miércoles, 28 de julio de 2010

Se consumó el sacrificio


El Parlament de Catalunya acaba de votar la prohibición de las corridas de toros en esa región española. Seguro que a nadie le ha pillado por sorpresa, y si a alguien le ha sorprendido, verás cuando se entere de lo de los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez.

Los que han votado han sido sus señorías, pero desde hace años se lo estaban poniendo como a Felipe II. Ellos sólo han sido los puntilleros que han finiquitado un espectáculo que agonizaba desde hace años en aquel rincón de España. Se podrá opinar que es como si se hubiesen arrancado un brazo, que han tirado a la papelera parte de su acerbo cultural. Pero dejando de lado todo esto, pidamos responsabilidades a quienes allí han empujado los toros a un precipicio.

Las corridas de toros se han podido prohibir en Cataluña por haberse convertido en un espectáculo anémico, sin fuerza entre el pueblo y sin interés, lo que le convertían en una víctima ideal para sacar pecho y hacer una alarde de poder político entre un sector que alimenta su progresismo a base de prohibir lo que no les gusta o simplemente lo que desconocen. ¿Alguien cree que en un corto plazo se podría llegar a esta misma situación en Madrid, Andalucía o Castilla León y Castilla- la Mancha? Evidentemente, no; pero cuidado, que hace diez años, quizás se pensaba lo mismo en Catalunya y miren ustedes en las que estamos ahora.

Los señores taurinos se estarán rasgando las vestiduras y se presentarán como víctimas de una situación propiciada y alimentada por ellos mismos, que han abandonado la fiesta en esa región por no resultarles rentable, igual que la están abandonando en el resto de España, exprimiendo la gallina de los huevos de oro mientras no se la alimenta, no se la cuida y no se reconoce que cada día está más famélica. Ellos, al contrario, la ven rebosante de salud, gordita, bien criada y que da mejores huevos, ¡manda güevos!

La solución podría ser tan inmediata como promulgar una ley de carácter estatal y andando, pero no volvamos a caer en el mismo error. Lo que está claro es que en Catalunya, por muy territorio español que sea, han dejado de interesar los toros y la forma de hacer que vuelvan, no pasa por decretos, leyes o imposiciones. La cosa es más difícil que eso. Hay que ir conquistando alma por alma y asentarles la afición con hormigón armado, a prueba de ciclones, terremotos y vendavales antitaurinos que le pasaran por encima. Por delante debe ir la realidad de una región y a continuación la legislación.

La cosa no es nada fácil, está más cerca de lo imposible que de lo real, pero si empezamos a no creer en las utopías, apañados estamos. Seguro que habrá quien me responda que si los catalanes, que si los antitaurinos, que si el toro, que es un animal único, lo que queramos, pero el caso es que estamos en las que estamos. Estoy convencido que la Mesa del Toro, la silla y todas las asociaciones que se nos pasen por la cabeza convocarán manifestaciones, coloquios y lo que queramos, pero si nos pasamos el tiempo en saber si son galgos o podencos, poco vamos a progresar en revertir esta situación.

¿Y qué es lo peor de todo? Pues que lo mismo en Catalunya, que en el resto de España, si juntamos en una misma corrida a los Juli, Manzanares. Castella, Juan Bautista, Salvador Cortés, Perera, El Fandi, Morante, el Cid y Ponce (los nueve primeros en el “Escalafón del aficionado” de Juan Medina, más Ponce, que va por libre) con los torillos que suelen ellos matar, igual no llegábamos a los tres cuartos de plaza, siendo optimistas. Eso sí, si el anunciado es José Tomás con el Pochi y el Cuchi, se llenarían dos plazas. A lo mejor hay que ir pasito a pasito y empezar a echar toros encastados, y el que aguante, pues que aguante, y el que no, pues que viva un glorioso retiro contando milongas a sus obnubilados seguidores.

Sé que incluso habrá buenos aficionados que no verán la situación tan negra como la veo yo ahora, pero si nos atenemos a lo que ha pasado en el Parlament, ¿por qué no va a acabar pasando en toda España, o en gran parte de ella? Hace años que vengo diciendo que los pequeños de hoy no llegarán a vivir la afición de sus padres con el secreto deseo de equivocarme, pero a lo mejor estamos más cerca de eso que de cualquier otro panorama más esperanzador. Cuidemos Galicia, las Baleares, Cantabria o Asturias. De momento ya se ha consumado el primer sacrificio, ojalá que sea el único.

lunes, 26 de julio de 2010

La estela de un maestro

El toreo clásico, esa utopía



Si hay algo que nadie puede negar en esta temporada es la trayectoria repleta de triunfos de Julián López “El Juli”, en unos sitios certificados con orejas aclamadas por la masa poseída por la locura y en otros hurtados, como si de un roba gallinas se tratara, por los ocupantes del palco. Triunfos aclamados por esa masa furibunda, por la prensa especializada, especializada en cantar triunfos sin decir nada sustancial, y reconocidos por empresarios y ganaderos. No hay ciudad en fiestas donde acuda el madrileño, donde no provoque la locura, como si de una Marta Sánchez rejuvenecida se tratara, en medio de la tropa en el Golfo.

Pero, siempre existe un pero, el Juli no acaba de convencer a un grupito de “amargaos”, que no saben o no quieren dejarse enamorar con sus excelsas cualidades de profesional del toreo. Hay incluso quien opina que este reconocimiento se le niega simple y llanamente porque no cae bien, porque estos caballeros padecen de manía persecutoria y hacen del Juli el centro de sus iras, de sus frustraciones familiares, laborales o porque su equipo sigue sin ganar nada un año más. Todo puede ser, habría que estudiar este fenómeno con más detenimiento.

Lo que ocurre es que quizás pueda haber una alteración en la escala de valores de la tauromaquia pasada, esa cosa vetusta que algunos se empeñan en mantener viva, y la moderna, en la que se aprecia mucho más el que un torero “puntúe” en todas las plazas, aunque sea sacando un empate ramplón, pero que al final de la temporada le haga enseñorearse en la clasificación de orejas, patas, asaduras y criadillas en salsa de soja. Por esta regla de tres, el torero madrileño, de un pueblo de Madrid, pasará a los anales de la historia del arte junto a aquellos que también encabezaron las listas de número de películas, de recaudación o de discos vendidos. El Olimpo hispano quedaría formado por El Juli, Ozores, Esteso y El Fary. Nadie como ellos han representado los récords en el mundo del arte.

Como ocurre con otros genios, tampoco fueron del todo aceptados por esos “amargaos” que en todas partes existen. Estos ignorantes preferían a Buñuel, Berlanga, Fernando Rey, Fernando Fernán Gómez, Plácido Domingo o el mismísimo Carlos Cano. Sabrán ellos lo que es triunfar de verdad. Pues en los toros ocurre tres cuartos de lo mismo, bueno no, en los toros además hay un presidente que no duda en helarle la sangre al más apasionado mitómano ibérico.

Yo no le voy a negar los triunfos, estadísticos, de El Juli, pero si me gustarían dos cosas: que sus súbditos taurinos entendieran la posición de esos “amargaos” y que me pudieran dar una explicación lo suficientemente convincente que me empujara abrazar su fe. Las otras deidades del Olimpo patrio podían acreditar como méritos el que hacían reír hasta desternillarse, que hacían enseñar los pechos a parte del elenco o que la simpatía rebosante hacía que no importara tanto el arte, como la interpretación. Pero creo que ninguno de estos valores cuadrarían demasiado bien en un torero, que no debe ni hacer reír, ni conseguir que su cuadrilla enseñara los pechos, ni encandilar al público por lo simpático que es. Aunque seguro que habrá quien me descubra el por qué de esta trayectoria que arrolla en la temporada española.

Yo de todas formas me voy a adelantar y voy a expresar mis porqués, que no sé si coincidirán con los de esos “amargaos”. Imagino que no porque hasta el momento vivo muy feliz con mi familia, mis amistades y hasta puedo celebrar las alegrías que últimamente me da mi equipo. A mí me encantaría que El Juli me enamorara; menudo chollo, cada semana un alegrón de grandes magnitudes. Pero es ponerme a verlo torear y se me cae el alma a los pies. Con el capote, en contra de lo que muchos afirman, nunca le he considerado un maestro, por ser un torero que dejó de lado las suertes fundamentales, verónica y media verónica, a favor de quites en los que el capote parecía más un ala delta que un instrumento apto para la lidia con el poder a un animal para prepararlo para la muerte. Tampoco ha sido el Juli un excelso lidiador, es más en ocasiones parece un mero espectador que pasa como puede esos infumables trámites que preceden a la faena de muleta. Faenas de muleta que además de eternas, resultan pesadas y sin cualquier atisbo de arte.

Empezamos el año en Sevilla; allí se nos dijo que había dado una auténtica clase de torería, profesionalidad y no sé cuántas cosas más. Y todo lo que pudimos comprobar es cómo se pasaba de lejos a un torillo que seguía la muleta como un cordero. Mucho pase, casi siempre embarcando al toro con el pico de la muleta que viaja cómodamente entre los dos pitones, como si fuera sentado en el butacón del testuz del animal, para acabar abandonándolo allá en las lejanías, mientras el matador se retorcía y alargaba el brazo de forma poco decorosa. En el mejor de los casos se recolocaba con un horrible y exagerado paso atrás, sin ninguna naturalidad, como si estuviera realizando un esfuerzo titánico, más propio del forzudo de un circo, que de un torero. Habrá quien me diga que el esfuerzo que exige el enfrentarse a un toro es máximo, estoy de acuerdo, pero al torero no se le debe notar, el torero es un artista, no un minero de León.

Esta misma faena la repitió en las ferias apelotonadas de Madrid, pero como la gente le tiene manía y el presidente es un sieso, pues no se reconoció el mérito que su toreo tenía. En Madrid nos regaló una faena como si fuera un buen taco de fotocopias, igual que si nos hubiera enjaretado el temario de una oposición a juez, largo, espeso, soporífero y pareciéndonos todo lo mismo. Y esto mismo se ha ido repitiendo, teniendo su última edición en la feria de julio de Valencia. Venga orejas y orejas y quien no se la da es un malaje. Pero es que Julián no se da cuenta de que ya cansa, aburre y hasta cabrea. Y no es que haya una panda que ya vaya “amargá” a la plaza, es que sale “amargá” de ella. Podríamos utilizar la atenuante de que es un torero en cuanto al ganado al que se enfrenta, pero es que ni por esas hay por dónde agarrarle y si no, echen un vistazo al vídeo de Andrés Verdeguer en “Cornadas para todos”. Que Andrés puede ser uno de esos “amargaos”, que seguro que lo es, pero el vídeo canta por sí mismo.

También ha habido toreros que tapaban cualquier defecto con la espada, pero es que precisamente la suerte suprema es la máxima expresión de lo que es su toreo, un compendio de trucos y triquiñuelas efectistas, que distan mucho de la correcta ejecución de las suertes. Se ha especializado y ha perfeccionado el ya archiconocido “julipie” (acertadamente bautizado así por Joaquín Monfil). Esa es la mayor aportación del Juli a la fiesta, lo cual no es gran cosa y casi mejor que pronto cayera en el olvido.

De todas formas estoy convencido que mañana o pasado volveremos a tener noticia de los triunfos, que no éxitos, de Julián López “El Juli”, volveremos a oír que se han robado unas orejas en no sé que plaza, pero volveremos a ver cómo el aficionado “amargao” sigue sin entender el por qué de todo esto. Quizás, aunque fuera por un minuto, alguien podría plantearse la causa de este desencuentro, aunque también podría decir que ¿pa’qué? Para unos una forma demasiado ramplona de mandar en el toreo, para otros una injusticia continua que no llegan a entender. Pues allá ellos.



PD.: Desde aquí me gustaría hacer llegar mi apoyo a Martín Ruiz Gárate de Taurofilia, el blog que decidió cerrar definitivamente y que algunos esperábamos que sólo fuera por un tiempo. Desconozco los motivos de este cierre y respeto su decisión, pero que sepa que algunos “amargaos” le echamos de menos y no dejamos de esperarle.

viernes, 23 de julio de 2010

El mundo pierde el norte y no encuentra sustituto


Cada día entiendo menos este tinglado que llaman mundo y esta panda que llaman gente. Y ¿por qué digo esto? Pues que me digan si la cosa no es para reservar una suite en la casa de salud. El otro día me reencontré con un viejo amigo y como buen español, decidí que había que celebrarlo en un bar delante de unas tapas. Dos jarritas de cerveza muy fría, una de bravas, una de chopitos y embutidos ibéricos de los de enmarcar. Allí que estábamos recordando la mili y dándole al carrillo, cuando estando a punto de pinchar en el chorizo de Salamanca, llega el camarero y nos retira el plato. ¡Eh oiga, que no he acabado! Y sin hacer ni caso, nos quita el resto de platos y las cañas. Y juro que como mucho nos habíamos trajinado no más de un tercio de lo pedido. Mi amiguete y yo empezamos a protestar, sin que los señores camareros nos hicieran ni caso, a todo más nos miraban con cara de perros rabiosos. Pero en estas que vemos que le hace lo mismo a un coleguita moderno de pantalón por debajo de la rodilla, camiseta “ocean” ajustadita y chancletas de mercadillo, que estaba convidando a su chuti a unas raciones. En esto que ve que le quitan la birra de la boca se levanta y mientras se rasca en la entrepierna, le pide explicaciones al señor camarero. Mi amiguete y yo no dudamos en unirnos al coleguita, que en caso de talegadas se las ventilaría solito. Pero mira por donde que la misma operación se repite en todas las mesas de la terraza del “Javi y Maritoñi’s”. El padre de familia de dos mesas más allá se indigna mientras los niños berreaban por verse sin su Mirinda de un tajo, el abuelo se pone como una fiera recordando sus tiempos de furriel en Cartagena, mientras el padre de familia le echa para atrás y la abuela le agarra por el brazo al grito de Aurelio que te pierdes. Y Aurelio estaba más preocupado por perderse su Bitter sin alcohol y la tortilla paisana, que porque se le desajustara la sonda. No quiero ni contar la que se armó; sólo la presencia de varios agentes de la policía local pudo arreglar aquel infierno. Nos reintegraron a todos lo retirado, nos repusieron las cervezas en su integridad y pudimos seguir la merienda donde la dejamos, aunque con la sangre un poco más alterada; ya nada era igual.

Días después y para quitarnos el mal sabor de boca, quedamos de nuevo para ir al cine a ver una de tortas de esas en que el prota viene a España y se toma una paella frente al Guggenheim, mientras es atendido por unos camareros y camareras con bigote y acento sudamericano, diciendo eso de: “ahorita le atiendo mi amol”. Llevábamos ya veinte minutos de película cuando se encienden las luces de la sala, nos abren las puertas y nos piden con mucha educación, casi ceremoniosa, que desalojemos la sala, y que nos esperan en una próxima oportunidad. Mi amiguete y yo no dábamos crédito. Una vez que reaccionó del shock, el público empezó a protestar airadamente. Una pareja de treintañeros bajaba indignado de la última fila, mientras él se iba metiendo la camisa y ella se alisaba delicadamente su melena algo desordenada. Una panda de chavales intentaron atrincherarse delante de una máquina de refrescos, mientras se explicaban unos a otros la situación y contaban lo que harían en caso de querer bronca, que por supuesto no querían. Mi amigo se erigió en el cabecilla de la rebelión subido haciendo equilibrios en dos butacas y coreando a voz en grito el “del barco de Chanquete, no nos moverán”. El acomodador desacomodador se mostraba inflexible y mientras nos señalaba la puerta se encaminaba hacia el Jacin, mi amigo, perdiendo los nervios únicamente cuando la chavalería le vació su refresco comunal por la espalda, con hielos, pajitas, vaso gigante y refresco incluido. Otra vez sólo pudimos ver el final de la película gracias a los cuerpos de seguridad del Estado, pero ya no teníamos cuerpo para nada, nos habían chafado la diversión.

Esto no podía quedar así, el Jacin y yo no nos resignábamos a recuperar nuestra amistad de una forma tan chusca. En estas que me suelta ¿y si nos hacemos una corrida? ¡Hombre Paco, no me jo…! Sí tío, vamos a los toros. ¡Uf, Qué alivio! Ya me veía dando explicaciones y poniendo excusas estúpidas para dejar al Jacin solo. Pues venga, y dicho y hecho, cuando nos quisimos dar cuenta estábamos sacando dos gradas de sol. Cartel con toreros de nivel, de esos que salen en Tendido Cero y a los que en Toros para Todos le ponen la musiquita esa de las guitarras y el piano que te llega al alma. Un maestro, un profesional de los de verdad y un jovencito de esos que vienen empujando fuerte. Sale el primer toro, un tierno corderito con dos plátanos como pitones. Yo alzo la voz y le digo a mi amigo: pero si eso es una sardina escurrida. El Jacin sólo respondió con un ¡tío! y un poco cara sapo. Salen los caballos y casi en un visto y no visto se vuelven pa’ dentro sin casi haber ni regañado al torillo ese. Lo siento, pero no pude evitar el que se me escapara un ¡a picar! La única respuesta que obtuve fue un lacónico ¡pero tío! ¿qué te pasa? Me quedé tan descolocado que cuando me quise dar cuenta allí estaba el Jacin como loco aplaudiendo al maestro en banderillas. Ya sin gritar le comenté, así como le que no quiere la cosa, que todos habían sido a toro pasado. Ni me contestó.

El maestro nos brindó el toro, se aseguró de dejar la montera boca abajo y empezó a agitar la muleta como un guardiamarina en un día de tormenta. Ahí ya no pude aguantar y le espeté eso de ¡Crúzate! El eco me devolvió un lejano ¡baja tú! y al Jacin categórico: “Mira que vienes puntilloso, no te gusta nada, total a ti ¿qué más te da? Aquí uno viene a divertirse” Y no me dijo más porque mientras yo protestaba el infame bajonazo, él pedía la oreja agitando la almohadilla y gritando mucho, pero mucho, mucho. Y cuando le dieron la oreja al fenómeno de masas y me dispuse a manifestar mi descontento y la sensación de estar siendo atracado con semejante farsa, sólo pude ver cómo el Jacin iba escaleras abajo y se marchaba escandalizado de la grada, señalándome y comentando algo con los furibundos espectadores que me apuntaban con el dedo mordiéndosela la lengua y consolando a mi amigo en su huida.

El Jacin, ése que no consentía que le robaran ni el aire de alrededor, ése que era capaz de llegar al cadalso en defensa de sus derechos de ciudadano intachable, ese que se convertía en una nueva Agustina de Aragón por que la caña no estaba fría, no había dudado en tirar por la borda nuestra amistad nacida en los tercios de la Infantería de Marina en Cádiz, porque su compañero de armas, bueno de cantina, porque allí estábamos destinados, porque al que suscribe no le parecía bien que le cobraran un novillo a precio de toro, un tío vivo como un tercio de varas, un saltimbanqui como si fuera un torero y un carnaval como si fuera una corrida de toros. Igual es cosa mía, pero ¿no creen que el mundo ha perdido el norte? Y lo peor, no hay quien lo reponga.

martes, 20 de julio de 2010

Catalunya tampoco os merece


El bajonazo cobarde a la cultura catalana
No me hace ninguna gracia tener que dedicar ni un minuto a este embrollo de los toros en Catalunya. Sinceramente pensaba que lo iban a resolver con más eficacia, pero al final la ineptitud se acabará imponiendo. Al final, la ignorancia y el espíritu animalista de película de Walt Disney, se llevará por delante una tradición muy catalana, la corrida de toros. Y que nadie piense que me he vuelto loco. Probablemente ni Costillares, ni Pedro Romero, ni Miura, ni Graciliano tuvieran sus raíces en el noreste de España, pero eso no impide que los toros sean una tradición catalana. Tan catalán como lo es el chotis, el mantón de Manila o el bocadillo de calamares en Madrid.

Hay que tener la mente un poco más abierta y ser capaz de mirar a la luna mientras un hombre la señala con el dedo y no quedarse en el dedo. No es posible complicarse la vida de esa forma. No se puede evidenciar el ser tan tontos. Quizás otra cosa sería si fueran hasta egoístas, si pensaran los votos que perderán en el resto del país por una mentecatería tan torpe. ¿Se han parado a pensar dos segundos en lo que están a punto de prohibir? ¿No se les ha ocurrido cruzar la frontera y comprobar como a menos de diez kilómetros, en Céret, se vive el toro como algo propio y genuinamente catalán, o excluimos a esta zona de Francia de la Catalunya eterna por tener entre sus manifestaciones culturales una tradición por la que se reconoce universalmente a España?

Es que me parecen tan torpes y zoquetes que tengo la sensación de que no se han parado a pensar en todo esto ni mientras están sentados en el retrete de su casa. Y van a votar en conciencia dicen; en conciencia de quién. Si su conciencia les dice que las corridas de toros deben ser ilegales, aquí me tienen a mí, y seguro que a alguno más, dispuestos a reconocer nuestro delito, esperando que nos lleven ante el juez, o que si en el momento de votar nos preguntan nuestra opinión sobre el tema y la respuesta no es de su agrado, que nos rueguen no depositar el voto con su papeleta. Aunque estúpido, sería más noble de su parte.

Quizás también puede ser una forma de quitarse el muerto de encima por parte del partido, pero si así fuera, ya no es que son unos ineptos, es que ya sería para encerrarlos, ¿o es que no saben lo qué tienen en su casa? Ya les ocurrió hace años en la Comunidad de Madrid con aquellos elementos, Tamayo y Sáez, pero es que esto ya no se puede consentir. Llevamos toda la vida yendo al callejón de la Monumental y de repente se nos quitan las ganas. ¿Cuándo mentían, antes o ahora?

Pero que tampoco piensen que se va a acabar el mundo con eso. Las corridas de toros seguirán adelante y dejarán de existir cuando ya no interesen a nadie, cuando ya no haya aficionados que se cabreen como monas cuando ven toritos fofos o matadores tramposos, cuando la gente no saque su entrada para ver esta “barbarie”, cuando no haya blogs y blogueros que escriban día tras día y que pidan perdón cuando no lo hacen porque se van de vacaciones. Entonces puede que esto se acabe, las plazas serán centros comerciales, colegios concertados, o bares de copas gigantescos, las dehesas serán espléndidos complejos turísticos alicatados hasta el techo, en los que el toro será sólo un recuerdo y entonces estos ecologistas ignorantes, muy distintos de los que saben cómo se mueve y cómo vive un ecosistema, se echarán las manos a la cabeza porque se destruye el medio ambiente. A lo mejor esta panda de necios esperan que los actuales ganaderos preserven sus fincas para que ellos engorden sus estadísticas, sin sacarles ningún beneficio y lo que es peor, sin que allí paste nada que les apasione.

Y mientras, los políticos del resto del país siguen sirviéndose de este espectáculo, al que cogen y tiran a la papelera según les viene. Unos lo declaran Bien de Interés Cultural, no se sabe para qué, ni con qué objetivo real y palpable, otros se matan por ser los primeros en decir que ellos sí que defienden la fiesta, otros miran para Cuenca, con perdón por Cuenca, esperando a ver por dónde les sopla el aire y otros no se enteran de la misa, la mitad. Y así seguimos. Prohibirán las corridas de toros, pero no por eso conseguirán que esto desaparezca, y si lo hace será por otras causas, pero ellos no podrán llevarse esa gloria ponzoñosa. El motivo será también la ineptitud, pero en este caso de los de casa, de los que ahora se enriquecen de la fiesta. Esos sí que lo conseguirán.

domingo, 18 de julio de 2010

Todos tenemos algo que enseñar y mucho que aprender

Ya llevo un tiempo sentado en este blog “Toros Grada Seis” y de lo que yo pensaba al principio y de lo que éste es ahora, se mantiene que el centro es el toro. A partir de ahí casi nada se parece a mi intención primitiva. Yo pensaba hablar de toros, expresar mis opiniones y mi idea de lo que es la fiesta, enseñar mis dibujos y poco más. Pero con lo que yo no contaba era con la exigencia de los lectores que, con mucho cariño sea dicho de paso, te llevan por donde ellos quieren, lo cual ya supone un privilegio para quien escribe.

Hace no mucho y después del hastío de las ferias de Madrid, esas que Taurodelta y la Comunidad de Madrid tanto empeño tienen en servirnos apelotonadas y que nos obligan a tragar sin tan siquiera unas patatitas, o una ensalada para acompañar y sin ofrecernos la posibilidad de empanarlas y así enmascarar el mal género que nos ponen en el plato, en ese momento me andaba yo con el sí y el no de meter a “Toros Grada Seis” en el congelador.

Me llegaron muchas y buenas palabras de ánimo y aparte de las de los estupendos aficionados que se pasan habitualmente por este espacio, recibí las de gente más joven que yo, que además de recordarme que ya no soy un niño precisamente, lo que les agradeceré eternamente, me hicieron pensar en el valor de los años. Perdonadme que no cite los nombres porque no quiero olvidarme de ninguno, pero me hizo recapacitar el hecho de que se me preguntara por la forma de torear de Frascuelo, un torero al que aún se le puede ver una tarde al año en Madrid, pero al que uno de estos aficionados más jóvenes no acababa de ubicarle en su toreo. Al intentar compararle con un torero que él conociera, dejando de lado el compromiso, me daba cuenta de que cualquier semejanza la colocaba más allá de los quince o veinte años. Que lejos tenemos cualquier referencia al toreo de siempre. ¿Cómo podemos explicar que lo de hoy no tiene nada que ver con lo puro y lo verdadero? Las mentes interesadas han moldeado el gusto del aficionado presente y se han esmerado en borrar o deformar aquello a lo que algunos nos agarramos como a un clavo ardiendo.

Quizás los buenos aficionados de más de esos quince o veinte años de que hablamos parecerán una cuadrilla de amargados que tiene por bandera y como filosofía de vida el desplegar esta amargura por el mundo y machacar la alegría festivalera del prójimo, pero de verdad que no es así. Lo que ocurre es que es muy difícil disfrutar del chopped como si fuera jamón de Salamanca, sobre todo cuando se ha podido disfrutar del jamón de Salamanca. Pocos irán a la plaza con más ganas que yo para que me guste fukanito o menganito, pero es que esto es visceral, cualquier predisposición en uno o en otro sentido salta por los aires en el momento en que salta la chispa. En esto no se puede empezar a corear los olés cinco minutos antes de lance, en esto la belleza, la emoción o la pasión, surgen como una zambullida en la jeta. El aficionado que lo siente no puede sentarse en el tendido como un juez justo e imparcial y poner nota con exactitud siuza. En la plaza no se puede uno detener en eso, porque en cuanto uno se para en andanas se pierde lo siguiente. Eso lo pueden hacer esos tan leídos y que diseccionan las "virtudes " no encontradas de un torero, siguiendo el mandato de los sesudos mercachifles del toreo de hoy. Así ahora se venera el toreo del Cordobés, Dámaso González o Paco Ojeda, con las evidentes distancias entre ellos, se pondera la espectacularidad, la quietud o la capacidad para hacer embestir a una lavadora y nadie recuerda, aparte de los Viti, Camino o Puerta a toreros como Andrés Vázquez o Rafael Ortega, será que el desprecio a la pureza viene de lejos.

Incluso puede que a los que llegamos a ver a algunos de estos toreros nos falta sentido docente o simplemente capacidad descriptiva para relatar lo que era aquella fiesta, aquella forma de torear y las sensaciones que producía en el espectador, o simplemente el comprobar que no habrá comprensión por ninguna de las dos partes. Quizás también hay que echarle su responsabilidad encima de estos distanciamientos, a la televisión que llega a todos, pero que sólo transmite la visión del gran hacedor de programas y retransmisiones, quien no siempre se rige por criterios de verdad y autenticidad y que a veces, sólo a veces, da la sensación de que se guía por otros intereses más inconfesables.

No hace mucho un lector, desde muy lejos, me recordó las obligaciones de todo aquel que pretende convertirse en un buen aficionado y una de ellas es contar como era y como debe ser la fiesta de los toros. Y no me lo pedía como un favor, sino como una exigencia. Esta exigencia me despertó de sopetón y me ha hecho pensar que no podemos dejar solos a esos que se empeñan en ser aficionados a pesar de todo, que lo que ven no les gusta, pero que adivinan que puede haber algo mejor; y realmente creo que los buenos aficionados que de pegan sus giras por este blog son capaces de seguir descubriendo la verdad de la fiesta de los toros. Yo dentro de lo que pueda les ayudaré cuanto pueda. Así que nada, sigamos por donde íbamos y contemos nuestra visión de la tauromaquia.

jueves, 15 de julio de 2010

¿Queda semilla brava que nos rejuvenezca?


Ya anuncié suficientemente en su momento que me iba de vacaciones. Debía de ser el síndrome Dominguín, ese que cuando vives algo bueno sientes un irrefrenable impulso que te hace correr para contarlo. Pues bien, eso ya se ha acabado y aparte de paseos, visitas, comidas de condenado a muerte, mundiales de fútbol y calor, también ha habido ratos de modorra en los que pensaba y pensaba, aunque doliera.

En mis cortas conexiones con el planeta de los toros he podido comprobar que todo sigue igual, que en Pamplona de vez en cuando triunfan otros toreros que no son los habituales del circo de Manolita Chen. Y esto no es por otro motivo que por el toro, ese que realmente debería ser el rey con mando en el mundo taurómaco y no un simple atrezzo que aguante los alardes de los figurones. Dejaremos de lado esos conflictos en que nos quieren enredar de si se concedió o no una oreja merecida, de si el usía del palco es un malaje revienta fiestas o es el primo tonto de Teresa de Calcuta. Lo importante es el toro y a eso no podemos renunciar. Eso sería dimitir de nuestras obligaciones de aficionado a los toros. Y que conste que no diferencio entre buenos y malos, porque todos tenemos algo que aportar, siempre que sea desde la sinceridad.

La cabaña brava, como dicen los eruditos del toreo, puede que atraviese uno de los peores momentos de su historia, toros bobones, flojindongues, mansos y descastados, que en el mejor de los casos se limita a seguir el trapo como si estuviera hipnotizado por tan llamativo retal. En algunos casos parece como si algún ganadero hubiera decidido iniciar el camino inverso del que empezaron hace años. Esa andadura hacia la desnaturalización del toro bravo puede tener su vuelta atrás. Hasta el momento los resultados son como una gaseosa en medio del desierto, que nos sabe a gloria, pero que no aguanta ninguna comparación con el ideal del toro que exige la fiesta y la afición.

Nos tenemos que conformar la mayoría de las veces, con toros encastados, aunque mansos, pero que al menos ponen en un brete a los matadores y cuyos hierros son marcados con una cruz por las figuras del momento. Hay que pasar de la bendición que nos supone ver que un toro no se cae y que no es la tonta del bote, a exigir bravura y calidad en la embestida, pero ¡ojo! Que nadie se me confunda, que de embestidas con clase está uno más que harto. Y me explico; muchos son los toros que vemos que arrastran el hocico por el suelo, pero que son incapaces de plantearse algo más que ir tras el trapito. Esas embestidas tienen que responder a la exigencia del torero de ponerse en su sitio, de dar los terrenos que pide el toro y de acuerdo a una correcta lidia en todos los tercios.

Ya digo que parecen intuirse intentos aislados por recuperar el toro bravo, el problema está en saber de dónde tirar. Hace años se oía hablar de la posibilidad de que algunos ganaderos mantuvieran alguna punta aislada de ganado encastado, pero después de tanto tiempo, más puede parecer una leyenda urbana, que siempre es un buen saco donde esconder lo que no es ni posible, ni imposible, sino todo lo contrario. Otra posibilidad sería buscar en las ganaderías en las que las figuras no hayan puesto sus ojos, ni en aquellas que no son dirigidas por aspirantes a ganaderos de cámara de estas figuras, pendientes de ver si queda un hueco en este circo de los despropósitos, para entrar pegando codazos a todo el que se ponga por delante, embistiendo con más fiereza que los delicaditos toros del monoencaste.

La verdad es que no debe quedar ningún tesoro oculto, ¿quizás en las ganaderías llamadas de segunda? ¿Quizás habría que empezar a buscar también en tierras de Portugal? Pues parece más viable la primera posibilidad que la segunda, aunque lo único que tendríamos garantizado es que el camino iba a ser muy largo, tortuoso, lleno de baches y con muchas piedras llenas de aristas. El panorama no es muy halagüeño, unos seguirán pendientes de si a fulanito o menganito le han robado o regalado una oreja o diez, otros habitarán ese mundo fantástico del triunfalismo y a otros, de momento sólo nos queda seguir buscando debajo de las encinas, por las marismas o entre las peñas, para ver si aún queda algún manantial de sangre brava que nos rejuvenezca.

miércoles, 14 de julio de 2010

He tenido un sueño


Ya he vuelto de mis cortas pero intensas vacaciones y una de las cosas más curiosas que me han ocurrido en estos días en Portugal es un sueño que tuve y que fue tan real que parecía que lo estaba viviendo de verdad. Yo me encontraba rodeado de gente de otros países, lo mismo franceses, que alemanes, holandeses o portugueses y ningún español y sentado en una silla de madera dura como la piedra, veía jugar a España el campeonato del mundo de fútbol, que se jugaba nada menos que en África. Menudo absurdo, ¿cómo se va a jugar un mundial en un continente que no sea Europa o América? Pero ahí no quedaba la cosa, primero jugábamos contra Alemania, la superpotencia del fútbol, y les ganábamos con autoridad, a los grandullones rubicundos esos. Recuerdo que yo sólo me podía limitar a sonreír y como mucho a apretar los dientes para no dejar escapar la alegría que tenía dentro. Y lo bueno es que ganando, pasábamos a la final del Mundial. A quien se lo cuente, dirá que pocas veces había oído algo tan absurdo. Pero ahí no paró la cosa, resulta que en la final jugábamos contra Holanda, que en lugar de da una lección de fútbol se limitaba a cazar a los jugadores españoles. Si sería raro el sueño, que a Xabi Alonso le pegaban una patada en el pecho y no pasaba nada, ni expulsaban al holandés ni nada. E incluso de tantos palos que repartían, conseguían que hasta Iniesta se cabreara. Esa era una de las pruebas irrefutables de que el sueño no podía ser real.

España jugaba y tocaba y creaba ocasiones, pero no marcaba, ¿cómo iba a marcar? Si lo hacía se convertía en campeona del Mundo y eso ya se sabe que está reservado para los grandes, para Alemania, Argentina, Italia y sobre todo, Brasil. Mientras tenía que aguantar la sonrisilla estúpida de una familia de holandeses, que parecía que ya conocían el resultado de antemano. Se acabó el partido, se llegó a la prórroga y cuando ya tenía asumido que me despertaría del sueño, gol de España, gol de Iniesta; la sala se llenó de silencio, la sonrisilla imbécil calló, las caras de la familia holandesa se convirtieron de repente en una máscara trágica. Recuerdo que sólo pude oír un leve grito de gol en el exterior, que resulta que provenía de mi familia, que veía el partido a través de la ventana. El árbitro pita el final y España campeona del mundo, ¡Dios, que sueño tan bueno! Papá tulipán se levanta como un resorte y decide apagar la tele, todos a la cama, se acabó la fiesta; no escuchaba mis voces diciéndole que no la apagara, que nos quedaba ver como nos entregaban la copa. Le eché valor, volví a apretar el interruptor y vi como los jugadores saltaban alrededor del trofeo. Lo que son las cosas de los sueños, en el partido iban de azul y ahora iban de rojo. Desconozco el por qué del cambio, habrá que preguntárselo a un psicoanalista, pero a mí me daba igual, aunque fuera en un sueño, había visto a España como Campeona del Mundo de fútbol. ¡Qué grande! No me lo puedo ni imaginar en la realidad. Seguro que todo el mundo se echaría a la calle, que los jugadores se pasearían en loor de multitudes, que Fernando Torres volvería a dejar claro su sentimiento atlético, que daría igual que fueran los jugadores del Barça, del Madrid, del Sevilla o de quien fuera, que sólo serían el equipo campeón del mundo por todo un país, por los niños que nunca lo habían visto, por los que hace años, muchos años, dejaron de ser niños y tampoco lo habían visto, por los que no distinguen un fuera de juego de un ataque de nervios, todos éramos campeones.

Habrá quien me llame infeliz por tener estos sueños y encima contarlos, pero a mí me ha parecido tan bonito y tan real, que no he podido evitar compartirlo con todo el mundo. Cosas así hay que compartirlas y aunque esto no nos va a sacar de la crisis, no va a mejorar nuestras cosas del día a día y a algunos no les evitará aguantar a ese jefe cenutrio, por lo menos nos ayuda a pasar un rato de felicidad colgados de las nubes de la irrealidad. Pero… ¿y si llegara a ser verdad?

sábado, 3 de julio de 2010

Nuestro reconocimiento a las escuelas taurinas

Se podría asegurar sin demasiado temor a equivocarnos, que la inmensa mayoría de la torería actual han pasado por el filtro de las escuelas de tauromaquia. Y lo que nadie puede negar es el sello que éstas han impreso sobre la personalidad de las figuras, las casi figuras y los aspirantes a serlo. Después de años de trabajo con los chicos, al final han conseguido hacer clones de toreros, haciendo que todos respondan a un canon muy estricto, con unos límites muy marcados, del que difícilmente se salen los profesionales del toreo.

Tanto la novillería como los matadores de toros suelen tener un amplio, que no profundo, conocimiento de las suertes con el capote. Todos saben que en tal quite el capote pasa por aquí, se agarra por allá y se le hace volar como una cometa y el toro dónde caiga. Otra cosa es el momento idóneo para tal quite o si el toro está para ese otro.

Los taurinos se empeñan en llamar pomposamente a estos centros “Escuela de Tauromaquia” y a veces ponen a continuación el nombre de una figura del pasado, como es el caso de Madrid en que le añaden Marcial Lalanda. Pero la realidad es que es una factoría del pegapasismo imperante, castradora de cualquier atisbo de personalidad de los aspirantes a coletudos, a los que se les enseña a meter el pico y a rematar el pase delante de la cadera, eso sí, con mucho retorcimiento. Y al aventurado que intenta seguir las reglas del toreo eterno, le quitan las ganas diciéndole que así te cogen los toros. Y que conste que esto lo he visto yo, y no hace falta que lo cuenten, aunque tampoco hace falta ser un lince para darse cuenta de esto: no hay más que acercarse a una plaza de toros y contemplar las evoluciones de los figurones "asaltaplazas".

Parece como si toda su labor de las escuelas se redujera a preparar a unos chavalillos para ganar dinero, sin importar que sea a costa de ir contra los fundamentos de la propia fiesta. Puede que hasta el mismo nombre este mal puesto y en lugar de Escuela de Tauromaquia, sería más propio denominarlas Escuela de Toreadores, que ni tan siquiera de toreros. Por los resultados parece que no reciben enseñanzas ni sobre la lidia, ni sobre los comportamientos del toro, ni sobre su evolución en el ruedo, ni sobre la historia del toreo, ni nada de nada, sólo se enseña a pegar pases. Y además les convencen de que saber que un quite se llama zapopina, chicuelina, tafallera o perejilera, es ser torero.

Seguro que habrá quien saque la cara y que me diga que no hay nada de todo eso y que se les enseña el toreo con toda profundidad, y no lo niego, seguro que tienen razón, pero si es así, les luce muy poco. La sensación que se tiene ahora dista mucho de aquella ciertamente romántica, la de aquellos años en los que un tal Andrés Vázquez estaba inmerso en la ardua tarea de hacer toreros. Ese tal Andrés Vázquez, que se empeñaba en transmitir su experiencia a los jóvenes aspirantes. Pobre iluso, se burlarán muchos de los docentes actuales. Si de lo que se trata es de ganar dinero, que eso de hacer el toreo no da dividendos. Y esta situación se proyecta a toda la fiesta, los toreros de antes, los que sólo vivían del toreo de verdad, están enclaustrados en sus casas y se les intenta mantener con la boca bien cerradita, a no ser que se dobleguen al poder establecido, aunque el aficionado mantenga vivo su recuerdo. Como este mismo Andrés Vázquez, al que le niegan el pan y la sal hasta en su pueblo, Villalpando, pretendiendo borrar de la historia sus hazañas con los Victorinos, cuando estos eran Victorinos de verdad y aquel toreo basado en la pureza y en poder a un toro que no sería tan maravilloso como las bobonas de Juan Pedro, pero que daban la medida real del torero.

Las Escuelas ya habrán terminado el curso, habrán dado sus diplomas y estarán preparadas para abrir las matrículas del nuevo curso, pero quizás deberían plantearse dar una vuelta a todo, sacar los muebles viejos, pintar las paredes, tirar a la basura el temario actual y volver a recuperar las viejas tauromaquias, mientras los ganaderos van recuperando el toro bravo y van deshaciéndose de ese engendro que tiene aspecto de toro, pero que no lo es. En ese momento quizás volveremos a manifestarles a todos nuestro reconocimiento a su labor. Pero eso será después de las vacaciones, ¡hasta pronto a todos!