domingo, 26 de octubre de 2014

Reconversión industrial en el toro

Solo el toro justifica a los montados


Seguro que los más veteranos recuerdan aquellas imágenes de los astilleros, la minería, las fábricas de coches o las de cualquier sector de los que hace unos cuantos años sufrieron la reconversión industrial. Puede que las cosas tuvieran que cambiar, que no fuera viable el que las cosas siguieran como décadas atrás, ahí no quiero ni asomar la cabeza, pero lo que sí es seguro es que todos estos procesos resultaron muy traumáticos. Trabajadores a la calle, cierre de empresas de esas que se entendían como de toda la vida, paro, jóvenes sin futuro, familias golpeadas sin piedad, exclusión social... ¿Nos les parece que la historia se repite con demasiadas similitudes? Los obreros defendían sus puestos de trabajo a dentelladas y si se daba el caso, hasta a cambio de su sangre. Estaban convencidos de la viabilidad de sus industrias y se esforzaban en demostrarlo. Miraban hacia adelante y veían como un oscuro e incierto futuro se les venía encima.

Y dirán ustedes que, ¿qué tiene esto que ver con los toros? Pues es posible que nada, pero a mí hay situaciones que estamos viviendo en el día a día de la Fiesta que me recuerdan todo aquello, excepto en la postura y disposición de muchos “profesionales” en lo tocante a luchar por su puesto de trabajo y lo que es más, por su dignidad. ¿Acaso alguien ha visto algún picador preocupado por su función dentro de este espectáculo? y es más, ¿se ha visto a algún taurino moderadamente contrariado por el camino que lleva esto y por el destino al que se puede llegar? Pues no parece que se haya dado el caso, es más, no dudan en atacar con toda virulencia al que tímidamente insinúa que el porvenir no está nada claro, que son demasiadas las amenazas que hacen peligrar todo esto, incluidos los puestos de trabajo de los “profesionales”. Pero muy al contrario, en lugar de pararse a pensar, ven el mensajero a un enemigo con la voluntad de hacer que los toros pasen a ser un mero recuerdo. Es como si hubiera un hechizo, una maldición, que hace que las palabras acaben siendo realidad. Es como el matrimonio que está en la cama y a medianoche la señora le dice al marido que parece que huele a quemado; y el hombre de repente pega un salto y se pone como una fiera, se ha desatado la maldición de la bruja avería, ahora las llamas devorarán la casa y no te demuestro lo equivocada que estás, porque las llamaradas que vienen de la cocina no me dejan ni asomarme al pasillo.

Pues las llamas ya han engullido el cuarto de los niños, el de la plancha, el del servicio, el de invitados, el pabellón de caza del señor, la biblioteca y aunque el señor y los caballeros que le acompañan estén en el jardín en animada charla, al final prenderá el emparrado y se les acabarán achicharrando los peluquines. Eso sí, porque a la señora del marido en cuestión le pareció que olía a quemado. Quizá el señor y sus acompañantes sean picadores de toros, esos señores que salen al ruedo subidos s un penco con faldas, se dan una vueltecita, hacen que pican a un animalito que ronda por allí y vuelta a su sitio en el callejón, a seguir viendo tranquilamente el festejo. No les importa si pican o no, que ya es gordo, así que difícilmente pueden inquietarse por no hacer la suerte, por desgarrar lomos y paletillas, o ni tan siquiera por dejar ver al toro y no taparle la salida por sistema. Pero luego, cuando cabalgan su mulo por el callejón, se ofenden grandemente con los “halagos” que el público les dedica amablemente. “¿Serán maleducados y desconsiderados? Me han dicho que soy muy malo, me han llamado matarife, tumba vacas y cosas peores”. Pero no se paran a pensar que el maestro, el mentor del maestro, los criadores de monas y demás filibusteros de la tauromaquia están enterrando el oficio de picador de toros de lidia. Esos que tienen el derecho y el honor de lucir pasamanería dorada, pues en otro tiempo eran parte principal en una corrida de toros. No se debían a nadie, ellos mismos se contrataban con las plazas del mundo. Hubo quien se planteó la posibilidad de retirarles el privilegio de lucir el oro, pero seguro que los taurinos no lo permitirían jamás, no fuera a ser que los de aúpa interpretaran esto como una señal de lo que realmente sería, que han dejado de ser lo principal y por los derroteros que nos movemos, empiezan a ser prescindibles y hasta molestos. Pero ellos se indignan con los que avisan, no con los que les están barriendo la arena bajo sus pies.


Me gustaría ver a los señores picadores manejando sus caballos, toreando desde la contraquerencia, citando y cumpliendo la labor que han venido desempeñando desde hace siglos, ahormar al toro y probar sus condiciones para la lidia; y no con un picotazo que ni a eso llega, sino dos y tres puyazos, como era antes de que el ministro Corcuera diera gusto al taurinismo. Ustedes me contestarán que no hay toro que aguante tres entradas al caballo. Muy bien, estupendo, ¿alguien cree que esto sería el fin de la Fiesta? Sinceramente creo que sería el comienzo del repunte, pues de esta forma el problema se haría tan evidente, que hasta los públicos más benévolos y merendadores se revelarían al comprobar que eso que les echan cada tarde es un sucedáneo de toro. En la pasada feria de Otoño de Madrid hubo una tarde de “gran escándalo”, pues hubo que devolver un toro tras otro. La verdad es que hubo jaleo, pero nada extraordinario, quizá poco para lo que tenía que haberse preparado y casi algo anecdótico para lo que tendría que montarse cada tarde. ¿Y por qué no se devuelven tantos toros como hace años? Va a ser que a lo mejor eso de no picarlos tiene algo que ver. Pocos son los que echan de menos un correcto desarrollo del primer tercio y muchos los que sentencian: es que si a ese toro le pican, se va al suelo. Pues que se vaya, que se desmorone; a ver cuánto tiempo aguantaría eso el que paga y cuánto soportarían las broncas los señores empresarios. Seguro que no tardarían en retirarles de su puesto de privilegio a esos ganaderos de cámara, sí, esos que crían animalejos fofos y descastados. No exigir que se cumpla el reglamento, no exigir que se realice adecuadamente el primer tercio, en definitiva no es otra cosa que convertirse en cómplice del fraude y como consecuencia, de la degradación que viene sufriendo la Fiesta desde hace ya demasiado tiempo. Igual muchos se ofendan cuando alguien les señale como culpables de la desaparición de este vicio, esta pasión, esta locura que son los Toros, y protestará airadamente al sentirse marcado con ese estigma. Entonces sí que protestarán, pero ahora no, porque no es correcto. Pues ellos mismos. No sé si cuando llegue ese día los señores del castoreño rondarán por ahí al menos para mostrar sus lamentos en público, aunque me juego con ustedes un duro que no tendrán ni el valor, ni la honestidad de reconocer su parte de responsabilidad. Y no serán solo los de a caballo los que sufran las consecuencias de esta reconversión taurina, les tocará a otros muchos; la diferencia es que esos sienten el peligro y hasta se rebelan contra un destino que parece cierto, algo que los picadores ni hacen, ni parecen dispuestos a ello, ni se atreven aponerle mala cara a los que les mandan, a los que simplemente les consideran algo prescindible, si no molesto y que serán el primer objetivo de la “reconversión industrial en el toro”.

martes, 21 de octubre de 2014

Las islas y los Robinsones de Gloria Cantero


El toro es siempre la isla en la que los aficionados encuentran su salvación


Hace unos días leía unas reflexiones de Gloria Cantero sobre los que pelean y claman por la verdad en el Toreo, porque no haya merma de la integridad del toro, porque el fraude llegue a ser la excepción y no la generalidad; ellos son lo que llama Robinsones y los foros en los que dejan oír sus opiniones son como las islas de los mares del Sur, alejadas de toda ruta comercial del toro y mucho más de la doctrina y actividades de los taurinos, que ni tan siquiera tienen situados estos archipiélagos de libertad en sus cartas táuricas.

No pude por más que adherirme a tales consideraciones y aunque servidor tenga sus cosas en la plaza de Madrid, aunque pueda darse el caso de que alguien me mande callar, que me mande a algún lugar apestoso y que muestren su desacuerdo con mis opiniones, nada tiene que ver la protesta en las Ventas con la que pueda darse en otras plazas. Ni mucho menos te aplauden, ni te mandan flores, ni te invitan a merendar y a compartir el chorizo y queso que los transeúntes traen orgullosos de la matanza de su pueblo, ni tan siquiera te ofrecen echar un buchito de la bota que portan los más tradicionales. A lo sumo te vociferan un poco, siempre y cuando vean entre ellos y el que protesta una distancia prudencial que no afectará a la integridad física de nadie y mucho menos de la Mari, que orgullosamente contemplará como crece la hombría del Josemi mientras recita su letanía de macho alfa: payaso, baja tú, cállate o hij... Pero de ahí no pasa. Incluso si uno se acerca a pedir que le aclaren algunos conceptos espetados ante tal desbordamiento de tetosterona, son los “colegas” los que tercian, no vaya a ser que el Josemi se líe y se le enrede la lengua al tener que emitir argumentos medianamente razonados.

Hay plazas, incluso ciudades, en las que los aficionados prácticamente no pueden ni ir a los toros y si lo hacen es casi a costa de tener que morderse la lengua hasta convertirla en mojama; y como en los pueblos se acaban conociendo todos, no tiene ni que protestar este Robinson para que el maula de turno no le toque las palmas cuando le venga bien. Estoy seguro que más de uno se sentirá identificado con la imagen del que acude al bar, a la peña o al casino del pueblo y según entra por la puerta ya está el enterado que te radia las orejas, indultos y salidas a cuestas de sus ídolos, aunque no distingan un mulo de una chicharra. Al aficionado no es que no le guste hablar de toros, todo lo contrario, lo que pasa es que en ese ambiente competitivo y de conteo de despojos, pues no se maneja bien, no está tan cómodo como esos discos duros taurinos que te recitan de memoria la terminología moderna del toro, que no se pierden un comentario de los maestros del micrófono y que hacen suyos con todo el convencimiento que ustedes puedan imaginar. No es que estos Robinsones de que hablaba Gloria Cantero vivan en una isla desierta, es que se ven obligados a convivir con caníbales dispuestos a devorarle los hígados a todo aquel que no jalee los desorejamientos de las figuras del toreo.

Cuantos Robinsones buscan compañía en este mundo de los toros en el que no encuentran acomodo y sí constantes muestras de no ser bien recibidos; ya sea al ir a solicitar una acreditación de prensa, cuando los taurinos y palmeros aprovechan para pasar factura por un día en el que fulanito no opinó favorablemente de tal torero, tal ganadería o lo mal cerrados de unos carteles de feria. O esos “compañeros” de tertulia que ignoran al díscolo a la hora de conseguir entradas para ir a los toros, dejándolo en tierra sin el menor atisbo de remordimiento. En Madrid sales de la plaza y aunque lleves a los palmeros pegados a ti en el metro, no pasa más, se acaban las disputas al caer el último de la tarde. Hay sitios en los que te rebozan tus ideas la misma noche después del festejo, a la mañana siguiente al ir a tomar un cafelito, en el trabajo, ya sea cara al público o no y hasta en el vecindario. Que los aficionados aguantan bien, a veces hasta intentando poner argumentos sobre la mesa, pero es complicado razonar contra ciertas actitudes. Y quiera la providencia que no se te ocurra escribir algo contrario al “pensamiento único”, porque no solo te atacarán los de enfrente, sino que vendrán los supuestos amigos a pedirte moderación en nombre de un supuesto bien supremo que hará que todo esto sobreviva. ¡Mejor vivo que muerto! Cuando lo único que pretenden estas ratas es mantener su posición, su negocio, sus privilegios o que nadie les quite el puesto de rastrero mayor del reino.


Si estará difícil la cosa, que hasta te van a ver al negocio familiar para ponerte en todo lo alto las varas que sus ídolos no osan poner en los animalillos que se arrastran ante ellos. Son muchos los Robinsones que se mantienen en sus islas refugiados en esas chozas que se han construido a base de su afición y su lealtad a la Fiesta, al toro, por encima de idolatrías a supuestas figuras, que todo lo más que hacen es cortar despojos por esos cosos de Dios. Soportan como pueden los vendavales de la ignorancia, los ciclones del cinismo y sobre todo las riadas que se llevan por delante tantas maltrechas aficiones. y dicho esto Gloria, me sumo de nuevo en tu apoyo a esos Robinsones que viven en esas islas abandonadas que los mercaderes dejan fuera de sus rutas del fraude y la vulgaridad.

jueves, 16 de octubre de 2014

Urdiales debería apoyar a Taurodelta

¿Y los Choperitas se encontraran redimidos por Diego Urdiales?


Leemos las declaraciones de los señores empresarios de la plaza de Madrid, don Choperita Chico Grande y don Choperita Chico, el más chico, y uno siente que se le rebelan las entrañas. En un prodigio de sinceridad, aparte de darle poco tiempo a esto del toro, lo que ya no es novedad viniendo del Choperita Chico Grande, afirma que los toreros, las figuras, van a lo suyo y que ganan más dinero que nunca. Y añade que ni aunque torearan todas estas taurocelebrities, no llenarían las plazas, además de señalar el abismo que existe entre lo que se embolsan los de arriba y lo que a veces no cobran los de abajo. ¿No se les parte el alma?

Uno se pone a pensar y a echar cuentas y se le abren las carnes al comprobar los sufrimientos y malos ratos que tienen que pasar este padre y su vástago al frente de plazas como la de Madrid. Se tiran temporada tras temporada montando las ferias basadas en estas figuras, que si no llenan igual es porque no interesan tanto como se dice o porque  ya cansan con numerito repetido una y otra tarde, hasta la desesperación. Pero da igual, se toma el cartel tipo de otros años, se da al botón “copy” de la fotocopiadora y pa’lante, ya está, a presentarla a los medios, que por otro lado no van a poner ni una pega; si con lo que nos vienen echando en Madrid siempre dicen que son carteles interesantes, ¿qué no van a decir de otros bodrios hechos de la misma madera? La duda que me queda es que en casos como Daniel Luque, si le contratan porque es barato, porque es un triunfador nato que desprende polvo de estrellas a su paso o si porque le tiene enganchado uno de los triunviros de Las Ventas. No, esto último no creo que sea, ¿verdad? Pero si no es, las dudas todavía son mayores. Pero bueno, dejémoslo ahí, no vaya a ser que se nos ofusque don Daniel y le ocasionemos un disgusto innecesario, él no nos entendería, igual que nosotros tampoco le entendemos a él, ni a su toreo, ni a esas teóricas que nos explican la grandeza de su tauromaquia.

Pero claro, yo, en mi ignorancia y quizá extremado afán por explicarme con cierta lógica los avatares del toro, me pongo a darle al cacumen y no entiendo por qué tanto sufrimiento. La fórmula es sencilla. Se coge un torero que ofrezaca garantías, no de triunfos mediáticos, ni tan siquiera de ser simpático, basta con que su concepto del toreo sea fiable, sólido, clásico y con verdad. ¿A ver? Un momento que mire en el fichero en la sección de toreros de una pieza... Ya está, Urdiales, Diego Urdiales Hernández, natural de Arnedo, La Rioja, matador de toros y con triunfos importantes en su carrera. No busquemos indultos a docenas, ni salidas a hombros a mogollón, ni tan siquiera esperemos que pose con un tutú rosa junto a una modelo de muy buen ver, en una revista del corazón. Pero lo hecho a lo largo de su carrera ha hecho que se forjara un prestigio y una imagen que el aficionado valora y agradece. Victorinos en Bilbao, Adolfos y Victorinos en Madrid, con un toreo hondo, con mando y dominador. Pues ya está señores Chperitas, no le den más vueltas. Y no se piensen que va a haber problemas de fechas, ni mucho menos; si ustedes y sus colegas le ignoran para la mayoría de las ferias, precisamente para no molestar a esas figuras de las que tanto se quejan, no vaya a ser que con dos naturales les deje con el bullamen al aire. Pero en el aprieto en que se encuentran, no creo que tengan muchas más soluciones válidas.

Acudan a este torero a pedirle ayuda, las ventajas son mayores que los inconvenientes, si es que los hay. Sus seguidores son un ejemplo de paciencia, por lo que no les montarán una pelotera de magnitudes intergalácticas porque un usía le niegue una oreja y el propio diestro es el paradigma de la resignación, lo que no quiere decir sumisión. Ya ha demostrado que no cede, ni se deja comprar si sus principios taurinos están en juego. Eso es intocable, lo cual dice mucho en favor del riojano. Realmente les va a salir a cuenta, tanto en lo que se refiere al bolsillo, como a los ataques de hígado por tener que tragar carros y carretas a causa de caprichos de divos que si esta ganadería o la otra, que si estos compañeros no, que si que me pongan uno por delante. Que no digo yo que no pueda cambiar en un futuro, pero visto lo visto hasta hoy, parece poco viable. El gustazo que se van pegar pudiendo anunciarlo con los Cuadri, los Escolares, Pablo Romero, ahora Partido de Resina, Adolfos, Victorinos o cualquier otro hierro que huela a toro. ¡Qué alivio! No tener que pensar si necesitará 28 o 29 toros para no poder completar una corrida, más los necesarios para el remiendo, ni sobreros a cascoporro, ni esa incertidumbre de si el usía saca el pañuelo verde o no. No me dirán que el mundo se ve de otro color. Nunca tanta felicidad con un solo gesto. Vamos, que parece que no hay dudas en eso de que “Urdiales debería apoyar a Taurodelta”.


lunes, 13 de octubre de 2014

The End... to be continued

Habrá que esperar para que vuelvan a ocuparse los corrales de las Ventas


Se acabó la juerga, ya no habrá más toros, pero como en las películas americanas, este sin dios continuará, volverán a salir toros en Madrid allá cuando asome la primavera, o quizá más tarde. Ahora es difícil aventurar tal cosa; lo mismo entre los señores de Taurodelta y la Comunidad de Madrid se inventan una feria del vehículo de ocasión, un masterchf taurino, un concurso de danza pegapasista, la feria de la cerveza, un encuentro del champiñón con criadores de toda la comarca o hasta les puede dar por cubrir de nuevo la plaza, obligando a que se retrase el inicio de la temporada ya para San Isidro, cuando llegue el 40 de mayo y así nos evitamos las inclemencias meteorológicas del mes de mayo.

Mientras los aficionados haremos las cosas típicas que se hacen cuando no hay toros, nos acordaremos de las grandes cosas que hemos visto este año, lo de Urdiales, lo de Abellán en mayo y no se me ocurre más. Si acaso las corridas de toros que sin ser grandiosas, sí han demostrado que no hay toreros que sepan torear el toro. Vale que los hay que se ponen delante y aguantan a ver si no les levantan los pies del suelo, mucha voluntad y mucho desconocimiento de lo que es la lidia y el toreo, sin recursos para poder dominar las mínimas complicaciones que un toro les pueda plantear. Me fallará la memoria, seguro, pero puede que Diego Urdiales haya sido el único oasis en este secarral taurino. Pero tampoco hay que preocuparse, que esta decadencia poco importa al público que de vez en cuando visita las Ventas. Para estar a juego, Madrid se ha apuntado al adocenamiento, a venerar la vulgaridad, a despreciar un prestigio ganado durante años, a ignorar el toro casi con desprecio y a convertirse en una filial más de esa gran plaza que es la televisión. Es tal el adoctrinamiento que esta ejerce sobre os espectadores de los Toros, que hasta los que se piensan los más exigentes, los talibanes, como les gusta llamarse encaramados en la suficiencia, ven la Fiesta a través del prisma de la modernidad. Aplican los baremos juanpedristas a los toros, exigiendo que salgan sin defecto alguno en el comportamiento y sin acusar las tan frecuentes nefastas lidias que los coletudos les arrean sin remordimientos. Los toreros se redimen con dos pases buenos, sin detenerse en juzgar lo demás, sacan el bisturí y deciden que eso ya salva cualquier mal rato; eso sí, pases dados con la muleta, porque como modernos que son, lo del capote les importa poco.

Nos pasaremos el invierno discutiendo sobre rumores de si fulanito viene dos o tres tardes y con tal o cual ganadería. Figúrense que basta con que una figura se decida a matar algo de lo no habitual una tarde, para que esto se convierta en un acontecimiento superior. Unos se dedicarán a recopilar fotos de unos toreros y otros de otros y servirán de justificación para tirarse los trastos a la cabeza. Los de José Tomás se ilusionarán con los rumores de vuelta, que si ha ido a la finca de Perico el de los Palotes, que si tiene vistas dos corridas para Madrid, que si se ha hecho vestidos nuevos. Los de enfrente empezarán que si solo torea tres al año, como si eso pudiera considerarse como estar activo. Tendremos anuncios de apoderamientos a granel y nos agarraremos a los cambios para pensar que ese torero pueda volver al camino que un día abandonó. Tantas cosas se hablarán. Hasta los antis tendrán su hueco, los catalanes, los políticos declarados pro y antitaurinos, lo mismo se promueve otro plan de dinamización de la Fiesta y nos volveremos a desolar cuando nos enteremos que el contenido del plan no irá más allá de incluir en los repertorios musicales las canciones de María Jesús y su acordeón, de Gloria Laso versionada para banda y castañuelas o las tan populares de los Payasos de la Tele; pero de lo fundamental, del toro, nadie hablará. Todos calladitos, no vaya a ser que a los de arriba se les acabe el chollo. Imagínense que apareciera un torero que hiciera vibrar al público con el toro de verdad, que descubriera que con este también se hace arte y que además exigiera su dinero y su posición en los despachos. Ni empresarios, ni taurinos, ni ganaderos comerciales, ni figurones al uso lo podrían permitir. Eso sería el acabose.


Todo seguirá igual, en Madrid empezaremos cuando los señores empresarios y políticos lo tengan a bien, seguiremos tragando ese ganado infumable que les cuesta tres reales, las figuras seguirán viniendo a fichar a las Ventas para despreciar a su afición y si a alguno se le ocurre levantar la voz, pues leña al mono. Porque aquí lo decente lo decoros, lo que demuestra esa educación esmerada del aficionado a los Toros, es el tragar y callar. Que curioso, hasta esto deciden esos taurinos que están destrozando la Fiesta, cómo debe ser el buen aficionado, el cabal: callado, cariñoso con los toreros, benévolo, nunca crítico y que además pague, sin perderse un festejo. ¿Y a quién favorece este modelo versallesco? Si hace falta, hasta convierten estos últimos coletazos de lo que fue la afición de Madrid en un hecho aislado y circunstancial producto del momento y provocado en su día por Alfonso Navalón y Joaquín Vidal, que no sabían de toros, según dicen, pero tenían muy mala baba, o no les dejaban hablar en casa, como nos pasa a muchos y por eso aprovechamos para vociferar en los toros. Eso sí, los que ahora arremeten contra estos dos críticos lo hacen años después de su desaparición; ¡Viva los valientes que se atreven con los difuntos! Pero la cuestión es que el año que viene todo seguirá igual y si algo cambia será para bajar un peldaño más en esa caída hacia la más excelsa y exquisita vulgaridad y monotonía.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Y salieron los toreros. Felicidades a Opinión y Toros

Cuando ves cómo se enroscan el toro a la cintura...


Seguro que ustedes ya saben que Opinión y Toros está de aniversario, el décimo nada menos, que en esto del toro es mucho tiempo y más si se va por libre y no se cuenta con los apoyos habituales que reciben los medios taurinos; y me refiero a la publicidad, no a otra cosa, que los hay mal pensados. Ya se sabe, hasta donde no llega el dinero, llega el entusiasmo y la afición. Y parte de los entusiastas acudimos a la llamada de Antolín Castro y Luis Pla Ventura para disfrutar juntos de un día muy especial. Pero no quiero pararme en contar paso a paso lo que fue sucediendo, pues al final más bien parecería que estoy pidiendo un aumento de sueldo de forma encubierta y no es el caso. Como aquella película de la Loren y Mastroiani, fue una jornada particular, muy particular, porque los no invitados no tenían acceso al festejo, lógicamente, y porque fue diferente a las fiestas camperas, entregas de premio o reuniones para el autobombo.

Cada quien lo viviría a su manera, pero lo que yo recibí fue un permanente aluvión de sensaciones y saberes de lo que ha sido, debería ser y no dejar de serlo nunca, el toro. Strictu sensu, empecé siendo chófer de un torero, Rodolfo Rodríguez, “El Pana”. Ahí es nada. Ni me atrevo a relatar esta experiencia y seguro que muchos me entenderán a la perfección. Lo que sí me dejó meridianamente claro es su concepción del toreo y lo que significa ser matador de toros. Me pude poner delante de la honestidad y honradez de Antonio Sánchez Puerto, que con esto y su torería conquistó la plaza de Madrid de hace años, aquella que tan poco recuerda a lo que hay ahora en la calle de Alcalá. Luis Francisco Esplá, el anfitrión que nos recibió en su casa, embruja con la palabra igual que lo hacía vestido de luces en el ruedo. Con las cosas claras y sabiendo cuál es su sitio.

Pero me encontré con tres personas que me conmovieron especialmente, uno la maestría y grandeza en toda su dimensión, como torero y como ser humano; otro la ilusión y el sacrificio; y el otro la afición, el sacrificio y la humildad ante el éxito. Gregorio Tébar, El Inclusero”, al que me encontré de cara, con esa humanidad de los grandes, y que de inmediato me hizo sentir muy cómodo y feliz, al fin conocía a aquel torero que tantas veces tiró de mí para ir a los toros, del que siempre esperábamos ver torear. Los años en que mi amigo Nacho y yo nos subíamos a la andanada del 3 con el anhelo de algún día poder pegar cuatro verónicas a una vaca. Entonces no se hablaba tanto de eso de “ponerse”, ni tan siquiera se hablaba de “aficionados prácticos”; si acaso, si te habías probado o si alguna vez habías toreado. Los matadores de toros entonces no eran figuras, ni tan siquiera ídolos de jovenzuelos, entonces los toreros eran mucho más, eran mitad dioses, mitad sacerdotes del rito del Toreo. Y si había uno que cumpliera con todo esto a la perfección, ese era El Inclusero. No se le iba a ver como a otros que podían estar más o menos de moda, que incluso venían precedidos de algún éxito reciente. Él simplemente era beber en las fuentes de la tauromaquia, empaparse de la verdad, de lo mítico, lo inalcanzable para casi todos. Pues ese hombre hasta me pidió que le firmase un cartel de toros; ya le dije, el mundo al revés, pero así es este hombre.

Carlos Escolar, “Frascuelo”, un torero, el que cada vez que le dejan hacer el paseíllo en Madrid abre los ojos a los ciegos, atrona a los sordos y nos hace disfrutar de los aromas y sabor del toreo eterno; a veces incluso cambiando la tinta de su capote y su muleta por la sangre propia. ¿Cómo no le vamos a hacer saludar cada tarde al finalizar el paseíllo? Es el tributo que se le debe a él y a todos los toreros que como él luchan porque se mantenga a flote la torería. No da signos de amilanarse en esta vorágine de modernidades, medios toros y vulgaridad, de intercambio de cromos entre empresas, ni de gentes que van a la plaza a merendar. Frascuelo se mantiene firme en su velero y sigue con rumbo firme en busca del ideal del aficionado. Un aficionado que ya encuentra pocos motivos que le hagan levantarse de su asiento y partirse las manos dando palmas. Justo como lo logró el tercer torero al que me refería unas líneas arriba, David Adalid, que acudió representando a sus compañeros de cuadrilla. Lo que son las cosas, los mejores momentos de la historia de la tauromaquia, como dicen los sabios, las figuras más rutilantes que se pudieran imaginar, los toros más bravos y colaboradores y resulta que en toda una temporada es un tercio de banderillas protagonizado por este hombre, el que me hizo vibrar de verdad. Y además, con un toro de verdad, uno de esos a los que la mayoría no ven ni en pintura. Pero que grandeza cuando todo lo que habla este banderillero es de agradecimiento a una plaza, a una afición. Pero ya le dije, eso hay que ganárselo, y él y el resto de la cuadrilla se lo han ganado de verdad y con mucha verdad. Que se puede estar mal, bien o regular, pero la intención es siempre el querer hacerlo, el responder a lo que de ellos se espera. Uno que iba a encontrase con unos toreros y se topó de golpe con unos señores que te hacen entender el por qué de este espectáculo, el por qué de esta pasión y el por qué de que esto permanezca en nuestras vidas.


Pero que nadie se vaya a pensar que dejan de ser toreros en algún momento, eso no es posible. Estábamos impacientes por ver torear, por ver a los que minutos antes habían sido compañeros de tertulia tomando el capote, pero es tanta la grandeza de esto, que las ilusiones a veces se ven superadas por la realidad. Se retiraron los maestros a cambiarse a un apartado, mientras los demás seguíamos de celebraciones, bromas, risas, animadas chácharas, cada uno contando sus historietas de aficionado cebolleta, cuando de repente pareció que el sol se detenía sobre nosotros. Ni cien doncellas etruscas, ni veinte novias deslumbrantes podían parecerse a aquello. Como un destellos aparecieron, salieron los toreros, vestidos de corto, desbordando torería, paso firme, sin prisas, pero sin remoloneos, con la mirada fija en la placita. Señores, se va a torear y eso es muy serio, si será serio, que es cuestión de vida o muerte. Pisaron la arena, la interrogaron con sus pisadas, templaron las telas y al lío. La foto de rigor y cada uno a su sitio. Salió la primera vaca, chiquita pero un verdadero bicho. Era imposible, no había nada que hacer. ¡Tócala ahí! ¡Qué no se pare! La muy... no quería telas, si acaso enganchar el bulto. Salio Gregorio Tébar, la vaca se iba, pero no, el capote empezó a engancharla del testuz, por aquí, ahora por el otro lado y lo vas a seguir hasta donde yo diga, unas verónicas de las que limpian la cara al animal, para cerrar con una media enroscándose ese bicho a la cintura. ¡La vaca va! Salió Frascuelo a torear, que no ha pegar lances. A torear, porque siguió marcando el camino que la vaca tenía que seguir, no había otra. Luis Francisco Esplá se abrió de capote con un vistoso y airoso galleo. Sánchez Puerto tuvo que seguir peleando para que siguiera el capote, pero con uno por aquí y otro por allí, consiguió volverla a meter en el carril. El Pana dejó ver su personalísima concepción del toreo, sin alejarse del clasicismo, y sus orígenes, la filigrana capotera mexicana. Recibimos los brindis de los matadores, primero el Inclusero tiró del bicho con la muleta. Siempre la pierna contraria adelantada, siempre la suerte cargada, siempre toreando, cada pase tenía su motivo y producía su efecto en el animal. Frascuelo tiró de recursos y por momentos tuvo que meter la muleta en el pitón contrario ¡Pico! No amigo, eso no es pico. Ni un retorcimiento, ni una estridencia, el cite con recursos, para a continuación traérsela para adentro, rematando los pases. Luego salieron otras piezas imposibles, ya saben, cuando un cohete explota una vez, ya no puede hacerlo de nuevo. Pero de la misma forma, tal y como salían y mostraban su condición, los matadores los mandaban para adentro, porque así es esto, lo que no puede ser, no puede ser... Nadie se sintió decepcionado, así es el Toreo, algo muy serio y que hay que respetar siempre. Otra lección que muchos aficionados y “profesionales” deberían aprender, que cuando no hay nada que hacer, para qué marear la perdiz. Pero eso pasó justo... cuando salieron los toreros. Felicidades a Opinión y Toros. 

lunes, 6 de octubre de 2014

Mientras Urdiales toreaba, Serafín tiraba el palo

Mientras Urdiales toreaba...


Esta tauromaquia moderna tiene cosas que difícilmente pueden compaginarse con el Toreo clásico y que están solo al alcance de ciertas mentes privilegiadas, a los que les da igual ocho que ochenta, Juana que su hermana o a Urdiales que a serafín Marín; total, si los dos llevan medias rosas, más o menos tirando a fucsia, pero rositas al fin. Esto quizá nos lo podría aclarar Uceda leal, que andaba por allí cerquita de ambos. Anda que no estaba interesado por el verdadero tono rosa, que ni caso hizo a sus dos Adolfos, lo que él quería era aclarar quien las llevaba más fucsias, con cs. Igual también tendría algo que decir don Adolfo Martín, pero en este momento estará preguntándose qué hacer con la ganadería, siempre y cuando resuelva antes lo de encontrarle sitio a esas cornamentas con forma de percheros para paraguas que lucían varios de sus pupilos. Unos feos cornivueltos que parecían quererse dar la puntilla a si mismos.

No me atrevo a decir que la corrida ha sido buena, pero lo que sí tengo claro es que no ha sido como para mandar al matadero, antes tendrían que esperar turno y esperar a muchos otros hierros que irían por delante. Uceda Leal debió quedar impresionado cuando vio como su primero sacaba astillas de un burladero, pero aún así no se arredró para recibirlo con unas verónicas aseadas. Lo de la lidia ya era otra cosa, demasiada tarea como para estar pendiente de si el toro va al caballo o deja de ir. Así este carpintero se marchó suelto al caballo, para cabecear el peto. Querría sacarle un tamo de guata a la protección del penco, mientras el de aúpa le tapaba la salida. Para el segundo encuentro don José Ignacio ya le acompañó y dejó colocado al de Adolfo frente al caballo. Puyazo trasero para que el toro simplemente cumpliera. Se lució Urdiales en unos delantales, pero más lo hizo con la media que fue una pintura. Bonito trincherazo de Uceda en los comienzos de la faena de muleta, que se traducía en un morrón del toro a cada muletazo. Flojeaba el animal y el madrileño parecía falto de sosiego, naturales hacia afuera y ya resultaba un tanto pesado cuando decidió volver por el pitón derecho. En su segundo pareció hacerse presente en el ruedo el fantasma del caos. Muy parado el toro, aunque no era motivo para sujetarle mínimamente. Se fue suelto al caballo mientras este transitaba por el 1. Empujó mientras le tapaban la salida, para después irse a toriles. Quizá esto le pareció motivo al matador para cambiarle la lidia y llevarlo al reserva, donde apenas se le castigo. Fue tal el cúmulo de despropósitos, que el toro fue a peor a pasos agigantados, para llegar a hacerse peligroso; que igual resulta que una mala lidia puede influir en el comportamiento posterior de los animales. hizo un conato de macheteo, con enganchones, dejándose tocar demasiado la pañosa y evidenciando que no sabía por donde atacar a su oponente, si por el norte, el sur, por tierra, por mar o aire. Cualquier intento parecía imposible. Tomó la espada y no recordó ni de lejos a aquel matador que ejecutaba la suerte de forma espectacular, con el sitio muy bien cogido, no en medio de los lomos, como ha sido el caso.

Volvía Diego Urdiales, el de Arnedo, ese torero que encanta hasta al mismo Faraón de Camas, don Francisco -me pongo en pie-. Su primero no acababa de entregarse en el capote, se quedaba a medio lance. Lo metieron debajo del peto en la primera vara y lo mismo que en la segunda, apenas se le picó, intentando evitar que se derrumbara sobre las pezuñas del penco. Con la muleta le tanteo por los dos lados, a ver si le quedaban fuerzas al cornivuelto de don Adolfo. La primera tanda fue con la derecha, un buen derechazo, aunque se la dejaba tocar demasiado, lo que deslucía los pases. Siguió por el mismo lado y dos buenos redondos; en el tercero se vencía mucho y en lugar de dar dos y el de pecho, Urdiales intentó alargar más las tandas, pero siempre era lo mismo, se le venía encima. Cambió de pitón y nos regaló dos naturales muy lentos, para acabar con otra tanda de buen toreo. Lo cerró por trincherillas y ayudados por bajo, para después tirarse recto como una vela para dejar la estocada que le daba derecho a una oreja. Tanto tiempo después volvimos a ver torear en el Otoño venteño. La gente esperaba que se abriera la Puerta de Madrid, pero no hubo opción, el quinto volvió a los corrales para que en su lugar saliera un sobrero del Puerto de San Lorenzo, que bien podría haber sido devuelto por invalidez manifiesta, pero que al no manifestarse demasiado público en contra permaneció en el ruedo. Esa merma le hacía defenderse, tirando derrotes y sin seguir los engaños con franqueza. En el primer puyazo, trasero, empujaba solo por el lado izquierdo y hasta parecía amagar con meter los riñones, pero no había fuerza que aguantara aquello. Para el segundo puyazo el del puerto ya tenía claro que “pa’ tu tía”, que allí hacían pupa. Al final tuvo que ser en el reserva en toriles. ¿no podría decirle nadie a los toreros que el reserva no es para llevar allí a los mansos? Que está muy bien picar allí al que no se deja en otra parte, pero con el de tanda, no con el que hace la puerta. El grandullón se fue a refugiar y a esperar en toriles al que se atreviera a pasar por allí. El toro no tenía nada de nada; Urdiales lo sacó con esfuerzo a los medios, a ver si fuera de su querencia era posible hacer algo. La verdad es que ahí apuntaba más suavidad en la embestida, pero él quería ir a tablas y allí se fueron toro y torero. Cuando la primera opción falló, entonces se pasó al plan B, pero tampoco, muy abanto, no quería saber nada de telas de colores. Y como siempre han hecho los matadores de toros que mantienen íntegro el orgullo de serlos, solo quedaba tirarse a matar al toro, algo que hizo el riojano sin dudar un momento. En su primero demostró que sabe torear y en este que tiene cabeza para poder a los toros. Pero tranquilos, no crean que le van a ver treinta o cuarenta tardes la temporada que viene. ¡Ojalá! Pero no, no vaya a ser que descubra a tantos que sobrepasan de largo esa cifra. No sé las que llevará este año, aunque me atrevería a apostar que no llegan a las quince corridas. ¿No es injusto?


Mientras saboreábamos ese regusto que deja el buen toreo, se nos hizo presente Serafín Marín, apoyado desde el tendido por una senyera en apoyo a las corridas de toros en Cataluña, que podrían servir de sonrojo a muchos, a esos que dejaron al torero solo el día en que el Parlament cerró la puerta de la Monumental. Pero una cosa son estas cuitas políticas y otra lo que se hace en el ruedo. En nada influyen las pancartas cuando al tercero de la tarde se le recibe con mantazos y más mantazos y se le deja deambular por el ruedo, mientras el espada se limitaba a andar por allí. Suelto a la primera vara, le taparon la salida y se fue de najas a seguir su camino. El segundo encuentro fue parecido, el toro a su aire, va al peto desde dentro, para recibir un exiguo picotazo. Con la muleta empezó demasiado encimista, atosigando al animal y ahogando cualquier posible embestida. El darle algo de distancia suponía el tener que aguantar los arreones del toro. Acabó de una estocada que tumbó al marmolillo en un abrir y cerrar de ojos. Su segundo, de aspecto entre caprino y de cérvido, acudió al caballo como un mulo, para dejarse sin más, igual que en el siguiente encuentro. La mala leche la dejó para el segundo tercio, cortando por el pitón derecho y haciendo hilo de tal manera que si no es por un oportunísimo quite de Urdiales, el banderillero del catalán podría haberse visto en un compromiso. Con la muleta Serafín Marín empezó aprovechando las embestidas del Adolfo, pero siempre con el pico de la muleta y la pierna de salida bien camuflada todo lo lejos que podía del viaje del animal. Retorcimientos y pases sin rematar, acabando cada pase quitando la muleta, que no rematando. La misma historia al natural y tras recibir un arreón, en un supuesto gesto de gallardía, tiro el palo lejos de sí, lo que siempre ha sido la de mentira y que ahora llaman no sé de qué manera, y se puso a torear al “natural” con la derecha. Que gran expresión, al “natural” con la derecha. ¿Nadie puede decirle a estos “arrojados” caballeros que un matador de toros no debe despreciar de esa forma los atributos que le hace merecer tal nombre? Ya resulta bastante poco afortunado el no tomar la espada de verdad, como para encima lanzar lejos el palo. Y total, para seguir con su ristra de trapazos echando el toro para afuera. Podrá haber llegado a los mil pases, quizá no, pero era difícil emocionarse con aquello, aunque no digo yo que no hubiera quién sí lo hiciera, tanto que hasta estaban dispuestos a batirse en duelo con el primer disconforme que se les pusiera delante. La cosa era que hubiera otra oreja, una más. Eso sí, ya les digo yo que las dos no sabían igual, “Mientras Urdiales toreaba, Serafín tiraba el palo”.

sábado, 4 de octubre de 2014

Seis pudieron ser demasiados

Quizá el quite de José Antonio Prestel a un compañero que acababa de parear, haya sido de lo mejor de una mala tarde. 


Ya pasó la encerrona de Miguel Abellán con los de El Puerto de San Lorenzo y la Ventana del Puerto. La corrección me obligaría a hablar de hazañas, de un mérito y hasta de éxito por parte del madrileño, pero si me lo permiten, me evitaré toda esa retahíla de lugares comunes que al final no dicen nada. Resulta obvio que la corrida no ha sido exitosa, ni para el espada, ni para el ganadero; Abellán no ha estado bien, eso salta a la vista, pero tampoco ha fracasado, ha echado la corrida para adelante con dignidad, con un planteamientos iniciales muy serios y sin echar mano de artimañas teatrales para ablandar los corazones, algo que es de agradecer. Puede que los seis toros se le hayan hecho un poco cuesta arriba, tanto por el esfuerzo físico que supone tal empresa, como por la brevedad de repertorio del torero.

El ganado no se puede decir que haya puesto demasiadas facilidades, manso, flojo y con dificultad para aplicarle los recursos propios de la lidia, pues se corría el riesgo de que los del Puerto y familia rodaran por el suelo. No creo que los criadores hayan salido satisfechos de la plaza. Al primero lo recibió con el capote sin emplearse, simplemente le movía el telón. No se le picó en la primera vara y en la segunda, desde las tablas, ya se le pegó un poquito más. Escasito de fuerzas, fue recibido por pases por abajo por ambos pitones. Luego se le vio tambalearse al entrar en la muleta, a la que le costaba llegar. Atosigaba un poquito y por esa falta de fuerza no se le pudo bajar la mano, que era lo que pedía el animal. Aseado con la izquierda, incluso enjaretó dos buenos naturales más el de pecho. El segundo, ya del hierro del Puerto, no se le picó prácticamente nada, picotazo en el primer encuentro y en el segundo el toro se dejó sin más. Le dio cierta distancia con la muleta, iniciando el trasteo por el pitón derecho con trapazos sin mando y metiendo el pico de la muleta. Sin acoplarse con la izquierda, en parte debido a un molesto calamocheo del toro que protestaba a cada cite. Al tercero costaba meterlo en los capotes, siempre queriéndose ir y obsesionado con los terrenos próximos a toriles. Allí recibió el primer puyazo, yendo suelto en busca del picador reserva. Una segunda vara en el mismo sitio, esta vez apretando, más para defenderse y salir de allí, que por el impulso bravo de querer imponer su jerarquía en el ruedo. En estos apartados del ruedo presentaba más complicaciones. Se cambió de tercio tras las banderillas y Abellán sorprendió haciendo un quite con el capote. Ya con la muleta empezó por alto y el del Puerto parecía buscarla, pero siempre en su querencia. Sin acabar de ofrecer la muleta plana, sí es verdad que tiró del animal en algún pase, pero a medida que avanzaba el trasteo ya empezaron a aflorar los vicios habituales, pico y pierna salida retrasada. Naturales estirando el brazo en demasía y viendo pasar al toro a mayor distancia de lo que recomienda el buen toreo. Falló a espadas, lo que quizá impidió que el respetable hubiera pedido algún trofeo, aunque honestamente creo que no había lugar. Se ovacionó al manso en el arrastre, igual que se hizo cuando se negaba a doblar, arrimado a la puerta de chiqueros. Imagínense, ovacionar a un manso, cuando quizá el mérito de Abellán fuera ese, el lograr que este animal tomara los engaños, algo para lo que no estaba dispuesto de salida.

El cuarto ya salió queriendo dejar clara su condición. Se frenaba en los capotes y evidenciaba cosas de manso, con la cara alta, entraba a las telas como lo hacen los mulos al tirar de los carros. Notó el primer puyazo y salió a escape. En el segundo ya empujó con mayor convicción, pero solo con el pitón izquierdo. Otro tercer encuentro, con un picotazo trasero, prólogo de una escapada anunciada. Sin hacer ni amago de humillar, soso y aburrido, acabó contagiando a Miguel Abellán. El quinto tomó el capote rebrincado en sus primeros contactos con el espada. Mucho mantazo, el ruedo pareció convertirse en el escenario de una capea. Se picó trasero al toro, se le tapó la salida, de lado y cabeceando en el peto, para acabar marchándose, al igual que en la segunda vara. En el último tercio mucho retorcimiento, enganchones y demasiado pico. En este momento quizá ya estaba el público entregado al aburrimiento y el torero a esa apatía, o apariencia de tal, que hacía creer al respetable que ya no estaba del todo centrado. Salió con bríos el sexto y último, apretando mucho para adentro. Un marronazo por parte del picador, que sin vergüenza le tapó descaradamente la salida. Con la cara muy alta, simplemente se dejó y tras pegar unos cuantos derrotes al peto, acabó marchándose. Trapazos por ambos pitones, retorcimientos y pico al querer torear por ambos pitones, enganchones y el aburrimiento que se había llevado una tarde más en la plaza de Madrid.


No sé si Miguel Abellán es el torero más indicado para pasaportar seis toros él solito, incluso dudo que haya ahora mismo un matador con los recursos y repertorio adecuados para poder llevar adelante una encerrona de este tipo con éxito. De la misma forma que la elección del ganado no ha sido nada afortunada y al final la corrida ha acabado convirtiéndose en una lotería, mientras todo el mundo esperaba que saliera el cupón de Abellán y que al menos nos sacudiera el sopor que ha invadido la tarde. Quizá fueron demasiados los seis toros, pero al menos el matador no ha visto ni caer, ni subir sus valores. 

Fandiño, usted tiene razón, Madrid ha perdido la cabeza

Antes Fandiño tomaba la espada y echaba a volar, ahora parece que las esperanzas en él depositadas, también.


Me gusta coincidir con los maestros, es algo que me anima y me hace pensar que ya estoy a punto de rozar la excelencia y que cuando lo consiga podré mirar de soslayo a todos los mortales, así con ese desprecio que solo podemos manifestar los elegidos. ¡Qué bendición! Hablar de tú a tú con estos privilegiados del toreo. ¿No me envidian? Pero una envidia de esa corrosiva que hace que los que la sufren se ganen el infierno en dos pensamientos y medio. Pues ya ven, uno está completamente de acuerdo con Iván Fandiño, el torero que ha dicho que Madrid no sabe lo que quiere o algo parecido, algo así como que no tiene ni idea, vamos, que esta plaza se ha vuelto majareta, y eso es una verdad absoluta que nadie puede discutir. Ahora bien, en lo que no coincido del todo es que en que esto haya sido cosa de una tarde, ¡nooooooo! Esto viene ya de atrás, si hombre, desde hace ya varias temporadas. Es la misma locura que de forma mecánica les hacía sacar los pañuelos y pedir las orejas cuando usted se liaba a trapazos, sin arte, sin temple y sin mando; pero puede que fuera porque usted tenía la costumbre de enfrentarse al toro, por lo que la emoción les hacía flamear los moqueros. Que la diferencia es grande, no se crea. Esa misma afición que le jaleó lo de matar sin espada, no, perdón, sin muleta, que la verdad, para el uso que le daba, casi mejor lo del número de la cabra, eso de encunarse y apoyarse en el testuz para aprovechando el impulso salir por la culata del animal. En otro tiempo despertó la ilusión de la afición y quizá más por lo que esta esperaba que pudiera ser, que por lo que realmente era en aquellos presentes de cada momento, se le apoyaba; pero si usted decide encaramarse a lo alto del taurinismo y de la vulgaridad, con ganado infame, de ese de la figuritas, pues la gente se enfada y con razón. ¿No cree que el público pueda tener motivos de mosqueo cuando ve su nombre junto al de Núñez del Cuvillo y echando por delante a Finito de Córdoba y por detrás a Daniel Luque? Al menos, no me negará que la cosa no da el pego de estar demasiado preparada.

Pero vamos a lo general, a lo ocurrido en la corrida de Núñez del Cuvillo/ Juan Pedro Domecq/ Fermín Bohórquez/ El Torero/ El Risco; ya saben ustedes eso de que en la variedad está el gusto, ¿no? Pues en Madrid en la segunda de Otoño se han sobrado con lo del gusto. La de matrimonios y relaciones premaritales que se habrán roto en tan nefasto día. Porque no hay quién se trague que tu pareja salga por la puerta de casa a las cuatro y media para ir a los toros y que te diga camino de las nueve que acaba de salir de la plaza. Eso huele a infidelidad, de lejos. Pero no novias, novios, esposas, maridos, amantes y “amantas”, que la cosa ha sido así. Cuatro sobreros, que podrían haber sido otros cuatro más, para remendar la floja, flojísima corrida que mandó don Álvaro, el de los toros colaboradores. Descastados, mansotes, sosos, flojos, bobos y justitos de todo, algunos con mucha cuerna, lo que no es sinónimo de trapío, eso es mucho más que unos pitones medio aparentes. Lo que no puedo confirmarles es si la corrida era picada o sin picar. Si nos atenemos a lo expuesto en el cartel del festejo, era una corrida picada, pero si nos atenemos a lo visto, más bien parecía sin picar. Que el de don Juan Pedro iba y venía, pero, ¿y lo de picar? Fue el del Torero  al que más se picó, pero ¡calma! que eso tampoco quiere decir que se le castigara en el caballo, todo va en comparación a los demás. También fue el más potable de la tarde, pero siempre teniendo como modelo el desastre, la vergüenza y la falta del toro de verdad.

Finito de Córdoba estuvo... ¿Cómo estuvo el diestro de Sabadell? Pues pregúntenselo a él, un diestro siempre crítico y medido en sus actuaciones. Crítico con quien no le jalea todas sus vulgaridades y abulia taurina y medido cuando tiene que valorar su tarea. Que se dedica a mantear a sus toros con el capote, a echarle la tela al suelo a su segundo para ver si se lo echaban para atrás, a desinhibirse completamente de la lidia, sin poner el toro en suerte ni por accidente, con faenas de muleta insultantemente prolongadas como si buscara escuchar voces de desaprobación, saliéndose de la suerte al tomar la espada, pero que cuando le ponen el micrófono de la tele del más, no duda en mostrarse satisfecho como el que más e incrédulo cuando comprueba que hay gente que cuestiona su torería, su capacidad como matador de toros y su afición. Las cosas de don Juan. Y ahora que me digan que se ha ganado figurar en el abono del año próximo.

De lo hecho por Iván Fandiño ya he adelantado algo, pero detengámonos unos instantes. Dejó sin picar al de Juan Pedro, se mantuvo ausente durante su lidia, abusando de capotazos innecesarios. Con la pañosa, aparte de abusar del pico de la muleta y de echar al toro hacia afuera, no aplicó nunca eso del temple, algo bastante habitual en el quehacer de este matador. Mucho pase, de aquí para allá, sin orden ni concierto, apelotonando los trapazos sin lógica. Un bajonazo soltando la muleta y a echar la culpa al respetable. En su segundo, el sobrero, del sobrero, le administró la misma medicina. Se arrancó al caballo con ciertas ganas, aunque luego se liara a pegar cornadas en el peto. En banderillas empezó a dejar ver su condición, lo que aprovechó Miguel Martín para dejar un par más que aceptable, destacando los muy oportunos quites de Neiro a la salida de los pares. A esto siguieron trapazos y más trapazos sin temple de Iván Fandiño, estirando el brazo y entre retorcimientos, lo mismo con la derecha, que al natural. Bernadinas y bajonazo otra vez. Eso sí, el torero no entendía el por qué del disgusto de gran parte de los que se acercaron a la plaza de la calle de Alcalá.

Con Daniel Luque creo que hay que tener paciencia y simplemente esperar el número de toros necesario para convertirse en figura del toreo. No tenemos por qué dudar de la palabra del sevillano. Recibió a su primero con verónicas lentas, tan lentas como el animal se desplazaba con grandes esfuerzos, exprimiendo sus escasas fuerzas ya en el primer encuentro con los engaños. Si alguien piensa que a este tercero de la tarde se le picó, pues que no lo piense más, ni se le arañó con el palo; cosas de la tauromaquia moderna. Este, como otros de los picadores de la tarde practicó la suerte del Moisés, esa en la que el de arriba levanta el palo y lo apoya en el suelo, como si esperara que se abrieran las aguas del Mar Rojo. Escena para un cartel de toros... de los antitaurinos. Quizá el animalito habría hasta embestido a la muleta, pero no le quedaba ni un gramo de fuerza. Imaginen qué pasaría si se le intentara picar medianamente. Ante semejante fiera solo cupo un espadazo caído, total, ¿qué más da? Al sobrero de El Risco le dejó deambular por el ruedo, si sentía el palo y salía a la carrera con dirección a los toriles, pues que saliera, si a la que pasaba le pegaban otro refilonazo y salía de najas, pues venga. Eso sí, no vean con que ceremoniosidad se destocó y pidió el cambio. En el último tercio trapazos, caídas del toro, sosería, aburrimiento y un intentar justificarse que más parecía que pretendieran ofender a los de los tendidos que obtener algo positivo de aquel moribundo.


Pero que nadie se preocupe, ni tenga pena, porque tal y como se desenvuelve la empresa de Madrid, auspiciada por el gobierno de la Comunidad, en mayo volverán los de Núñez del Cuvillo, no sabemos si hasta con dos corridas, puede que salgan tan bochornosamente vergonzantes como en los últimos años, el señor ganadero se quejará, pero seguirá trayendo sus “productos” bien pagados. A Finito le darán una tarde, dos o tres a Luque y otras tantas a Fandiño; y quiera la Providencia que me equivoque y que no vuelvan ni toros, ni toreros, al menos en una buena temporada. Eso sí, a mí nadie me quita esta satisfacción, este buen sabor de boca al poder decir: Fandiño, usted tiene razón, Madrid ha perdido la cabeza

jueves, 2 de octubre de 2014

Ni para hamburguesas valían

No parece que haya quien ilumine el futuro de la Fiesta, más bien e van apagando poco a poco los faroles con que los aficionados guiaban al público en general.


Se abre el telón y se ven seis mulos de Fuente Ymbro, tres novilleros como si ya fuesen figuras y a don Gerardo gesticulando por el callejón, ¿cómo se llama la película? Ultimatum a la Fiesta. ¡Señor mío! Estoy por perdonarles a Taurodelta y todas las empresas de Madrid que puedan venir, la organización de la Feria de Otoño, y que no se preocupen, que no voy a denunciar el incumplimiento del pliego de las Ventas, Aunque... igual es eso lo que pretenden que ocurra, el no tener que organizar festejos fuera de San Isidro. Pues nada, borren lo anterior, perdón, se elimina todo lo anterior y empezamos de nuevo. Exijamos a Taurodelta y a los siguientes, que monten festejos con un mínimo de calidad y según el gusto de la plaza de Madrid y si esto es causa del descontento de la televisión o de los taurinos que pretenden colocar a sus toros y sus toreros, pues se siente.

Hablar de lo de Fuente Ymbro como si fuera una ganadería de lidia después de lo visto en la primera de abono, es como llamar pura sangre al Rucio del señor Panza. El primero fue el que mejor presencia tenía, sin tirar cohetes, pero comparado con los demás era Miss Universo Bovino 2014, categoría señor Gallardo. Mansos como para aburrir, bobones, descastados, con un comportamiento en el caballo infame, a lo que también han prestado su inestimable colaboración los tres espadas. Solo el sexto de la tarde tuvo la ocurrencia de empujar con ambos pitones por unos segundos. En la muleta eran el prototipo de toro zanahoriero, siempre dando la sensación de fenecer a la voz de ya. El primero hasta derribó y acudió al peto al pasito, quizá el rasgo más enrazado que se haya visto en la novillada. El quinto se limitó a cabecear, aunque sin fuerza, al sexto se cree que le rozó el palo, falta por confirmar a la vista de la autopsia y a los demás lo mismo les tocaba con el palo el picador de tanda, como el de puerta, pero que no se nos enciendan los antis, ya que según se oía y se comentaba por las inmediaciones de la plaza, ninguno resultó dañado por la puya, si acaso levemente arañados, pero en contra de la voluntad del de aúpa, los maestros y conformistas espectadores que llegaron a aplaudir. El dato negativo que se ha sabido al acabar el festejo es que de los seis toros no ha podido aprovecharse nada de la carne, ni para hamburguesas. Se intentó sazonar las chichas, pero de tan sosas e insípidas que eran sus embestidas, al final se han visto afectadas todas las piezas de carne, por lo que han tenido que ser desechado el género. Ni los quince baldes repletos de sal con ajo machado y perejil han conseguido dar un poco de gusto a tal amasijo de vísceras. Yo me pregunto si esto será por el maíz, ese alimento tan traicionero que te convierte un mulo de lidia en burro y viceversa.

Y qué decir de la terna, que así me han dicho como se debe hacer referencia a los toreros, pues que han evidenciado una devoción extrema al toreo moderno, han rendido sincero homenaje a sus maestros, perdón, a the maestros del escalafón superior y como si fueran figuras consagradas, han pasado por la arena de las Ventas derrochando abulia, falta de recursos, desconocimiento de la lidia y unas maneras que a cualquiera le hubieran hecho pensar que eran dueños de las fincas de media España y rentistas de las de la otra media. Después de sus actuaciones estivales, se esperaba con ganas a Gonzalo Caballero, pero esta vez no ha habido ocasión de mostrarle la rojiblanca a su paso por la grada. Desinhibido de la lidia, ni tan siquiera amagaba con fijar a sus dos mozos, que lo mismo iban para Cuenca, que para Badajoz. Más bien parecía estar esperando exclusivamente a tomar la muleta, pero ni con esta se ha acercado a lo visto otros días. Despegado, llevando el toro muy fuera, echándolo allá donde pillara. Una lástima que piense que ya ha llegado al final de lo que podía esperar. La verdad que se prefiere mejor al Caballero quizá más atropellado, que a veces se deja tocar los engaños, pero que demuestra las ganas de ser, a este Gonzalo que podría hacer creer que ya lo tiene todo. Solo se le puede jalear un poco la estocada al quinto, pero hasta ahí. Y que no se deje ir, se necesitan toreros que quieran serlo.


Borja Jiménez parece que ha llegado a la plaza echando un sueñecito en el coche y cuando se ha despabilado ya estaba en el patio de cuadrillas. Ni se ha enterado de que estaba en Madrid. Vulgar, ventajista, un calco de los modelos que tienen estos chavales. Trapazos para fuera, trallazos destemplados y poco sentido de la medida, defecto del que no es el único ejemplo. No se pierdan a Francisco José Espada, que hoy me he enterado que fue el novillero triunfador en mayo. debió ser uno de esos días que servidor pasara mala noche el día anterior y luego en la grada me quedé frito como un buñuelo. Ya se sabe, los niños, que si papá agua, papá me duele la tripita, que “gomito” y cuando les da por arrojar te ponen como excusa que el güisqui era de garrafón, que solo tomó uno, pero que no le sentó al cuerpo. Pues eso, Espada es uno más del grupo de novilleros del momento, desprecia la lidia, se desentiende de lo que pueda ser del novillo hasta la hora de tomar la muleta y luego se cree que está en posesión del don divino del buen toreo, cuando no llega más allá de ser un pegapases más. Vulgar, aburrido y sin sentido de la mesura. Y es la primera, eso sí, esto acaba en cuatro días, luego llegará el invierno y para entonces ya se nos habrá olvidado todo, que es una de las características de esta modernidad, que luego uno no recuerda nada, pero nada, si acaso el ver a Curro Robles correr un novillo a una mano, pero nada más. Ni los de luces, ni los mulos de Fuente Ymbro, que “Ni para hamburguesas valían”.