderillas, pero fue ver la muleta y la seguía como un enamorado. La lástima es que el suegro meneaba a su enamorada con mucho pico, citando fuera de cacho, mucho enganchón, medios pases y con bastante trampa. Y que me perdone don Finito, pero es que uno no ha tenido una educación esmerada y no me limaron esta condición de criticar los defectos de los toreros, especialmente cuando percibo que me la quieren colar. El animalito se iba haciendo el dueño, las fuerzas le fallaban y la búsqueda fue más despaciosa. Más maleducados, como servidor, arreciaron en sus protestas, lo que hizo que este gentelman del toreo se encarara con ellos, así como con un: “¿Passsa colega? ¿Passsa alguna cosa? No te jiba el andoba, pejiguero este. Me váis a... pero todosss”. Pero sin perder las formas. Y siguió con su recital de trapazos, creciéndose a medida que el toro ya se iba apagando y agotando las poquitas fuerzas que traía de casa. Un torera estocada traserísima soltando el trapo, ¡Ahí queda eso! Luego salió a saludar al tercio entre la bronca de los maleducados, entre los que me incluyo, ¡faltaría más! Pero creo que fue para saludar a un vecino que había ido a la plaza y decirle que luego se veían en la Tasca la Inés. Al otro que tenía que mantear, le manteó, le dejó de nuevo suelto y el animal se fue a toriles. Menos mal que siempre hay un peón bondadoso que lo lleva al caballo, aunque sea entre las dos rayas, pero tranquilo, este defecto no se lo afearía su maestro, él es una persona educada y no critica estas cosas. Simplemente le debió decir “Out, second service”. A este sí que le dieron estopa en el caballo y además en un puyazo trasero. No sabemos si Finito sabrá llevar el toro al caballo o no, pues no lo hizo en ningún momento, aunque en un intento en el segundo encuentro, dió la sensación de que estaba un poco pez, también en esto, pero oiga, sin ánimo de criticar. Solo señalaron el puyazo, le taparon la salida, mientras el toro solo peleaba por el pitón izquierdo. En la muleta empezó con una parsimonia entre majestuosa, caricaturesca e insultante, habiendo dado solo dos muletazos en un tiempo demasiado largo. Perfilero, muy, muy fuera, con mucha trampa y dejando pasar el tiempo. Afortunadamente, no hay mal que cien años dure y su presencia en la feria concluyó y no creo que vaya a coger ninguna sustitución si se diera el caso, pues la semana que nos queda, quitando la juerga de la Beneficencia, es semana de corridas de toros y a esos este caballero no los quiere ni ver.

A Talavante le salió de primeras un bravo de esos de vuelta al ruedo de las de ahora, escarbando y tirando coces. Desarmó al matador a las primeras de cambio y se ensañó con el capote en el suelo. No se le castigo apenas nada en el caballo. En la primera, tapándole la salida simplemente le aguantaron el palo, mientras el toro parecía dar muestras de fijeza y en la segunda vara hasta se arrancó con cierta prontitud. Se dolió de los palos, mientras el público, programa en mano, aplaudía a Juan José Trujillo. Será que el nombre les sonaba y querían saludarle. El comienzo de la faena fue esperanzador, con dos series de naturales que si acaso adolecieron de temple, un poquito más y la cosa podría haber cogido vuelo. Cambió de repente a la mano derecha y ahí empezó la cuesta abajo, despegado. Volvió con la izquierda, pero aparte de no llevar, el toro ya se le colaba y sin intentar nada, en cuanto ha visto que el Juan Pedro se podía empezar a poner complicado ha tomado la espada. A su siguiente le recibió a pies juntos, como si el toro ya estuviera fijado por un peón, y le hubieran enseñando a desplazarse largo. No sé cuantos remates dio para quitarse el toro de encima, pero que nada, que no había manera. Sí que lo puso bien en suerte al caballo. Esto hay que decirlo, siempre hay que decirlo, y que no emplean el “ahí te quedas”. Puyazo trasero señalado, con el toro de lado, apoyado en el peto. En el segundo puyazo el animal se arrancó bien, como en el primero, pero tampoco se le pudo picar. Gaoneras no diré que templadas, pero desde luego no eran los trallazos habituales y además echándose el capote a la espalda con un lance. No sé, pero, ¿estaremos recuperando a Talavante? Bueno, no corramos, que aún queda mucho camino, que las cosas sigan su curso, auque por momentos se ven luces que agradan a la vista. Comenzó la faena de muleta de rodillas, más embarullado que otra cosa. Con mucho valor, sin duda, pero eso es jugarse una cornada sin torear, Pero la plaza se puso loca. Con la derecha, pico y enganchones, el público se venía abajo, pero era empezar con los adornos, los cambios de mano, aunque fueran alborotados y renacía el delirio. Mucho enganchón, naturales distantes, el toro se le queda a medio pase, pero siempre están los cambios de mano para volver a enloquecer; y si luego vienen las manoletinas, pues, ¿para qué más? Y es que así está esta plaza, ya no solo no exije en el toreo fundamental, sino que no lo desprecia y se queda con los adornos y la jarana de los cambios de mano y trallazos destemplados. Pinchó dos veces antes de una entera trasera y todavía los había que sacaron el pañuelo. Adónde hemos llegado.


Daniel Luque se va de la feria sin dar una verónica de las que hace no mucho nos servían de excusa para no tacharle de absoluto pegapases. Quizá se esté esforzando en conseguir tal galardón, además del de guardia de corps, según lo que se decía cuando entró a matar en su toro del triunfo. No me hagan mucho caso, pero la cosa parece ser que le pusieron una guardia, la hizo y se fue a torear, y por eso le dieron una oreja, pero no me hagan mucho caso, que uno se pierde en estas cosas. Capotazos que no lograron fijar a su primero, que se fue suelto por el ruedo. Primera vara señalada sin más, ya en la segunda fue desde algo más de distancia, pero con un siempre trote animoso. No se le picó. Bien los dos “Algabeños” en banderillas, al menos no les hicieron saludar por tirárselas al toro, que ya es bastante. Luque tomó la muleta para comenzar con telonazos por ambos pitones, pero al segundo, cuando se le venía por el izquierdo, le arrolla de mala forma, afortunadamente sin calarle, pero fue un palizón. La plaza ya se entregó desde ese momento. Tomó la muleta por el pitón derecho, metiendo el pico, pasando el toro muy despegado. Sesión de embarullamiento y el público se enciende. Por el pitón izquierdo se le sigue venciendo mucho, medio le admitía el primer natural, pero al segundo ya se le venía encima. Pues vuelta al derecho, sin intentar más, ni mucho menos limar ese defecto con toreo. Desprecia el palo que se parece a un estoque y entonces se lio a dar invertidos con ambas manos. ¡La locura! Cagancho redivivo, Mazzantini con bata estampada, El Gallo con un puro, esto era la viva imagen del toreo... chabacano. Estocada bastante caída y que si no tendrá mérito, que la sacó por el otro lado del toro. ¿Era o no era para darle la oreja? Y el toro entero. Justo en ese momento algunos se empezaron a acordar de lo de la guardia y gritaban, ¡ha hecho guardia! ¡Ha hecho guardia! Qué mérito, de la garita a cortar una oreja. Al sexto empezó capoteándole por la cara, dándose la vuelta cediendo terreno. ¿No puede hacer esto mucho mejor un peón? Así el matador podría probar el toro ya parado, con el capote, mientras que el caballo llega a su sitio para picar y nos evitaríamos el que los peones estuvieran haciéndole derrotar en un burladero. En el primer puyazo el toro empujo con fijeza, pero de lado, poniendo en serios apuros al picador. Ya empujando de frente, le taparon la salida; muy encelado con el peto, le sacaron y volvió solito a la pelea. Le vuelven a poner, esta vez más lejos, pero para entonces lo que le interesaban eran los capotes. Mal colocado acude al peto al paso y hasta queriendo quitarse el palo. El público, animoso y animado hizo saludar a los banderilleros de Luque por tirar los palos, pero bueno, será la nueva forma de parear. Comenzó Luque tirando de derechazos despegados, abusando de pico y cuando el toro se le mete un poquito, inmediatamente lo echa para afuera sin disimulo. En los medios el toro va a todo, pero esa costumbre, esa mala costumbre de torcer la muleta y de no mandar en la embestida fue lo que hizo que el toro se fuera complicando poquito a poco. Enganchones y poco a poco camino de toriles, donde el Juan Pedro buscaba mayor acomodo. Naturales, pero el toro si acaso se dejaba dos y al tercero ya se le venía a por el torero. Ya empezaba a orientarse demasiado. Muchos trapazos y el toro acusando el que no se le hubiera toreado jamás. Pero, ¿y lo que se disfrutó? Si los había que decían que había sido una gran tarde de toros. Bueno, no les quitemos la ilusión, total, cuando vuelvan el año que viene, ya ni se acordarán. Los Juan Pedro ofrecieron muchísimo más que otras veces, lo que no quiere decir que llegaran al aprobado, con su picante, con dificultades no insalvables, que daban cierta emoción, pero a los que no se les pudo picar, un mal que se sigue arrastrando y al que no se le ve arreglo, ni se le verá si el aficionado empieza a admitirlo y se conforma con que vayan a la muleta como un carretón. Habrá que seguir la transformación de Talavante y por lo demás, lo dicho Finito chochea, pero no torea y Luque se va a la garita.

viernes, 29 de mayo de 2015

¡Camareroooo! El toro está poco hecho


 
Hay veces en la que torear no es ponerse bonito y en los que la belleza está en el poder de una buena lidia
Los de Victoriano del Río ya se sabe que los matan las figuras, esos animalitos que te dejan subirte encima, tocarles el hocico, darles pases por aquí, por allá, ahora te sobo, ahora te mando a lo lejos, ¡huy, no lo piques! Que lo indulto del tirón. Pero parece ser que hay una rama de la ganadería, la que tienen detrás de una esquina, lo sobrante, eso que no ven las figuras ni en fotos, que el señor ganadero se lo echa a los que poco o nada mandan, aunque algunos lleven tiempo queriendo erigirse en Summum Imperator de la Tauromaquia. Un hierro de figuras, un prototipo de la Tauromaquia 2.0 y resulta que lo que sale poco tiene que ver con eso; si hasta se les puedo picar algo más que el picotazo y puyazo señalado. Que no seré yo quien alabe su pelea en varas, ni muchísimo menos, pero hasta el momento puede que sea la corrida que más ha cumplido en el caballo. Pero, ¡cuidado! Dentro de los niveles en los que nos movemos habitualmente.

Llegaba Urdiales a ver si los apuntes del otro día los podía pasar a limpio y ofrecer una actuación más consistente, que lo bueno sin toro se convirtiera en algo mayor. Pero el riojano no vino, ni tan siquiera parecía estar de camino. No sé si tendría una idea de toro en la cabeza y se encontró con otra cosa, pero al mismo tiempo, si siempre decimos que él sabe resolver con los toros que oponen alguna dificultad, no entendemos el motivo de tanta apatía. A su primero le recibió con verónicas de compromiso, que ahora tocan y punto. Le dejó que fuera suelto al caballo, le hicieron la carioca, pero el animal empujaba con fijeza, sobre todo hacia afuera. Para dentro solo se dejaba sin más y cuando le levantaron el palo, siguió encelado en el peto. En la siguiente vara, bien colocado en suerte, no se pasó de señalar el puyazo. En banderillas esperaba por el derecho e iba con la cara a media altura por el izquierdo. Luego se dolió de las banderillas, mucho, aunque no tanto como el del día anterior de la vuelta al ruedo. Complicado para la muleta, pues si se le bajaba un poquito la mano rodaba y si no, pasaba de frente como por una portera en la finca. Trapazos y el toro se revuelve, por el izquierdo, enganchones y las dudas e incertidumbre ya clarean en Urdiales. Levantando la mano, a ver a media altura, pero el toro dijo que nanay. Mientras el matador no parecía ver nada claro la situación, empeñado en querer darle derechazos. Unos trallazos por abajo y a otra cosa. En su segundo repitió la historia, los mantazos de recibo. Acudió al caballo en una primera vara al paso, empujó con fijeza, tapándole la salida, para después simplemente dejarse. Para el segundo puyazo dejó al toro tirado por allí, para que solo peleara corneando el peto por el pitón derecho. En el segundo tercio vino la aparatosa cogida de Domingo Valencia, que tuvo que ser llevado a la enfermería. Ya con la muleta, Urdiales comenzó con latigazos por abajo y levantando la mano, lo que hacía que el toro echara la cara arriba de mala manera. El toro se fue poniendo bronco, haciéndose el amo de la situación, al principio admitiendo dos trapazos y rehusando el tercero en el que apretaba al matador haciendo que se descompusiese. Este no encontraba el camino y cada vez la cosa iba a peor, hasta el punto en que ya no quería nada. Y sobre todo, lo que no quería de inicio era el que se pusiera nadie a darle derechazos y naturales. La consecuencia fue que Urdiales parecía estar a merced del toro, con enganchones, sin poder gobernar aquella situación, hasta que el de don Victoriano directamente se iba suelto de los muletazos. Y como punto final, un arrimón que no tenía razón de ser. El toro era malo, no cabe duda, pero la verdad es que algunos esperábamos otra cosa, algunos nos acordábamos de aquellos días en los que lidiaba un toro con la muleta, con mando, dominio y que hasta le hacían pasear una oreja en triunfo. No tengo por qué ocultar que Urdiales es una de mis preferencias en la actualidad, pero con su actuación se me han venido al suelo muchas expectativas. No creo que pueda irse satisfecho de este experimento con hierros comerciales, del que puede haber salido más tocado que fortalecido. No sé cuál ha sido el problema, pero lo que sí está claro es que así no vamos a ningún lado, porque el ánimo, las ganas de poder al toro, de implicarse en la lidia, eso no tiene que ver con hierros o con el nombre de los compañeros de cartel.

El Fandi venía a cumplir una tarde más y a poner en sus estadísticas una corrida más en Madrid. Pues bien, si por una casualidad no viniera, igual tampoco pasaba nada. Quizá haría mejor en ir a esas plazas que saben valorar lo meritorio de su toreo, pero es que por estas tierras no acabamos de saber entender este toreo meteórico. Mantazos de bienvenida, hasta que le dicen que ya, que vienen los caballos. El toro que se va suelto a por el picador y allí aparece Fandi lanzándose en una espléndida palomita para recoger al toro que ya se colaba por la escuadra. Realmente salvó un gol que le podría haber costado el partido. Pero, ¿de qué estamos hablando? Ya con menos desorden, en la primera vara le taparon la salida y el animal se limitó a cumplir, incluso aguantando bajo el peto con cierta fijeza, lo mismo que en la segunda, intercaladas por un quite por chicuelinas del matador, siempre apartándose y sin llevar al toro con el juego de brazos. En lo suyo, en lo que es grande de verdad - no hombre no, en lo del esquí no-, en banderillas, nos deleitó con tres magníficos pares con el motor a todo gas, a cabeza muy pasada, culminando con esa suerte tan torera de tomar el olivo sin vergüenza, lo que el público celebró airadamente. Dos trapazos de rodillas y como no, pues a dar trapazos en pie. Lo siguiente poco varía de lo de siempre, trapazos con el pico, con la muleta tan torcida que el toro se quiere colar por el hueco que queda entre trapo y bulto. Carreras, brazo estirado, retorcimientos, muy fuera, pero mucho y estocada entera trasera y los peones haciendo la noria con una gracia que no se puede aguantar, vamos, que no hay quién aguanta tanta vulgaridad. En el quinto ya de salida se vio acorralado por el de don Victoriano, pero no pasa nada, uno se da media vuelta y a correr para atrás. En el caballo el toro cumplió, se le pegó con ganas tapándole la salida en la primera vara y se le siguió dando en la segunda, mientras el animal se dejaba hacer. Lo de las banderillas, igual estuvo magnífico, pero es que tan rápido, tan rápido, no llego a darme cuenta del todo de como parea a toro muy, muy pasado. Me resulta más fácil recrearme con lo de las motos GP. La cosa es mucho más calmada, ¡Dónde va a parar! Lo de la muleta fue otro despropósito, sin saber rematar los pases y cuando ve que el brazo no le da para más, pega el tirón y le quita la tela de golpe al pobre animalito. Eso sí, el año que viene, no duden que volverá. Eso sí, se comenta que ya será patrocinado por Red Bull o cualquier bebida de esas que te ponen como una moto.


Iván Fandiño anda por unos caminos que no se sabe si sí o si no. Serán apreciaciones mías, pero es como si todavía estuviera enganchado en aquel cuarto toro de la famosa encerrona que abrió la temporada. Vienen muchos partidarios de Guadalajara para animarle en todas sus comparecencias, pero no acaba el de Orduña de sentirse cómodo. Si hasta parece que está de mala gana y enfadado con el público de Madrid. Pero si ahora mismo no creo que haya una plaza más cariñosa en el mundo, que lo mismo dan dos orejas como premio a latigazos y trapazos a cascoporro, que le dan la vuelta al ruedo a un manso bravucón. Mantazos de todas las clases al su primero, levantando los brazos, con enganchones, que para hacer eso, también lo puede hacer los peones, ¿no? Y quizá sería mejor. Para poner el toro al caballo es un calvario, como el de muchos, que no saben quitarse el toro del medio con un remate. Al final lo deja muy cerca, el animal tardea y acaba empujando con fijeza, mientras le tapan la salida. Para el segundo puyazo, ya mejor colocado, tardeó muchísimo más, puyazo trasero y el toro ya cabeceó al notar el palo. Igualmente, se dolió en banderillas. Con la muleta el inicio fue un afarolado de rodillas, de tal manera que muchos se preguntaban que qué era eso. Pues aunque no lo pareciera mucho, un farol... apagado. Si estaría apagado, que Fandiño no parecía ver nada claro y se lió. Naturales entre enganchones, carreras, destemplados, sin parar quieto un momento; y lo mismo por el otro pitón. Aburrido, vulgar, para acabar con un arrimón y esos contoneos que quieren parecer desafiantes, pero que simplemente resultan... Bueno, que no tiene por donde cogerlos. Al sexto, que ya salió flojeando, le dio sus dosis de capotazos echando el paso atrás, fue suelto a la primera vara, no se le picó, ni tampoco en la segunda, que sin tan siquiera señalarle el puyazo se derrumbó bajo el peto. Mucho desorden en el segundo tercio, especialmente cuando los dos banderilleros se encontraron desamparados en los medios y Urdiales andaba desaparecido, sin haber tan siquiera llegado a su sitio. Estas cosas ya no tienen nada que ver con tener un mal día o no, esto es estar pendiente de la lidia o no. Fandiño debió estar viendo la tele el otro día y se debió pensar que lo de los pases por detrás y por delante era la purga Benito, pero no. Y mucho menos si detrás van enganchones y retorcimientos, mientras el toro te va llevando discretamente hacia toriles. Trapazos al aire, lo que ayudaba a que el toro pegara derrotes. Banderazos, naturales en los que toro, torero y muleta no compartían ni espacios, ni tiempo. Cada uno por un lado. Absoluta incapacidad para hacerse con el toro. Uno no acaba de saber si es que este torero ya alcanzado techo, esperemos que no, si las expectativas fueron desmesuradas en torno a su toreo, que puede ser o si la cuestión es que quiere enfrentarse a ganaderías mucho más cómodas, que ponerse delante de ellas no es esa guerrilla constante que es el pechar con los hierros duros, con lo que las carencias se notan más, pues el torero tiene que poner sobre la mesa más recursos para poder lucir. Con esas ganaderías con las que Fandiño empezó a crearse un nombre, tal y como están los públicos en estos tiempos, con aguantar, aunque sea a merced del toro, y darle pases, aunque sean trapazos, ya está casi todo hecho. Pero es que el toreo es mucho más que eso, es muchísimo más complicado. El valor es imprescindible y se le supone a todo aquel que se viste de luces, pero luego hay que torear, que para eso no está preparado todo el mundo. Que lo mismo te sale un toro dócil, que uno que te quiere comer, que se te va subiendo a las barbas y entonces no vale ponerse a gritar ¡Camareroooo! El toro está poco hecho.

jueves, 28 de mayo de 2015

D-I-G-N-I-D-A-D

¿Tendrá fin tanto despropósito?


Hay cosas que cuando se pierden, es casi imposible recuperarlas, que no es simplemente que se extravíe una pluma que se puede reemplazar por otra, que a un niño se le caiga un helado al suelo, se compra otro y punto. Hay cosas que son imposibles de recuperar, la vida, la virginidad, la dignidad, ¿la dignidad? Igual resulta exagerado, de acuerdo, pongámonos optimistas y digamos que es casi imposible, pero si de lo que hablamos es de la Plaza de Madrid, en este caso no caben optimismos posibles. Todo parece indicar que hay demasiados intereses para que este milagro no sé, porque si se produce, no habrá ninguna duda de que será un verdadero milagro. Y si el punto de partida es que hay que creer en los milagros... No, no corran, no vayan tan rápido a tirarse por el Viaducto, en estas horas debe haber un embotellamiento de muy señor mío y aficionados a montones trepándose la verja que separa el asfalto del abismo. Al menos estos pueden elegir y decidir en el último momento no optar por empotrarse contra la calle Segovia. Que mala suerte tiene la Plaza de Madrid, a ella no le dan esa oportunidad; directamente una gente ha decidido tirar por la barandilla el honor, la historia y la dignidad de esta plaza.

Si ya todos los días me cuesta mis trabajos el intentar contar lo sucedido en cada corrida, contar esperpentos con supuesta apariencia de corrida de toros, eso ya me resulta muy duro, para esto tampoco me da el cacumen. Empezamos ya con un sapo difícil de tragar, el llamar corrida de toros a lo de Alcurrucén, aunque si tengo que emplear otra terminología, como esa de la toreabilidad, el toro para el torero, la durabilidad y demás palabros, cojo, cierro el kiosko y me voy a las inmediaciones del Viaducto a pedir número. Lo de Alcurrucén suele ser un animal que habita en esa delgada línea del sí pero no. Para los sabios y especialistas de la modernidad y la Tauromaquia 2.0, son el paradigma de la casta y la bravura en este siglo, pero si se le pregunta a uno de los seis o siete aficionados que nos quedan, estos nos dirán que es una bobona que va y viene, que no superaría ni en sueños un primer tercio, ni mucho menos dos tandas de muletazos con sometimiento, describiendo un arco y obligándoles llevándolos detrás de la cadera.

Morante de la Puebla debía tener muy claro que los de Alcurrucén son para tratarlos con mimo, con cariño y de lejos hacerles lo que se les hace a los toros de lidia. En su primero gordito y anovillado se gustó con un as verónicas que ya venía dando en el coche camino de la plaza. Pasito atrás y levantando el talón de la pierna de entrada antes de que el toro llegara a jurisdicción, así como si forzara el lance al extremo, pero no, no era el caso. El animalito estaba más para un Cola Cao que para recibir dos puyazos. El Cola Cao tampoco se lo dieron. Pero si sería malote, que hasta descabalgó al picador la primera vez que se encontraron. Se fue suelto, no fuera a ser que le echaran la bronca. Otro picotazo señalado tapándole la salida y a otra cosa. Morante se puso a destilar todo su arte con la muleta, que no fue otra cosa que medios pases sin correr la mano, abusando del pico y siempre muy fuera. Como no tendría el café preparado, dejó pasar un poquito el tiempo jugueteando con el animalejo, evitando así una posible bronca de los impacientes e inconformistas que siempre asoman. En el cuarto, casi lo mismito, el toro se le va suelto al caballo en el nueve, le tapan la salida, el animal cabecea en el peto. Ya a contraquerencia, con el toro sin colocar y desde dentro de las rayas del tercio a nada que notó el hierro salió huyendo. Se aquerenció en tablas, dificultando la tarea de los banderilleros, no humillando jamás. Y como el de la Puebla no quería conflictos, otra de pasar el rato con el moribundo cuarto, un bajonazo y si te he visto, no me acuerdo. El año que viene, si vuelve, ya se nos habrá olvidado este curso acelerado de “Cómo se pasa el trámite en una plaza de toros”.

Debutaba El Juli en esta verbena isidril del 2015 y tal y como van las cosas, parecía firme candidato a entrar en el “Hall of Fame” del orejerismo. No ha podido ser, pero tranquilos, en la Beneficencia algunos hasta esperamos el tan codiciado rabo que glorifique esta basura de la Tauromaquia 2.0. Aunque no quiero yo cargar las tintas sobre el madrileño de forma gratuita, si lo hacemos, que sea con argumentos, o mejor dicho, con hechos. Salió un inválido novillo pobre de cabeza y desahuciado de fuerzas. Mantazos por aquí, mantazos por allá, al caballo lo tira el maestro al relance. tengo que confirmarlo con los forenses, pero creo que la vara le arañó. Se fue suelto, no fuera a ser que el de arriba cambiara de opinión. Otro puyazo al relance, que quedó en simple picotazo. Chicuelinas de Juli y Castella, apartándose ya que puede que no fueran capaces de llevar al toro jugando los brazos, pero eso es cosa mí, que el respetable tan poco respetado, aplaudió y todo. ya con la muleta en la mano se lo sacó el matador hacia afuera, para iniciar su recital de toreo distante, de lomos tronchados por el medio, pico, medios pases acabados delante, describiendo una línea recta como un junco, mientras el animalito luchaba por mantenerse en pie. Pases a destajo y cuando se le agotaron los que tenía preparados, un pinchazo hondo trasero y un bajonazo que afectó a la parte lumbar del animal; ¿qué quieren con esa forma de hacer la suerte? ¿Que clave en lo alto? Por favor, seamos serios y no pidamos peras al olmo. Al quinto no se sabe con certeza si lo recibió de capa o si le acorralaron para obligarle a que eligiera un capote. Por supuesto que tomó el de Juli. El toro suelto sin nadie que tuviera la delicadeza de fijarlo, aunque en esto de la Tauromaquia 2.0 eso es lo menos, luego siguen la muleta como los cachorros de Rin Tin Tín, Primera vara de lado y tapándole la salida, sigue corretón por la arena. Un segundo picotazo muy trasero y cuando el picador levanta la mano, la plaza se lo reconoce y se le ovaciona ¿Ustedes se dan cuenta de los niveles a los que hemos llegado? Que vamos a empezar a rifar melones entre toro y toro. Pero tengo que reconocerle al Juli el que en un quite por gaoneras, poca afortunadas, la verdad, no se colocara el capote como el que se pone una gabardina por los hombros y lo hiciera dando un lance al animal. Detalle que pasó desapercibido para Castella, que allí andaba en una esquina echando la capa como la que se pone un chal. Banderazos a una mano por alto, siguiendo con la izquierda por abajo, por ambos pitones. y si se acuerdan de lo de su primero, pueden hacer un corta y pega en este y se hacen una idea de su labor con la muleta en este toro. Y la estocada, pues lo mismo, un sablazo, pues resulta muy complicado matar en el sitio cuando el espada echa a correr para un lado, tapa la cara al toro y cuando han pasado los pitones aprovecha para hundir el estoque allá donde caiga. Que los hay que dicen que son formas de matar al toro y que cada uno tiene su estilo. ¿Y si les digo que tengo un primo que los mata de una cuchillada en los hijares? Pues pensarán lo mismo que yo, por muy primo mío que sea y no le aclamarán como un excelso matador de toros. Pero ya lo dijo Rafaé, “hay gente pa’ to”.


Y llegamos al número fuerte, con ustedes, el número de la cabra, protagonizado por Sebastián Castella, artista invitado un manso noblón de Alcurrucén y la inestimable colaboración de don Javier Cano, en el papel de presidente de la corrida. Saltó a la arena un novillote entradito en carnes, haciendo regates a su lidiador (esto sí que es ser optimista), punteando el capote, mientras este no dudaba en echar el pasito atrás en cada capotazo. Al animal le dejan suelto por el ruedo y cuando Castella lo quiere dejar en el caballo, no es capaz de quitárselo de encima con un recorte. Puyazo trasero simulando que le castigaban y acaba yéndose a su aire. Otra vara desde más lejos, tardea, leve picotacito y otra vez a escape, que allí hacen pupa. Asoma Morante según decían, para hacer un quite, pero eso está por confirmar. El de Alcurrucén se duele de los palos una barbaridad, dando vueltas como un trompo para aliviar el picor. Castella esperando en los medios. Pases por delante, por detrás, telonazos, trapazos sacudiendo la muleta por ambos pitones, sin llevar toreado al animal y pegando latigazos. Se echa la muleta a la siniestra y tanto mete el pico, que el toro le pisa la muleta y le desarma. El animalito realmente entra al engaño con entrega. Retorcimientos, pico, toreo distante, lo mismo con la mano derecha, mientras el animalito no se cansa. Naturales apelotonados, muy vulgares, multitud de pases, para acabar con la mano izquierda por abajo, por ambos pitones. Bajonazo insultante tirando la muleta, la locura y el señor presidente concede las dos orejas. ¡Ojo! Dos orejas no habiendo existido lidia en los dos primeros tercios, aparte de la calidad del toreo desgranado en el último y la forma de ejecutar la suerte suprema. ¿Una barbaridad? Pues esto no es nada. Ni corto, ni perezoso, el usía pierde los papeles y saca el pañuelo azul, ordenando por su cuenta y riesgo la vuelta al ruedo del toro, que ni me acuerdo como se llamaba, ni lo voy a mirar, porque no es recomendable acordarse del nombre de un manso, bravucón, pero manso. Sí me acuerdo del nombre del señor presidente, don Javier Cano Seijo, y de su asesor taurino, don Luciano Briceño, que imagino que algo habrá tenido que ver en este disparate. En el sexto aún estábamos digiriendo el sapo de la vuelta al toro, mientras el recién salido daba muestras evidentes de invalidez, arrastrando hasta el rabo. Primer puyazo trasero, le tapan la salida y el animalito se duerme debajo del peto. La verdad es que no había un sitio más cómodo, pues el de arriba ya se ocupaba de no picar. AL segundo encuentro ni le pusieron en suerte, eso solo es para los que saben, no para estas figuras. El palo cae trasero, no le pican y se marcha suelto por el ruedo, para toparse con el reserva en el tres. Castella comenzó la faena sentado en el estribo, intercalándose las caídas del inválido. Ya en pie fue una faena muy fiel al libro de estilo de Castella, mucho pase, muchas ventajas, acortando los pases, mientras el toro no metía nunca la cara, entrando atropellando más que embistiendo. Banderazos con la mano alta, para después de muchas vueltas sacudirle otro bajonazo también soltando la muleta. Lo que no sé es si el torero se sentirá orgulloso de los sablazos que ha pegado en tal tarde de gloria, vergüenza y una absoluta pérdida de la D-I-G-N-I-D-A-D.

miércoles, 27 de mayo de 2015

A la señora se le acabaron los caramelos

Por lo que se ve, Ferrera no tiene curiosidad por ver lo que ocurre en la calle y aunque oiga alboroto, él no se asoma al balcón. 


¡Qué injusto es el mundo! ¿Hay algo más cruel que un señor saque una bolsa de caramelos, se ponga a repartir uno a todos los niños de tu clase y que se le acaben justo en el niño anterior? Pues sí, el que se regalen orejas como si no costaran a todos los que se pasan este San Isidro por Madrid y justo el día de Ferrera, Abellán y Luque no quedan los pelos. Con lo despojistas que son los tres y resulta que justo les va a tocar la tarde de los del Puerto de San Lorenzo. Que no es que haya sido una corrida peor que otras, simplemente debe ser que los tres querían caramelos, perdón, orejas, por el simple hecho de hacer el paseíllo. ¡Hombre! Qué menos que una portagayola, unas manoletinas o algún arrimón más con atropello y revolcón incluido. Estos quieren que se les regalen las orejas solo por pegar trapazos. ¡No, hombre, no! ¿Qué menos que algo que poder contar a los vecinos para después soltar “y le dieron una oreja”? Que esto es muy serio, que hay mucho en juego, que el yintoniz se te atragante. que el canapé se te atraviese o que el clavel se ponga mustio. Muy serio.

Serio lo de la corrida de El Puerto, que aparte de la mala lidia recibida en general, no ha valido para casi nada y para lo que valía no se podía hacer en el ruedo. ¡Una barbacoa! Aunque ya digo, que no ha sido peor que las muchas que llevamos, en especial cuando aparecen por la puerta de cuadrillas algunos afines a la élite de la Tauromaquia 2.0, bien por guapura del mocetón, por las apariciones en las revistas o por tener como apoderado a alguien con mando en plaza y suficientes cromos que cambiar. No es exactamente el caso de Antonio Ferrera, que aunque en lo que se le ha visto esta feria no ha dejado nada resaltable, sí que se ganó su sitio en el ruedo y con ganaderías comprometidas. Pero está claro que no se acerca a aquellos días, ni tiene el mismo sitio, ni la misma claridad de ideas en la cara del toro. A su flojísmo primero que ya salió picado de chiqueros no le picaron ni en la primera vara. Fue chocar contra el peto y se despanzurró a pie del caballo. Nada en la segunda, ni siquiera una raspalijón. Tomó los palos Ferrera para pegarse muchas carreras y clavar a toro pasado, basando en exceso la efectividad al parear en sus condiciones físicas. Ya con la muleta, comenzó muy suave por abajo y el del Puerto metía la cabeza, pero no tenía ni un suspiro de fuerzas. La faena transcurrió en un continuo torcer la muleta, citar fuera de cacho, carreras y pases al aire, con un toro arrastrándose por el ruedo. El cuarto salió frenándose y con las manos por delante, punteando el capote, pero acorralando al matador, que hubo de darse la vuelta cediendo terreno hacia los medios. Muy suelto, se fue a encontrarse con el caballo reserva. En el reserva se le pegó en el puyazo y en el segundo, trasero, el animal solo se dejó, tirando alguna cornada al peto. Volvió Ferrera a coger los palos, destacando el segundo par, más porque el toro le apretó, costándole ganar la cara y pudiendo clavar, aunque tirando los palos, a fuerza de físico. En el trasteo le empezó quitando la muleta de la cara, sin correr la mano, trallazos y sin acabar de saber por donde echarle mano al animal. Carreras sin cesar, enganchones, buscando el sitio sin ver ninguno claro, para acabar en toriles. Un cúmulo de circunstancias que hicieron al toro peor de lo que era, haciendo que los defectos se agravaran en lugar de irlos limando con la lidia.

Miguel Abellán volvía una vez más este año, no sé si más apático que en otras ocasiones o que simplemente es su manera de desenvolverse en el ruedo, ya bastante sosa de por si. Muy parado su primero, le desarmó a las primeras de cambio en mitad del manteo de recibo. Mal la lidia, dejando que el toro fuera al caballo desde las dos rayas, primero y luego tirándolo allá donde cayera en el segundo encuentro. Dos puyazos solo señalados. En el primero el toro parecía que hasta quería empujar, pero las fuerzas no le daban y en el segundo no pudo más que soltar cornadas al peto mientras le tapaban la salida. Quedó sin picar. Con la muleta Abellán principió por abajo, pero el animal no podía. Ya al natural se complicó más la cosa, con coladas por el pitón izquierdo. Cambió a la derecha para ofrecer un toreo distante, con el pico, echando el toro para afuera y citando desde muy afuera. No sé cuantas tandas daría, para volver de nuevo al pitón izquierdo y seguir con la misma rutina, para cerrar con naturales a pies juntos. Su segundo, el quinto, salió muy suelto, pero no se crean que nadie hizo por sujetarlo. Multitud de mantazos, pero ninguno eficaz. Tampoco cuido la colocación en el caballo en este quinto, que además tampoco ofrecía facilidades para ello. Ya en el caballo, el animal empujaba, siempre para afuera, hacia los medios, pero en cuanto tenía ocasión se iba suelto. Tuvo que sacarlo de toriles para empezar a pasarlo de muleta, pero se juntaron el hambre con las ganas de comer. Uno con la casta del mulo y el otro con una apatía y aburrimiento desesperante. Muchas dudas y demasiadas ventajas. y al final, el toro se fue a toriles para morir, todo un síntoma.


 En su primera tarde Daniel Luque desplegó todo su repertorio al que tiene acostumbrado al personal, excepto ese capote que parecía que mejoraba día a día y aún teniendo cierta prestancia, ya asoma demasiado el pasito atrás y los remates al aire. Aunque si hablamos del manejo de este para lidiar, ese es otro cantar, es un no saber qué hacer con él, permitiendo, como en su primero, el que el toro ande a su aire por la plaza, recorriendo hasta los bares y servicios del Las Ventas. Lo mismo el picotazo con timidez se lo daba el de tanda, que el de puerta, sin que hubiera un torero con recursos para intentar amarrar aquello y fijarlo. El manso se fue a reposar a toriles, pero el vicio de la huida no le desapareció tampoco en la faena de muleta, a lo que también ayudaban los trapazos al aire que Daniel Luque derrochaba lo mismo por la diestra, que por la siniestra. No obstante, cuando por una casualidad le dejaba la muleta, el animal se quedaba un poco más, pero tampoco. Después vino un recital de pinchazos, no sé si llegarían o sobrepasarían la docena, pero en todo caso, fueron demasiados. El sexto fue un sobrero de José Luis Pereda, con una lámina muy propia de cabra hispánica, feo a rabiar. De salida se quedó convertido en estatua de sal frente al matador, los dos mirándose, como si se conocieran de algo, pero no, no era el caso. Mal colocado el toro al caballo, recibió un puyazo trasero en el que al menos le aguantaron el palo, hasta que se fue suelto, más un puyazo señalado tapándole la salida, mientras el de pereda cabeceaba debajo del peto. Comenzó el trasteo desde los medios, dando distancia al toro, estirando mucho el brazo, muy fuera, metiendo el pico, levantando la mano y sin templar. No tardó en acortar las distancias iniciales, para seguir con la izquierda, con mucho enganchón y más dando aire al animal que toreándole. Arrimón, péndulo, trapazos desordenados y el bullicio del personal que veía que ya llegaba la oreja de todas las tardes, pero al final no fue así. Tanto despojo regalado sin sentido y justo cuando Daniel Luque estaba estirando la mano para recibir su regalito y ya le tocaba, es cuando a la señora se le acabaron los caramelos.

martes, 26 de mayo de 2015

Pirri, no se deben perder ni las maneras, ni la decencia


 
No es lo mismo abaniquear al toro, que darle aire
Que el toreo se fundamenta en el honor, el respeto, la vergüenza, el orgullo, la honradez, la honestidad, la sinceridad, la verdad, la integridad y una lista de conceptos que cada uno puede seguir ampliando y es posible que no viéramos el límite, quizá por esa línea tan fina que separa la vida de la muerte, el triunfo del fracaso o la gloria del olvido. Las personas que se visten de luces no solo son dignos de admiración, sino que además son unos privilegiados que han conseguido alcanzar tal honor. El toreo se sustenta en el equilibrio de fuerzas que existe entre los que pisan el ruedo, los que mueven el negocio, los espectadores y el que es más decisivo y que a su vez es el único irremplazable, el toro. Es un mundo muy complejo, con muchas luces, pero también con muchas sombras. Es muy difícil el transitar por ese camino de luces, pues loa primera exigencia es la verdad, la transparencia y que las cosas sean como deben ser, sin fraudes, ni mentiras. Pero los mediocres, los que no soportan esa verdad, los que no se pueden enfrentar a ella por no verse con las vergüenzas al aire, son los que manejan y maniobran en la sombra, los que empujan a otros a hacer lo que ellos no se atreven, que no confundamos con el no poder, pues muchos son los que no han podido, pero han mantenido su dignidad y su hombría de bien ante la verdad. ¿Que a qué viene todo esto? A la vergüenza y asco que me ha producido ver como en la última novillada de este San Isidro, un peón, de una ilustre dinastía de toreros, se ha pasado las buenas formas y la decencia por donde se ajusta la taleguilla. David Saugar “Pirri”, se ha permitido el lujo de impedir que el tiro de mulillas, de hecho ya bastante lento cuando se barrunta una oreja, llegase a su destino para arrastrar al toro. Y no solo una vez, sino dos, aprte de ponerse a gesticular censurando las decisiones del presidente de la corrida por no haberle concedido un despojo a su matador, Francisco José Espada. ¿Pero qué se creen que es esto? ¿No les vale el convertir a Madrid en una vergüenza que quieren hundir más el nombre de esta plaza? ¿Dónde se cree que está para macarrear ante el señor presidente por un despojo que por otro lado ha hecho bien en no conceder y que en el caso en que sí lo ha hecho ha sido precisamente por la actitud de este señor? Un poquito de cordura, sentido común y respeto. Que saben de sobra que no le hacen ningún favor a su matador, pues con los mimbres actuales, su camino por el toreo se le puede convertir en un infierno. Quizá si se preocuparan de que el chaval siga creciendo como torero, es muy posible que no tuvieran que andar rateando despojos como el que rateaba radiocasettes de los coches o que tironeaba los bolsos de las señoras de edad.

Bastante cuesta arriba se le han puesto las cosas a Francisco José Espada, como para encima tener que cargar con ciertas actitudes de alguno de la cuadrilla. Por ejemplo las complicaciones que traía la corrida de El Montecillo y el remiendo de Dolores Rufino Martín, que ha tenido sus cosas, que había que estar delante, pero que con lo mal que se le han hecho las cosas, bastante bien parado ha salido el diestro de Fuenlabrada, que por momentos se pensaba en que iba para adentro como sus dos compañeros de terna, aunque en muchos casos era más debido a su falta de oficio que a la maldad de los toros. Resulta paradójico y hasta increíble el decir que una corrida que en el tercer toro ya había mandado a dos novilleros para adentro, pueda haber tenido nobleza. Pues en parte, ha sido así. Abría cartel Martín Escudero, que desde que salió su primero pareció poco animoso, dejando que el toro anduviera a su capricho por el ruedo. El animal iba enterándose de lo que allí pasaba, capotazos sosos y ya le arranca el capote de las manos al novillero, que a partir de ahí pareció borrarse de la lidia. El del Montecillo seguía suelto y se encontró con el caballo en terrenos del uno. Descompuesto, tiraba arreones, sin que el matador mostrara intención de meterse en el “fregao”. Escarba, va al segundo puyazo donde quiere él, sin que nadie le ponga en suerte, picotazo, queriéndose quitar el palo del morrillo. Aún suelto, toca al reserva, le hace la carioca y a favor de querencia ya pelea algo más, pero pelea de manso. Martín Escudero por el ruedo, como un bulto sospechoso. Lo recoge en la muleta con banderazos por ambos lados, dejando tropezarse mucho la muleta. Arreones continuados, pero el matador solo se limita a poner la tela y pegar trallazos. Se refugia en tablas y hay que sacarlo de allí inmediatamente. Multitud de muletazos destemplados, cambiando los terrenos constantemente, hasta que en una tanda de naturales, en uno de ellos y quizá por darle la salida antes de tiempo, el novillo engancha al torero, dándole una paliza impresionante, con unos golpazos tremendos. Le llevan a la enfermería visiblemente conmocionado y como parecía lógico, no vuelve a salir. Francisco José Espada se encarga de estoquearlo.

El otro torero accidentado ha sido el limeño Joaquín Galdós, al que el novillo no le dio tiempo a más que quererle parar a la verónica con la rodilla flexionada, para desarmarle en seguida y cuando se aplicaba en fijarlo con el capote por abajo, le engancha por una pierna, provocando una caída muy fea golpeándose en la cabeza y torciéndose de muy mala forma en la cabeza. Como su compañero, tampoco volvió a la corrida y solo queda desear que todo quede en un mal susto y que no tengan ninguna lesión de consideración, que les volvamos a ver pronto de luces. Pero este es el duro camino para ser torero, que lo mismo que unos chavales acaban en la enfermería, para el otro se convierte la tarde en una corrida de seis novillos, con dos compañeros cogidos.

 Acabado de de estoquear el primer novillo de la tarde, Espada se fue a la puerta de chiqueros a recibir al suyo a portagayola. Salió el de Dolores Rufino Martín muy incierto, parado y amagando con esquivar al torero, la larga se la pegó, pero luego el torero se quedó en esos terrenos ya de por si complicados, siguiendo a la verónica, pero dando tirones y luego demasiados capotazos para intentar recomponer una situación medianamente lógica. En la primera vara le tiro al caballo, más que ponerlo en suerte; el toro cabeceó una barbaridad en cuanto notó el hierro, con la cara muy alta. En el segundo encuentro, tras el marronazo en la paletilla, se le castigó más y el novillo acabó queriéndose dormir en el peto. Apretó en banderillas y ya en el último tercio, fue recibido con banderazos a una mano y trapazos sin mando alguno. Francisco José Espada iba decidido a desplegar todo su repertorio de derechazos, naturales, cambios de mano sin sentido, muy pico, pases cortados por las buenas, enganchones vaciando las embestidas allá a lo lejos, al más puro estilo de las figuras. Para luego terminar con el inevitable arrimón.

En el del peruano Galdós tuvo que empezar aguantando que se le colara por el pitón derecho. El toro fue suelto al caballo, para recibir una vara muy trasera. Ya en la segunda se le pegó muy poco, mientras el animal si acaso topaba el peto. Los primeros muletazos fueron por abajo, pero inmediatamente Espada optó por el natural y por esos estiramientos de brazo tan al uso. El toro tenía su complicación y si ya no intentara poderle, además mostraba el defecto de dar la salida al toro antes de tiempo, quedándose al descubierto. El final fue un bajonazo, no sin la incertidumbre de parecer que el toro iba a arrollar al matador. Al cuarto otra vez a portagayola, con los consiguientes mantazos en terrenos poco idóneos, para que el novillo acabara yéndose suelto. Un defecto que no abandonó durante toda la lidia, queriendo saltar constantemente, consiguiéndolo en una ocasión. Nada más salir del callejón se encontró con el caballo. Le taparon la salida y entonces hasta mostraba fijeza en el peto, recibiendo un castigo más que necesario. En la segunda vara, nada más tocarle el palo salió escapando, y así continuó, acabando en toriles. En banderillas esperaba una barbaridad por el pitón derecho y se arrancaba a arreones. El manso tenía su complicación y hacía que el estar ahí delante ya tuviera su mérito, el que mostraron Candelas en la brega y Antoñares con los palos. Buen inicio por abajo de Espada con la muleta, si acaso se quedó corto en el castigo, pues inmediatamente él se tiró a lo conocido, los pases y más pases. Sin bajar la mano, agitado, no cabía otra, y pensando más en las orejas que en torear. Naturales sin mando, carreras, el toro sin hacer ni intento de entregarse en un muletazo, se quiere ir a las tablas, el torero le da pases allí donde le pille, para acabar con un pinchazo hondo y más de media atravesada, pero allí estaba el Pirri con sus cosas para exigir la oreja que al final se concedió, parando el tiro de mulillas y comprometiendo de mala manera al presidente. La oreja fue una de tantas, pero las maneras de este peón sí que no tenían ni un pase.

En esta histeria “despojista” salió el quinto, recibido sin intentar alargar las embestidas, que es por esto por lo que muchas veces pedimos que a los toros los paren los peones y una vez ya fijados, que salgan los matadores. Bien cogido por David Prados en la primera vara, en la segunda, tardeando bastante, fue sentir el palo y salir corriendo. La faena de muleta fue un calco de las anteriores, pues así lo tienen asimilado la mayoría de toreros en la actualidad, sean las que sean las condiciones del toro. Si hubiera tenido estas en cuenta, o si se lo hubieran dicho desde el burladero los que lo veían desde fuera, quizá habría bajado más la mano, pues era entonces cuando el novillo tomaba mejor la muleta y entraba más suave, pero cuidado, que había que llevarlo muy toreado. Multitud de pases y arrimón, con pases a diestro y siniestro, ahora por el derecho, banderazo, uno por aquí, espera que va otro, muy del gusto del público orejero, pero... Otro bajonazo, un aviso y el Pirri de nuevo a lo suyo, descarándose sin disimulo con el presidente, que con buen criterio no premió con una oreja los trapazos, ni mucho menos el sablazo final.


La sensación era que esa actitud no hacía otra cosa que desquiciar al chaval, haciendo que estuviera mucho más pendiente de los despojos, que de torear. Algo muy propio de la filosofía taurina actual, da lo mismo el toreo, lo importante son las orejas. Algo que en encerronas programadas suele ocurrir frecuentemente. Mantazos para recibir al último, puyazo trasero sin picar, otro señalado sin más en el segundo encuentro y el animal acusando una tremenda costalada tras clavar los pitones en la arena. Y como decía al principio, la novillada sacó la nobleza justa para no aprovecharse de la falta de recursos de los toreros, pues en caso contrario, no sé que habría pasado. Difíciles con la muleta, inciertos, pero al final iban mejor o peor, pero sin tirar derrotes de repente. Ya con la muleta en este sexto, Espada quemó toda la pólvora que le quedaba y se lió a pegar trapazos de todo tipo y por todas partes, lo mismo con la derecha que con la izquierda, vuelta a la derecha, pases por detrás, un revolcón casi dejándose coger por quedar descolocado en el mismo hocico del toro, pero un bajonazo infame y un mitin con el descabello le privaron de la oreja del revolcón que la plaza ya estaba preparada para pedir y El Pirri para exigir, pero esto no es así, así no se hacen las cosas en el toro, Pirri, no se deben perder ni las maneras, ni la decencia.

lunes, 25 de mayo de 2015

La cabra de la legión abduce a Madrid

A Agapito Sánchez Bejarano, matador de toros. QEPD


Se pensarían ustedes, en un exceso de optimismo, que la escandalosa francachela del día de Manzanares sería el mayor abismo al que Madrid podría caer, pero no, se equivocaron, como lo han hecho todos los que aún creen en el sentido común y en la salvación de la Fiesta en esta pelea contra la vulgaridad, el sin sentido y ese triunfalismo que parece patrocinado por el morapio y combinados varios que se sirven antes y durante la corrida de cada día. Que se podría hablar de decadencia, un  alarmante descenso en el nivel de exigencia de la plaza, un seguidismo de las doctrinas televisivas y de las élites taurinas interesadas, pero es que es mucho peor, esto es un sin sentido que no hay forma de entender y mucho menos de poder predecirlo aunque sea mínimamente. Bueno, hay una cosa que está funcionando bastante bien, dos, para ser más exactos, el revolcón y las manoletinas o bernadinas y si se da el caso de que uno sea como consecuencias de las otras, entonces la histeria ya no encuentra freno. Luego ya vendrá la inestimable colaboración de los mulilleros y banderilleros sin escrúpulos que se las apañarán para entorpecer el paso de las mulillas hasta que el usía saque el pañuelo blanco. No creo que tenga nadie tan depurada esta técnica de la “oreja mulillera”. Quizá sería buen antídoto el que el señor presidente impusiera la ley por demorar el arrastre intencionadamente. Pero en lo que no hay discusión es en el hecho de que la masa pide las orejas. Si hasta los malvados del siete se deshacen en alabanzas con los pegapases y encimistas, solo hay que ver y escuchar al “Guardián de la Plaza” como disfruta con tanto despojo. ¡Ay, el Guardián de la Plaza!

No se imaginan lo que ha sido ver salir uno por uno a ese cruce entre ciervo, buey y mulo que ha mandado Las Ramblas a Madrid. Y menos mal que no han aplaudido a ninguno de salida, aunque sí que lo han hecho en el arrastre con algún manso que hasta ha tirado coces para defenderse. Será que la bravura les rebosa por todas partes, incluidas las pezuñas. Yo habría asegurado que eso era mansedumbre por arrobas, pero... Y ese estilo metiendo la cabeza en los engaños, que a poco que hubieran andado listos, podrían haber pegado más de un bocado a los estaquilladores. Al primero lo recibió David Galván a pies juntos y cuando no, con el pasito atrás, pero sin intentar fijarlo en los capotes, lo que agravaba el defecto de ser distraído. Suelto al primer puyazo, para señalar una vara traserísima. En la segunda, al paso, y ni le señalaron el puyazo en medio del brazuelo. A estas alturas el animal ya se movía poquito y haciendo mucho esfuerzo. Galván parecía con intenciones, empezando la faena de muleta desde la boca de riego, para con el cartuchito de pescado dar un pase por detrás ya con la muleta desplegada, que no el pase cambiado, aquel que tanta sangre costó a Antonio Bienvenida. Luego fue una sucesión de pases con el pico y sin templar, llevando el toro al suelo ante tales trallazos. Fuera de cacho, igual por uno que por otro pitón, que cuando amago con citar de frente. Una sucesión de muletazos que le llevaron a escuchar un aviso antes de entrar a matar. ¿Pecado? No, ni mucho menos, pero eso dice mucho de su toreo, mucha cantidad y poca o ninguna calidad. Al segundo suyo, un dechado de bravura, que hasta coces pegaba de salida. Galván le dejó a su aire en el caballo y ofreció algo de pelea, para irse de najas del primer encuentro y simplemente dejarse en el segundo. Será que el de Las Ramblas se aguantó la casta y la bravura. Fue notar los rehiletes y pegaba unos respingos de no te menees, llevando la cara a media altura y siguiendo retorciéndose al notar los palos. En la muleta se le empezó quedando a medio viaje por el derecho y haciendo extraños por el otro. Bronco y rebrincado, complicándose por momentos, mientras el matador intentaba ir por derechazos y naturales, entre carreritas para recolocarse. El animal no hizo ni intento de entregarse jamás. Otro aviso sin montar la espada. Tras un pinchazo, el manso se aquerenció en tablas y tuvo que perfilarse Galván con el toro recostado en la barrera.

Víctor Barrio se fue de salida al centro del ruedo, algo muy personal, pero que, como quedó demostrado, no sirve para otra cosa que para montarla y convertir la lidia en un caos. Así se fue el de Las Ramblas solito a por el caballo, que estaba asomando a la plaza. Falló el picador y el toro echando pestes de aquel mal encuentro. Vuelve y ya tapándole la salida, se le pegó algo más. Larga de rodillas de Barrio, para llevar el toro al caballo por tapatías. Otro picotazo y el bicho que vuelve a salir en franca huída, no sin antes probar al reserva, tras un quite de López Simón avanzando hacia la puerta de cuadrillas sin remedio. El segoviano optó por iniciar la faena de rodillas a lo que acto seguido se unió el toro. Siguieron trapazos múltiples y banderazos con un puro estilo chabacano. Citando desde lejos, siempre fuera de cacho, abusando del pico, con enganchones y teniendo que recolocarse permanentemente. Una serie tras otra, sin interrupción, pero no dando ningún sentido a tanto trapazo, mientras el toro se limitaba a un ir y venir anodino, como si fuera un mulo en una noria. Poca diferencia hubo con el quinto, continuando con esa vulgaridad y monotonía del segundo de la tarde. Capotazos a pies juntos, como diría el otro, muy despachados. Se cuidó de llevarlo al caballo, para que el toro escarbara y se repuchara. Cumplió sin más y en la segunda vara, solo se le señaló el puyazo. Eso sí, en ambos encuentros, Luciano Briceño tuvo el buen gusto de plantar el palo en un buen sitio, algo es algo. Se dolió el animal de las banderillas y ya en el último tercio acudió al cite desde los medios de su matador, para recibir una retahíla de muletazos por delante y por detrás, con demasiado embarullamiento. Quizá podía echarse de menos un picotazo más, lo que pareció hacerse evidente al ver como el de Las Ramblas desbordaba a Víctor Barrio, que no lograba mandar en las embestidas. Muchos trapazos, pico, nulo dominio, sin mando, quedando a merced del toro.

López Simón, el madrileño del barrio, hasta hace poco pueblo, de Barajas, contó con una animosa parroquia dispuesta a jalearle lo que fuera. Comenzó mostrándose voluntarioso, dejándose ya ver en quites en el toro anterior. Rcibió a su primero entre mantazos, mientras el animal se emplazaba en los medios, más buscando la paz, que pidiendo guerra. Efectivamente, tras los primeros capotazos se dio cuenta que mejor refugiarse en toriles que aguantar a todos aquellos señores que le ofrecían esos telos rosas, que eran unos cuantos, mientras el andaba suelto por el ruedo. La primera vara aguantó mientras le taparon la salida, porque en cuanto que vio un resquicio, pies para que os quiero, a chiqueros. Picotazo en el caballo reserva y a seguir la huída, mientras López Simón no sabía por donde tirar en aquel maremagnum capoteril, del a ver si te pillo. Segundo puyazo en el que el picador le dio lo que pudo antes de que se le volviera a escapar y ¡adelante con la capea!  Muy aquerenciado, al final ya optó descaradamente por irse a buscar la salida. La faena de muleta la comenzó por estatuarios, ganado terreno hacia los medios, para rematar con un pase del desprecio, una trincherilla, un natural hondo y el de pecho. Pero lo que vino después fue la canción de siempre, pases y más pases, sin mando y a lo que quisiera el toro. Más preocupado de torcer la muleta que de torear de verdad. El toro distraído, por supuesto, y el matador abusando del pico y vaciando las embestidas sin mandar nunca. Trapazos escondiendo la pierna de salida, apelotonándolos aprovechando el viaje, hasta que el toro acaba arrollándole. Ahí podía estar la oreja, revolcón, tensión y el chavar rehaciéndose del susto, ya estaba. Se puso encimista, embarullado y el animal aún con peligro, a su aire. Un bajonazo soltando la tela, del que salió trompicado y una oreja. Parecía cantado, tal y como anda Madrid en estos tiempos. Así en el sexto resultaba complicado saber quién deseaba más otro despojo, si el respetable o el respetado. El que salió de Las Ramblas se frenaba en los primeros capotazos, no quería capotes y se dedicó a vagar suelto por el ruedo, a ver que se cocía por allí. Mal colocado en el caballo, el toro si acaso cumplió, muy poco castigado. Fue en el momento de levantarle el palo cuando más valiente se sintió pegando cornadas al peto. Una segunda vara levemente señalada, lo que el público agradeció con una sonora ovación. Ya digo, así está Madrid, aplaudiendo cuando no se pica. Poco más hay que decir. Complicó la vida a los banderilleros, entrando con la cara alta, como un burro, sin intención de humillar lo más mínimo. La verdad es que el animal tenía su cosa y no era para fiarse. López Simón podría decirse que estuvo valiente, pero sin saber como solventar aquello a base de saber y torería, a todo lo más que llegaba era a estar ahí a ver qué pasaba, si el manso decidía llevárselo por delante o no, a dar pases sin más, sin pensar en que con la muleta pudiera vencer a aquella joya. Trapazos y más trapazos coreados por el público, pico, el toro se le vence, trompicones, carreritas para colocarse una y otra vez, banderazos al terminar los pases y de nuevo el arrimón. No falla, cuando los toreros se ven superados por un toro, se meten entre los cuernos y al momento se escuchan esas palmas de aprobación que contagian a toda la plaza, que en este caso ya se había convertido en un gallinero. Manoletinas, pinchazo en mal sitio y una entera trasera que le sirvió para que se le pidiera otra oreja, que el señor presidente, el que da y quita los rabos en tardes de caballos, concedió sin atenerse a reglamentos y mucho menos al sentido común que tanto escasea en esta plaza, que cualquiera podría pensar que la cabra de la legión abduce a Madrid.


(Foto procedente de Francisco Javier Álvarez García, publicada en el grupo de facebook Solución a los novilleros con Picadores)

sábado, 23 de mayo de 2015

¡Más guapo! ¡Tía de Muerte moribunda!

La Vane sí que sabe disfrutar y pasárselo bien en los toros


Tías, lo más, mi jefe, aunque yo no le hago caso y le tomo por el pito del sereno, me ha dejado escribir lo de Chemari en la plaza de los toros de las Ventas. Bueno, tía, no sé por dónde empezar, si por lo guapo y elegante que está con ese traje todo de negro o por cómo se mueve y cómo anda con todo ajustado. Aunque, si el traje no brilla y es así todo negro oscuro, ¿también sigue siendo de luces? Qué difícil es saber de esto, ¿no? Pero bueno, me lo voy a tomar en serio, que luego mi jefe me dice que soy un pendón y que no hago caso a las corridas. ¡Qué pícaro! A veces se enfurruña, pero luego es un cielo, basta con sentarme en sus rodillas con la minifalda y el pobre se pone a tartamudear y ni mirarme a la cara puede, solo me mira a las piernas. Oye, que estaba empezando mi yintoni y ya había salido el primer toro. Creo que eran de Zaragoza, porque me ha dicho un señor muy amable que eran del Pilar. No sabía que allí hubiera toros, caramelos muy gordos, sí, pero toros, no. Y de torero, José Mari, Chemari, que sí, Manzanares. Y había otros dos, uno de verde y otro de azul. ¿Pandillas, puede ser uno? No, no, Padilla. Y el otro no me acuerdo, espera ¿Pereza? Cómo el grupo. ¡Ah, no! Perera. ¡Huy, es que José Mari me trae loca.

Pues ya digo, salió el primer toro, ¡tía que miedo! Y salió el de verde a mover la tela rosa así delante, como con pocas ganas, luego se dio la vuelta y se fue de espaldas al centro, con el toro detrás. Pero el toro no le hizo caso y se fue a buscar a unos con un caballo con faldas, cuando salía a la plaza. Y le picaron y todo allí, cerca de la puerta por dónde salen los toros. Luego ya volvió a ir el toro otras dos veces, pero ya en la otra parte de lo redondo. Una vez así como abandonándolo por allí y la otra uno de los ayudantes lo dejó muy cerquita del pony. Oyes, que le picaron con un palo en mitad de la espalda, seguro que por eso el toro levantaba los cuernos, como si fuera a morder al jinete. Y también hacían como un baile, el caballo daba una vuelta y era como si acorralara al toro contra la tapia. Muy chulo. Pero el de verde, no hacía nada, andaba por allí, pero no hacía nada. Luego le clavó unos palos al toro. Dos veces lo hizo corriendo y cuando los cuernos del toro pasaban, él, muy vivo, se los clavaba al toro. Y luego lo mismo, pero al violín, que me lo ha dicho un hombre. ¡Qué raro! Si no había música. Luego, con trapo rojo con un palo, ha empezado a torear así con una mano y como si fuera un telón. Luego con la tela por abajo, sacudiéndola mucho. Y el toro se enganchaba el pobre en el trapo rojo. Pero como debe de ser un torero muy listo, estiraba mucho el brazo y torcía el palo para que el toro pasara muy lejos, claro, para no mancharse el traje. Y además, entre trapazo de estos y el siguiente, se daba una carrerita. Así un rato, hasta que se ha cansado y le ha clavado la espada tirando hacia la pierna, no, la pata, bueno, como se llame. Según el señor me ha apuntado, eso se llama bajonazo. Luego salió otra vez, debía ser para que José Mari descansara, ¿no? Y otra vez con lo rosa, así sacudiéndolo y él se quedaba como una estatua de sal, y una vez, se fue el toro a por él, así como para meterle el cuerno derecho, pero como el de verde es muy listo, le tiro lo rosa a la cara. ¡Olé! Qué bonito. El toro debía estar muy cansado, porque casi no podía moverse, cuando fue al señor del caballo, otra vez jugaron a lo del baile en que le arrinconan contra la tapia, pero el del palo sin apretar, porque el toro tampoco lo hacía. Otra vez el de verde, ¿se llamaba Pandill? Nooo, Padilla. Ese. Le debió dar envidia lo del bailar y se puso a hacer lo mismo, pero él con la tela roja. Oyes, tía, cómo estiraba el brazo de bien y de lejos y así la tela torcida y solo bastaba el pico , que hay que ahorrar. No debía tener prisa y lo mismo con una mano que con la otra, se pasó un buen rato sacudiendo el trapo, lo mató y ya.

Luego venía Chemari, pero eso te lo cuento luego. Primero te voy a contar lo del otro, el Pereza, ¡no! Perera. Que yo no me di cuenta de que estaba, hasta que salió a estar con el toro que salió en el tres y luego en el seis. Chica, que señor, todo el rato enfadado, con una cara así de... ¡Huy! Con lo guapo, reguapo que estaba José Mari. Al señor este, al enfadado, le salió un toro que corría y corría, y cuando pasaba por donde él, le enseñaba la capa, que ya me acuerdo cómo se llamaba, y le dejaba seguir corriendo, ¡qué chuli! Pero así un rato largo y después de muchas carreras, el toro se fue solito a dónde el caballo, y dos veces. Una el toro levantaba así mucho la cabeza, y eso que el del sombrero blanco casi ni le rozó con el palo con un pincho. Bueno, igual no le gustó que la primera vez le pinchara así como en el jamón del toro, no en el cogote. Pero el toro era muy rico, no paraba de correr por la arena y había un montón de señores enseñándole su capa. Aquello parecía el patio de mi cole, qué jaleo tan grande. El señor de azul, el enfadado, sacó la tela roja, para que viéramos que él tenía otra. Primero con la mano derecha, así moviéndola de un lado y del otro. Y ¡qué coincidencia! Este también estiraba mucho el brazo y ponía la tela de punta y hacía que el toro pasara muy lejos, pero sin que se escapara, era como si lo tuviera amaestrado, ¡qué chuli! Y se retorcía también mucho, seguro que luego le dolerá la espalda. Y como estiraba el brazo y torcía la tela, el toro quería jugar a pasar por el huecazo ese que dejaba. Y venga carreras y así todo el rato igual. No sé si estará bien, pero todo era igualito, igualito. ¿Para que lo repetirá tantas veces? Y siempre lo mismo, lo mismo, lo mismo... Yo creo que tardó tanto, porque había unos señores que querrían que saliera otro y él diría: pues ahora os vais a fastidiar. Y siguió más rato, hasta que le metió la espada al toro así por arriba de la pierna. ¡Qué bien! Otro bajonazo, qué suerte, en un solo día, ya había visto más de un bajonazo. Luego salió otra vez para torear otro toro, porque me he dado cuenta de que todos torean dos toros cada uno, que bien, que educados, porque hay que compartir. Con este toro empezó moviendo lo rosa, así como para que el toro no se fuera muy lejos, hacía como para que se le quedara cerca de las zapatillas., y cuando salió el señor del caballo, ya dejó al toro por allí, para que ellos se apañaran. Lo que le pinchó, mucho rato y así haciendo fuerza. Y el de azul, Perera, ese, estaba allí solo, mirando desde cerca como le picaban, mientras los demás de las capas estaban al otro lado del caballo. Luego volvieron a picar al toro otra vez, pero ya solo le pusieron el palo y ya. Cuando le clavaron las banderillas, si el torero echaba a correr por la parte izquierda, el toro corría muy rápido y si lo hacía por el otro, el tío, ¡qué listo! atajaba para pillar al que llevaba los palos de colores. Cuando cogió la muleta, que así se llama lo rojo, empezó a dar muchos pases y además debía de  hacerlo muy bien, porque sabía estirar el brazo mogollón y solo gastaba la punta de la tela, para que así no se le manchara el resto. Y todos los pases igualitos, con lo difícil que debe ser eso. Y muchos. Que seguro que eso es lo bueno, pero yo casi me duermo un ratito, cuando sin querer apoyé la cabeza en el hombro de un señor que me dijo que a la salida le esperaba su chófer con el Mercedes. Me lo decía con tanta gracia, que desde ese momento me cayó más bien. Pero el torero seguía dando pases, para que vean, hasta que mató al toro con otro bajonazo. No me lo podía creer, que suerte, La Yeni y la Saray se iban a morir de envidia. ¡Cuántos bajonazos!


Pero lo más de lo más, José Mari, guapo no, lo siguiente, de lo siguiente, de lo otro que va después. Y si será bueno, que primero toreó un toro un rato y como vio que estaba muy malito de las patas, lo cambió por otro que se llamaba Ganadería de Charro de Llen. ¡Qué nombre más raro! Yo le habría llamado “Marroncito”, porque era marrón anaranjado. Muy mono. José Mari se puso a hacerle cosas con la capa y era muy gracioso, porque él iba más rápido que el toro y cuando el toro todavía no había llegado a la tela, Chemari ya estaba dando el pase. Es que es bueno, bueno. Y el toro, porque imagínate que por no ver la capa se piensa que tiene que coger a José Mari. ¡Huy! Pero el toro era bueno, iba correteando por toda la plaza y Jose le dejaba, que jugara, ¿no? Fue hasta el señor del caballo que no pica, el que solo está ahí y no hace nada. Luego al otro, cerca de la puerta de los toros. Se quedó parado, igual porque estaba cansado de tanto correr. Y no hizo nada, me parece que se durmió un poco y todo. Luego ya en la otra parte de la plaza, le pusieron el palo justo en la mitad de la espalda. Eso debería contar más puntos, ¿no? Igual que el que el toro te tire del caballo y quedarte de pie, como en la gimnasia. Cuando le pusieron los palos de colores, el toro movía mucho la cabeza, jugando con ellos, ¡qué majo, tía! Con la tela roja José Mari se agachó así un poco y movía la muleta muy rápido, así como si fuera un látigo, por aquí y por el otro lado. Y cuando ya se puso tieso, entonces fue el que mejor lo hizo, el que más estiró el brazo, el que mejor ponía solo la punta de la muleta, el que más lejos hacía que fuera el toro y el que menos se manchaba el traje. Así con las dos manos. Y, ¿cómo no va a ser el mejor? El mejor bajonazo de todos. ¡Buah! tía, para comérselo. Mira si será guay, que casi hace con un único bajonazo que el toro se muera y que se quede cojo. Si hasta tocaron la música como premio, pero solo fue un ¡Piiiiiiiiii! El otro toro que toreó ya era como los demás, de Zaragoza, del Pilar. Con lo rosa solo movía los brazos y juntaba los pies, pero el toro se iba a corretear. Luego, cuando los separó, iban los dos avanzando al centro de la plaza. Las otras veces me hacía gracia que los toreros, José Mari también, echaban las capas así para el cielo, muy bonito, era como cuando fuimos con papá y mamá a ese pueblo de Italia que tiran las banderas al aire. Cuando fue el toro al caballo, como este estaba cansado, se apoyaba en el caballo para descansar, así de lado, y el señor de arriba hacía así como si hiciera fuerza, pero no apretaba, que se le notaba mucho, tía. Cuando el toro vio a los de los palos de colores se fue corriendo a por ellos, a jugar, ¿no? Pero iba con muchas ganas. Un banderillero jugó tan bien, que le hicieron que saludara, aunque no sé si era él solo o eran dos, porque me dijeron que se llamaba Curro y Javier. Pues que le llamen Curro o Javier o Curro Javier, ¿no? Cuando José María fue con la tela roja y la puso así atravesada, el toro quiso pasar entre los dos, pero Jose le dijo que no, que iban a jugar, pero bien, sin mancharse el traje, que le hacía falta para otro día. El toro tenía muchas energías, no como otros antes. Y otra vez a pasar por el hueco, el animalito iba por dónde quería y José Mari le ponía la tela delante y hacía como que no se la cogía. Bueno, tía, estuvo genial, qué bien estiraba el brazo, pero no un poco, mucho, ¿no ves que es el mejor? Y como antes, solo gastaba la puntita y el toro pasaba muy lejos, porque aparte de mancharle el traje, le podía pisar. Y José Mari hacía así como retorcido y sin dejar que el toro se le fuera detrás de la espalda, antes de pasar la cadera ya lo había echado fuera. Y así muchas veces. Un señor decía: no manda jamás. Y yo me volví y le dije que lo que no manda son telegramas, porque guasaps manda muchos todos los días. El hombre me miró raro. Será que él no tiene móvil con cámara interior, ni pantalla panorámica, ni blutuz, y si lo tiene será de marca “Nisupu”, ¡jajajajajajajaja! Tía, me parto. Pero a lo que iba, que el toro no dejaba de ir a por el trapito colorado, no se cansaba. Y aunque lo mató esta vez sin bajonazo, eso no debió contar, porque le dieron una oreja y todo, al único, y había mucha gente que gritaba, así como abucheando, pero era para los otros dos, que no habían conseguido oreja, no para Jose. Y daban así palmas que hacían tatata, tatata, tatata. El señor del Mercedes y el chófer me dijo que eran palmas de tango y yo me arranque con el “Adiós, Pampa mía”, que me la sabía de cuando cantaba en misa en el cole de las monjas, porque me la enseñó el abuelito que me tocaba el c... mientras tocaba la guitarra. Que majo era el señor, como el del Mercedes y el chófer, que me invitó a cenar en un sitio guay, pero tía, José Mari, ¡Más guapo! ¡Tía de Muerte moribunda!

La Vane

PD: Jefe, ¿así está bien? Se lo mando por meil, porque me he ido a cenar con un señor, así que otro día le enseño la minifalda nueva que me he comprado en las rebajas, que sé que se interesa mucho por la moda femenina. Un beso.

viernes, 22 de mayo de 2015

Toros para los toreros, mochuelos para el aficionado

No me imagino yo a un mochuelo buscando la muleta por abajo mientras el torero le hace retorcerse, que no me lo imagino


Les ruego que nunca más se quejen de ganaderías como Núñez del Cuvillo y otras del mismo corte, de aquí en adelante. A ver si ya de una vez n os aclaramos y aprendemos a diferenciar del toro para el torero, ese que les permite componer a placer y pegarle dos mil cuatrocientos setenta y siete pases initerrumpidamente, empalmando las embestidas y los susodichos pases; y ojo, que no es lo mismo empalmar que ligar. Pero así son estos toros, este animal, el toro para el torero. Y quizá respetando este aspecto, lo lógico y normal sería que el torero se lo llevara a su casa, ¿no? Que le pusiera una casetita en el jardín, un platillo con maíz, pero del bueno, no ese que tanto preocupa a otros señores ganaderos, con un cacharrito para el agua y un gimnasio en casa para que pudiera hacer sus ejercicios matinales. Una cinta en lugar del corredero, unas púas para que se rascara, una estufita para los días de frío, una sombrillita con los colores de la divisa para el sol y una videoteca con las hazañas e indultos de la familia. Procurar no poner nada parecido a un caballo de picar, ni un picador, ni nada que se le parezca, no sabrías para que sirven. ¿Y el aficionado? me dirán ustedes. Pues al aficionado... mochuelos que roten la cabeza para todas partes, a ver si por una de estas ven un toro de verdad que no admita que se le lleven al Port Aventura, Eurodisney o el Zoo Aquarium de Madrid. ¡Qué nooo! Que los mochuelos son estos toros para toreros, para taurinos, para claveleros, para transeúntes eventuales y accidentales de las plazas de toros y todos entes que se contentan con pedir orejas y ver pases y pases más apelotonados que una clase de parvulario en una piscina de bolas.
Hay qué ver las vueltas que da uno para hablar del infame que encierro que, un año más, ha mandado el señor Núñez del Cuvillo a Madrid. Para acabar prontito, diremos que no se ha podido picar a ninguno, si acaso puyazos levemente señalados, en colaboración con los picadores que muy gentilmente se inhiben de su tarea, que asoman como asoma el pajarillo de un reloj de cuco y que no tardan dos segundos en hacer el Moisés, esa suerte tan torea de levantar el palo y apoyarlo en el suelo a modo de cayado. El primero un inválido para ser retirado por la Cruz Roja en camilla al que no se le podía ni amagar con bajarle la mano. El segundo, suelto por no encontrar un capote que se hiciera con él, cabeceaba queriendo quitarse el palo que levemente se apoyaba sobre su morrillo; seguía la muleta, quedándose corto por el pitón izquierdo. El tercero a su aire, pues los mantazos tampoco le hacían quedar fijo en los capotes. Corneó el peto mientras le tapaban la salida, siguió su tournée por Las ventas, otra vara casi ni señalada, doliéndose en banderillas, admitiendo muletazos a tutiplén, con la única exigencia de ir y venir. El cuarto solo peleaba con el pitón izquierdo, un picotazo más y se marcha. Dolorido con los palos, para como sus hermanos, acabar siguiendo las telas, yendo por el pitón izquierdo con la cara a media altura y simplemente pasando, que no embistiendo. De quinto salió un sobrero de El Torero, en sustitución de otro tullido del hierro titular. El canijo sobrero se dejó sin más en el caballo, de lado y en el otro encuentro aguantando que le hicieran la carioca. Luego iba y venía como un caniche juguetón por el Parque del Oeste, le tiraban la pelota y no se cansaba de ir a por ella las veces que se lo pidiera su matador. El que no era Cuvillo parecía el más Cuvillito de todos. ¡Qué cosas! No hacía falta citarle, se citaba solo, para que iba a molestar, ¿no era un toro para el torero? Pues entonces. Que majo salio el de El Torero, que algunos agradecidos pedían la vuelta al ruedo, lo que demuestra la floja memoria de la Plaza de Madrid en la actualidad, que se le olvida lo ocurrido hace menos de diez minutos. El sexto, con esa estampa de borreguito anovillado, se pegó su cabezadita apoyado contra el peto del caballo. Escasísimo de fuerzas, creo que le señalaron la segunda vara, aunque eso es algo que deberían confirmar los veterinarios forenses, una vez hecho el estudio microscópico que aclarara si la puya llegó a contactar con la piel del de don Núñez del Cuvillo. Ya en la muleta tampoco se le permitieron muchas alegrías, pues ya era tarde y había que abreviar, no fuera a ser que se nos pasara el segundo turno de las cenas. Qué mirado es Talavante, dos trapazos y ¡pum!, para casa, que llueve.

Diego Urdiales, que andaba en este cartel como un polizón vestido de flamenco en el Transiberiano, se estrelló contra su primer inválido, con el que solo había dos caminos, o tirarle al suelo para que el señor presidente viera con claridad la evidencia que enfadaba a toda la plaza, o darle unas friegas de romero para que aguantara de pie al menos hasta que los fotógrafos pudieran dejar testimonio del paso del moribundo por Madrid. Con el siguiente Cuvillo, con muy poca presencia, y tras haber comprobado como ponía en apuros a uno de sus banderilleros sin que monsieur Castelá chistara, le empezó la faena por abajo, de forma muy torera, llevándolo por ambos pitones. Una tanda por la derecha muy relajado, tirando del animalito, con mucha naturalidad, otra más y un buen trincherazo. Tuvo el tino de dejar que se refrescara el toro, para volver por el mismo sitio. Pero el toro ya había dado casi todo lo que tenía. Otra vez con la derecha, siempre con buena colocación, pero a lo sumo le aguantaba el primer muletazo, para vencerse mucho por ese lado en el segundo. Igual resulta que este ganado moderno se encuentra con un torero que quiere hacerle las cosas y se cortocircuita a la voz de ya. A ver si va a resultar que esas faenas de venga pases y más pases, no llegan ni a molestar a estos engendros táuricos. Optó por cambiar de mano, pero si por el derecho era al segundo pase, aquí el bicho no podía hacer otra cosa que entrar como un burro con albardas. Naturales de frente, uno especialmente notable, una trincherilla rebosante de gusto y quizá pudo sobrar otra tanda a muy corta distancia por el derecho, ya arrancando pases al mochuelo, derechazos de calidad, pero ya de uno en uno. Lo cerró toreramente levándolo por ambos pitones, para acabar tirándose al morrillo para dejar una estocada entera. Quizá después se aceleraron el matador u la cuadrilla en su intento por hacer doblar al toro dándole aire. Igual si le hubieran dejado el campo despejado, de lo puro manso que era, se habría echado solo. Y un dato, le brindó el toro al maestro Curro Romero, que ya saben aquello de Dios los cría... Qué bien hubiera estado un mano a mano con los dos, ¿verdad?

Lo de monsieur Castelá es algo así como lo que dicen los americanos, de las grandes ligas, la de los hombres extraordinarios, las de las grandes figuras, los colosos calzando medias rosas. Y no hay más que ver al galo con el capote, que se lía a pegar capotazos y no es capaz de quitarse al mochuelo de encima, pero al momento vuelve a seguir con los mantazos, sin poder adivinar muy bien el motivo de liarse. Que podría ser para poner el toro al caballo, pero tampoco, porque suele practicar con mucha soltura eso del “ahí te quedas”, la forma de ponerlo en suerte en esas ligas mundiales. En el primero empezó a una mano por arriba y continuó... bueno, continuó, dejémoslo ahí. Abuso del pico, el toro pasando allí a lo lejos y siempre echando la mano arriba, algo que me gustaría verle hacerlo con toros con una chispitina de casta, a ver los resultados. Lo mismo por uno que por otro pitón, dejando que le tocara mucho la muleta mientras se limitaba a acompañar el viaje. No sé detenerme en el bajonazo a este segundo o explayarme en el bajonazo infame al quinto. El quinto sobrero, al que manteo sin sujetarse los pies un segundo. Lo de la lidia es pedir un imposible a estos fenómenos, no entra en sus esquemas. Se echaba de menos eso de los trapazos por delante y por detrás, pero tranquilos, monsieur Castelá nunca defrauda. Empezó citando dando distancia en las primeras tandas, para llevarlo con la muleta atravesada y echándoselo para afuera. Aprovechaba las embestidas para ir empalmando muletazos, que no confundamos esto con ligar. Más pico, más exagerado, con la mano izquierda y el animalito seguí yendo y viniendo sin descanso. Vaciando las embestidas, que no mandando en ellas y echándose el toro por delante de la cadera. Perdonen que no les facilite el dato de si supero el millar de trapazos o no, me perdí en la cuenta, pero de lo que sí me acuerdo es de que le sonó un aviso sin aún haber cogido la espada. A este no se le ponía estupendo el toro, con esa forma de pasar no había problemas. Igual si le hubiera toreado, si le hubiera mandado, lo mismo la historia era otra. Puede que hasta mejor, pero seguro que no habría sido tan larga. Aunque quizá lo mejor hubiera sido que no tomara la espada y que siguiera con los trapazos, se habría evitado ese bajonazo descarado e infame que avergonzaría a un torero, pero no a monsieur Castelá. Pero como el toro calló y cayó, la locura colectiva hizo que paseara un despojo por el ruedo. Que así está esto y no le demos más vueltas a la cabeza.


Si tenemos que hablar de Alejandro Talavante, casi nos tenemos que ceñir exclusivamente a la muleta, pues con el capote y llevando la lidia no se le vio, si acaso ese intento de verónica a pies juntos con las que recibe a algunos toros. Estatuarios en su primero, muleta al bies, trapaceando, con enganchones y echándole fuera. No tardó el animal en querer ir a refugiarse en tablas y ahí se acabó todo. Al segundo le empezó toreando por abajo, con suavidad, pero ya en pie, con la derecha, abusando del pico, tras una colada por ese lado, decidió aliviarse y acabar por la vía rápida, ¿para qué complicarse Talavante? Otro bochorno de tarde que habrá que agradecer a la ganadería de Núñez del Cuvillo, protagonista de escándalos uno año tras otro desde hace ya un tiempo, aunque uno falló, pero no se preocupen, que volverán de la mano de uno de estos de las grandes ligas, porque estos son “toros para los toreros, mochuelos para el aficionado”.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Lidia, es un nombre de mujer

Eso de mandar en las embestidas debía ser algo que gustaba a la "señá" Lidia


Debe ser una señora muy famosa la tal Lidia, porque cada vez que voy a los toros, mientras estoy pendiente de lo que pasa en el ruedo, siempre hay alguien o varios “alguienes” que empiezan a hablar o llamar a esta señora. Y por lo que dicen, debe ser toda una señora, con mucho carácter, que sabe estar y que no se amilana ni ante un toro, si fuese necesario. Pero nada, que semejante dama no asoma por Las Ventas. Según he ido yo hilando las cosas, ya digo que por oídas, y atando cabos, no debe llevarse demasiado bien con los toreros, debieron tener sus disputas en algún momento y los de luces decidieron hacerla el vacío y dejarla de lado. No lo entiendo, porque si la “señá” Lidia es tan maravillosa, ¿no podrían ceder un poquito y admitirla en su círculo de amistades”.

En la tarde de los de Alcurrucén se oía: vaya desastre, a ver si cuidamos la lidia”. No sé será que la han tratado de mala manera. Pero bueno, yo a lo mío, que es hablar de señoras y se me va el santo al cielo y la mirada a las piernas. Los de los señores Lozano afortunadamente nada han tenido que ver con los otros franquiciados que mandaron el primer día de feria. Realmente bravo, no lo ha sido ninguno, más bien se puede afirmar que ha saltado más de un manso; encastado, ninguno; y con genio, alguno que otro. El primero, al que costaba manejar entre otras cosas por el vendaval que asolaba la plaza, ya mostraba una embestida bronca al tomar los capotes. Se arrancó pronto, y de cerca, al peto, para recibir un puyazo señalado, mientras pegaba cornadas desesperadas al peto. Encelado en el caballo, y cuando ya empujaba con más decisión, el picador tuvo que decidirse a emplearse un poco más en serio. De nuevo de cerca y puesto en suerte por Ferrera, de nuevo se arrancó con prontitud, para recibir un puyazo trasero. A pesar de las carreras en el tercio de banderillas a cargo del matador, el toro aún estaba un poquito entero, lo que se traducía en embestidas violentas, muy bronco, venciéndose por el pitón derecho cuando el matador le metía el pico de la muleta; por el izquierdo tomaba el engaño algo mejor, siempre y cuando se le obligara un poco, pero muy al contrario, cada pase acababa en un banderazo. Eso sí, si alguien buscaba un bravo en este toro y por si le quedaban dudas, solo tuvo que ver como buscaba refugio en tablas a la hora de doblar. El otro de Ferrera salió pegando arreones a todos los capotes que se le acercaban, que eran muchos, mientras la gente seguía hablando de la señora esa, la tal Lidia, que por lo que se oía, esta tarde tampoco asomó por Ventas, o igual sí, pero se quedó entretenida fuera de la plaza. Mientras añoraban a doña Lidia, el toro andaba por el ruedo a su aire, muy suelto. Un puyazo trasero cuando se encontró con el caballo, repuchándose y a seguir de gira. Mal colocado en la segunda vara, pero el Alcurrucén no quería nada con el caballo y otra vez de paseo, para pegarle un tiento al reserva. Como en su primero, Ferrera se prestó a poner banderillas, eso que tanto gusta al público, pero lástima que doña Lidia tampoco lo pudiera ver; no pudo ver como a un matador hay que colocarle el toro una y otra vez a fuerza de multitud de trapazos y todo para que el extremeño deleitara a la concurrencia con pares meteóricos a cabeza pasada, a veces, muy pasada. Será porque es parte del repertorio, pero ya podía dejar a los peones que hicieran este trabajo. Le costó en los inicios de la faena de muleta, queriendo hacerse con el toro, pero no hubo manera, mucho trapazo sin mando, muchas carreras, moviéndose a mitad del pase, echándolo fuera, pico y cuando ya no veía otro camino, a ahogar al pobre animal, que a pesar de su mansedumbre manifiesta, seguía yendo a la muleta. Otra vez se acordaban de la señora esta, que debe ser como el bálsamo de Fierabrás, porque cuando las cosas iban mal la nombraban como solución a tanto desbarajuste.

La tal Lidia debe ser una señora viajada, pues hasta al francés Juan Bautista le hablaban de ella, ya desde que recibió a su primero, que en el caballo empujaba, pero con la cara alta, limitándose a cumplir. Complicado para dejarlo al caballo nuevamente, o mejor dicho, complicado para el matador, que no se lo quitaba de encima. El segundo puyazo fue trasero y tapándole la salida y ese poco genio que pareció sacar en el primer encuentro, acabó dulcificándose, sería el picor de los palos lo que le hizo recapacitar. Luego ofreció embestidas de las que quieren los maestros, nobleza rayana en la bobonería, que era recibida por apelotonamiento de muletazos aprovechando el viaje, trallazos ausentes de temple, muy vulgares, mala colocación y mientras el animal seguía persiguiendo el engaño, al bueno de Juan Bautista le dio por innovar y echarse la espada a la mano izquierda y la muleta a la derecha, para que viéramos que era igual de aburrido con las dos manos. En su segundo mostró displicencia de salida, le dejó a su aire, que correteara todo u más por el ruedo, que fuera en busca de los caballos mientras salían, tocando al de tanda y al notar el hierro salir despavorido, encontrándose de rebote al reserva, un pim pam de lo más bochornoso. Ya con los pencos un poquito más separados, volvió a lo mismo, aunque esta vez ya fue el reserva el que mejor pudo hacerse con él. La única vara en su sitio cayó trasera y el animal se limitó a cabecear como si no hubiera un mañana. Será porque a ldoña Lidia le gustan estos desbarajustes, que muchos la nombraban y se acordaban de ella, según el tono, con cierto cariño y añoranza. Que malas son las ausencias no deseadas, ¿verdad? Como buen hijo de ganadería de figuras, el Alcurrucén empezó a seguir las telas con esa nobleza que solo los muy puestos saben apreciar y que a los menos a veces saca de quicio, mientras el señor Bautista, don Juan, pareció dejar ver un intento de erguirse para torear, pero todo quedó en nada, un desarme y vuelta a lo de siempre, pases y más pases sin gracia ninguna, sin importarle que por el pitón izquierdo embistiera hasta con suavidad. Eso sí, se debió sentir algo tenso, pues al acabar la faena se pegó una vuelta al ruedo así porque sí. Querría estirar las piernas, ¿no?

Y llegamos a El Capea, que no sé si es un nombre o la conjugación del verbo capear en su tercera persona. No, no, debe ser nombre, porque no dice “Él capea” y sí El Capea, aunque lo primero le vendría como un guante. Es ver a este chico y uno se ve sentado en la plaza de Ciudad Rodrigo, en el Carnaval, viendo como los capas pegan mantazos como pueden, pendientes del toro y del de al lado, para que no le quiten el toro. Le salió el más chico de la corrida y sería por estar acostumbrado al tamaño del toro de las capeas carnavalescas, que no sabía por dónde echarle mano, igual le faltaba toro. Allí que dejó al animalito abandonado en los medios, para que cuando le pareciera bien, irse en busca del caballo. Se quedó debajo del peto, muy quieto y en correspondencia ni se le arañó el morrillo. Suelto en la segunda vara, simplemente le señalaron el puyazo. Sería para que los banderilleros tomaran referencia del sitio, pero fue inútil, no debían ver el hoyo de las agujas. Así se organizó el desastre que prepararon. Y también algo sería que para no desentonar con el jefe. Cuánto trapazo se trajo el Capea a Madrid. Ha debido dejar la trapacería sin existencias. Y el novillote seguía y seguía sin descanso, pero este no era el suyo, el bueno iba a ser el sexto, ¿seguro? Pues no, porque fue la historia que se repite una y otra vez. En esta ocasión intentó poner el toro en suerte, pero nada, misión imposible, le costaba un mundo, era un Sísifo taurino arrastrando al animal a un punto, para volver a empezar de nuevo. Al final le picaron y bien, trasero y tapándole, pero le dieron; ya digo, el chaval está hecho al toro del Carnaval. Y lo mismo en la segunda. Se dolió mucho de los palos y por momentos apretó bastante a los banderilleros. Un comienzo de faena por abajo, aunque tal y como estaba el toro, quizá no habría estado de más el insistir un poco más por ese camino. Quién seguro que sabría si esto era así, por lo que se escuchaba, era la “señá Lidia”, pero ya saben, no estaba en la plaza. Si acaso en el puesto de helados de fuera de la plaza, que en esto también tiene buen gusto la dama. Y El Capea a lo suyo, trallazos, mano alta, pico, una falta de mando absoluta y cuando ya no daba para más, él seguía y vuelta a recolocarse y así una y mil veces. Vamos, que nada ha cambiado en una tarde, los de Alcurrucén nobles en la muleta, manseando sin pudor, pero era ver la telita roja y hala a cumplir. Ferreras lejos del torero que llegó a hacerse respetar hace no demasiado, Juan Bautista y El Capea tan muermos como siempre, pero seguro que el año que viene vuelven y todos esperando a la señora esta, a la tal Lidia, que debe ser un portento de la naturaleza, pues era ponerse la cosa fea, montarse el pitote y todos se acordaban de ella. Y yo que me creía que simplemente “Lidia, es un nombre de mujer”.