martes, 28 de septiembre de 2010

Vicente Pastor, del “Chico de la Blusa” al “Sordao Romano”


Torero de Embajadores, madrileño que el 30 de septiembre cumple años de su muerte. Aquel honrado y buen torero que acabó su vida con unas estrecheces inimaginables en sus momentos de gloria. Se cumplen 44 años de su desaparición en 1966.

Vicente Pastor empezó a ganarse cierta fama en las capeas que se celebraban en la plaza de Madrid, al acabar la corrida, cuando capeaba con gracia y oficio a las vacas, siempre vistiendo una gran camisa de color azul. Era aparecer él y el público empezaba a pedir que dejaran a ese chaval: “Dejad al chico de la blusa”. Y tanto se repitió esta expresión que acabó convirtiéndose en el apodo que llevaría en sus primeros pasos por el toreo.

Torero de Madrid, pero al que le costó conquistar, y torero preferido de algunos miembros de la Casa Real. Pero no voy a hacer ningún ejercicio biográfico, no es mi función, ni me veo con capacidad para ello, pero sí he querido traerlo aquí, aparte de por la efeméride de su desaparición, por ser el paradigma de torero honrado y honesto con la profesión. Pisó los ruedos en unos momentos muy difíciles, primero teniendo que competir con el Bomba, Machaquito, Fuentes o Rafael el Gallo y más tarde aguantando el terremoto que supuso la irrupción de un fenómeno que representaba la cumbre del arte y saber de la tauromaquia, como fue Joselito, y siendo testigo de la revolución que lideró Belmonte.

Gran estoqueador y con mucha personalidad, con sus naturales por alto y con un toreo seco y robusto que a Rafael el Gallo le hizo rebautizarle como “El Sordao Romano”. Nadie habrá ya que en su día pudiera ver torear a Vicente Pastor en la plaza, pocas son las imágenes grabadas de él y hasta escasas las fotografías ante el toro. Pero a pesar de todo sería bueno que muchos toreros siguieran el ejemplo de compromiso con el público, con la fiesta y con él mismo. Muchos somos los que daríamos un brazo por poder asomarnos por un agujerito a una de esas tardes en que toreó en la plaza de la carretera de Aragón, dónde hoy está el Palacio de los Deportes de Madrid, y contemplar cómo se podía al toro de antes de la guerra, ese que decían que un día desapareció para siempre, sin atisbos de poderlo recuperar.

Es la primera vez que dedico una entrada a este torero, pero no obstante él está presente en este blog desde el primer día en que fue creado, con la imagen que acompaña mis comentarios por la blogosfera o vigilando cada palabra que aquí se escribe de toros. Seguramente que no entenderá muchas de las cosas que se dicen por ser incomprensibles para él y su forma de entender el toreo, pero aunque le parezca mentira Maestro, las cosas están como están y no parece que vayan a arreglarse, si acaso irán a peor.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Manzanares y Fernando Torres

Diego Urdiales según David Campos, creador de Toros de Tinta, a quien dedico esta entrada por buen aficionado y atlético de pro.



Hoy me he parado a pensar sobre los paralelismos existentes entre estos dos jóvenes artistas, cada uno en su campo, uno con la muleta en la mano y el otro con el balón en los pies. Fernando Torres, el ídolo de la hinchada colchonera, incluso a pesar de su exilio a tierras británicas, pero que ha demostrado en cuanto ha tenido ocasión que su corazón no ha cambiado de colores. Ya lució el escudo del Aleti en el pasacalles por Madrid después de la Eurocopa, no dudó en señalarse las rayas rojiblancas cuando marcó en el Bernabeu con el Liverpool y de nuevo dio muestras de su fe en las celebraciones del Mundial a principios del verano. Y tan reconocido es su fervor por las rayas rojas y blancas, que incluso se dice que no quiere verse de ninguna manera delante de sus excompañeros. Dos veces ha tenido que vérselas el club inglés con los “indios del Manzanares” y las dos veces lo han tenido que hacer sin su delantero estrella, incluso a costa de ser eliminados de las competiciones europeas. Dos lesiones inoportunas, o demasiado oportunas, han librado al Niño Torres de enfrentarse a su ex equipo, a su afición y a su campo, y toda la expectación creada se quedó en unos cuantos planos de cámara de este espectador de lujo.

Algo similar parece ocurrirle a otro niño, al Niño de Manzanares, quien después de varias actuaciones sin pena ni gloria en la plaza de la calle de Alcalá, llegó un día y triunfó, si hacemos caso a los cronistas que narraron dicho triunfo de un torero elegante y artista donde los haya. Yo confieso que ese día debía estar enfrascado en resolver un sudoku de los de nivel “difícil” y no me enteré del triunfo y sólo me quedé en un toreo moderno, ventajista y sin sustancia, aunque con mucha postura para la foto. Pero bueno, los que saben, los periodistas que viven de esto, de escribir de toros, y algunos aficionados de buen corazón, decidieron que el maestro de Alicante ya tenía sucesor, pero que digo sucesor, un alumno supermegaaventajado, como diría mi hija de ocho años.

Pero aquel triunfito le ha valido a don José Mari Manzanares hijo a pasear su sello de artista por esas plazas de Dios. Que no digo yo que no, que seguro que habrá quien me diga que no tengo ni idea, cosa que no niego, pero es que en mi mala suerte, el día que el niño se destapa en Madrid, yo voy y me distraigo. Pero lo bueno de esto es que no hay que esperar a que el sorteo de una competición europea vuelva a emparejar al Liverpool y al Aleti, lo bueno es que en Madrid hay toros todos los años y todos los domingos y fiestas de guardar, de momento, así que malo ha de ser que no se encuentre una tarde. Ya lo dice el aforismo, “Querer es poder”. Anda que no hay tardes en mayo para reverdecer los viejos laureles, incluso si hace falta se monta una corrida con caballito incluido por delante para que abra plaza y para el golpe no sea tan brusco. Además, que curioso, el mismo día en que el Aleti jugaba la final contra el Sevilla, pero por ver a Manzanares merecía la pena el sacrificio de no ver el partido completo. Pero hete aquí que después del pitote que montó el niño de Manzanares para no ser el primero, se lesionó y no pudo venir. Eso sí, nos dejó un recuerdo del vacío que dejó esa tarde y nos tuvimos que tragar el caballito por delante. Le puedo asegurar al maestro que no sólo nos acordamos de él, sino de la señora y el señor Dols al unísono.

Pero ya digo que en Madrid, quien no torea no es porque no haya fechas de marzo a octubre, más bien puede ser porque más que toreros que afrontan una temporada completa, parecen feriantes que van con su roulotte de fiestas patronales en fiestas patronales. Pero en estas, ahí que va don José María y se nos apunta a la feria de Otoño, un gesto de agradecer, sobre todo en estos tiempos en que las figuras pasan por Madrid en un visto y no visto. Pero como el destino es travieso y sorprendente, nos enteramos el otro día que José Mari Manzanares tiene que pasar por el quirófano y que su idea es poder acabar la temporada como esta se merece. Mi duda ahora es si Madrid se considera como feria de ese fin de temporada, o por el contrario está fuera de esa gran traca final. A mí me da que ya están anuladas las reservas de hotel de la capital y que como mucho le podremos ver en otras plazas señalándose un oso y un madroño bordado en el capote de paseo y besándolo como si acabase de marcar un gol a un Cuvillito. Y no es que yo quiera forzarle, pero hombre, si tenía intención de pasarse por aquí, lo podía haber hecho cualquier domingo y así no se quedaría con las ganas de pisar las Ventas. Quizás también pueda ser que tal y como está montado este tinglado, no es necesario pasar el mal rato de verle la cara a esos siesos del siete y de algún tendido más donde habitan esos “amargaos” que van a los toros sin clavel ni na’. Pero ya lo dijo otra figura legendaria del toreo, que para qué se iba a arrimar en Madrid en mayo, cuando le quedaban sesenta corridas hasta octubre. Sabia reflexión la de don Finito de Córdoba, un señor que ha dejado muy claro que se puede vivir de esto sin pasarse por la calle de Alcalá, ni a tomar chocolate con churros.

Pero que tampoco se haga José Mari mala sangre, nosotros le seguiremos esperando, que si es en mayo, bien, que si no le cuadra, pues en la del Cumpleaños, feria postmodernista que suele congregar a la creme de la creme de ese postmodernismo taurino y si no, pues en la feria de Otoño. En julio que no lo intente porque la empresa de Madrid ya no da toros en este mes, sólo se limita a dar novilladas nocturnas para que la gente haga merienda cena en los tendidos de la plaza. En agosto quizás hace demasiado calor y demasiado extranjero, aunque siempre resulta curioso ver como los forasteros se vuelven locos con los clarines y timbales y como ovacionan a los alguaciles cuando salen al ruedo. Y si no, pues al año que siguiente, que tampoco son buenas las precipitaciones, a ver si ahora nos vamos a volver locos y tiramos por tierra aquel triunfo del día en que yo estaba con el sudoku liado. Eso sí, a este paso creo que veo antes a Fernando Torres volver a jugar en el Aleti, que al niño de Manzanares de luces en Madrid.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Ni cornadas, ni marrajos


En este mundo de los toros en el que muchos nos empeñamos en habitar, son muchas las dicotomías inexactas que se plantean como una raya en el suelo que no se puede traspasar sin riesgo de que te tachen de blando y mojigato o de duro inmisericorde. Como suele suceder, nada es blanco o negro, entre medias hay muchos matices y muchos colores.

El verano ya está finiquitado, la temporada pega el último respingo con multitud de festejos de las ferias de la Meseta y el final en Zaragoza, aunque no sea una feria que cuiden las figuras. Como todos los años casi desde que el toreo es toreo, estas fechas coinciden con un perverso incremento del número de toreros cogidos, y casi de la misma manera, con la gravedad de los percances, siendo en muchos casos, en demasiados, cornadas que hacen peligrar seriamente la integridad de los toreros.

Y aquí es donde nos encontramos con una de esas líneas que de forma maniquea quieren organizar el mundo. No es poco frecuente ver cómo a consecuencia de una cogida grave hay voces que desahogan su angustia mirando a los aficionados más exigentes y les dicen esa frase tan odiosa de: “Estaréis contentos, ¿no? O ¿ya estáis satisfechos? Pues la respuesta a ambas interrogantes es no, no y otra vez no. Todavía no nos acabábamos de reponer del impacto de las imágenes de Luis Mariscal, cuando nos volvió a trastocar el ánimo ver como Jesús Márquez se agarraba el muslo y cómo la pierna se le teñía, casi de repente, con la sangre que sólo pudo detener a medias la mano de un compañero, evitando que por ese boquete se les escapara la vida.

Pero afortunada o desafortunadamente, el aficionado graba en su mente las cogidas, y aunque el tiempo pueda deformar la imagen, lo que no consigue cambiar son las sensaciones que el hecho dejó en él, con el agravante de que cuanto más toros se ven, más se agudiza la vista para ver por dónde entró el pitón.

A lo largo de los años he tenido la mala suerte de ver cogidas de todos los estilos, la de Curro Vázquez en Madrid, el bautismo de sangre de Joselito, Israel Lancho, el Bote, El Campeño, el Ruso, Perera, Rafael Cuesta, Aparicio y muchos más. Incluso en mis años mozos en tres tardes de San Isidro tuve que irme a casa dos de ellas antes de tiempo por estar los tres espadas en la enfermería. Y todavía recuerdo cómo los mismos que culpaban a los más exigentes de las cogidas de cada matador, eran los mismos que exigían que se concluyera la corrida y que empezaban a desconfiar de la magnitud de los percances, pero eso fue hace mucho tiempo.

No creo que nunca nadie con las facultades mentales en orden disfrute al ver a un torero por los aires a merced del toro. Pero tampoco se pueden confundir los términos y cambiar la escala de valores de las corridas de toros. El objetivo final no puede ser el que los toreros salgan ilesos, lo cual es sencillo: no se sale al ruedo y asunto resuelto, el fin es someter a un animal que acomete por naturaleza, de acuerdo a los cánones que rigen la fiesta desde hace décadas. Pero si los hombres de luces optan por dedicarse a la lidia del toro bravo, también tienen que asumir el riesgo que esto conlleva, siguiendo las normas básicas de la tauromaquia clásica. Ese respeto y esa fidelidad a esas leyes del toreo son las que convierten al torero en un ídolo al que se venerará y dará el tratamiento de maestro por el resto de sus días.

Pero no nos dejemos llevar por el error y pensemos que el aficionado quiere ver gladiadores que se enfrentan al toro en pelea singular, y que, cuanto más fiero, violento y agresivo sea, mejor para el espectáculo. No creo que un aficionado disfrute viendo a un hombre a merced de una fiera, todo en su justa medida, pero lo que tampoco es admisible es pasar de raíz al polo opuesto y empezar a pensar en el torero como en un vecino muy allegado, y creer que el toro sólo tiene que ir y venir entre los vuelos de la muleta, sin tan siquiera insinuar un mal gesto.

También es frecuente después de una corrida de esas que cazan moscas con los pitones y con las que bastante es el poder salir andando de la plaza, tener que escuchar eso de: ¿Así os gustan los toros? Ahí tenéis esos toros que es imposible torear. Pues en este caso las respuestas por orden de enunciado son: no con excepciones y sí. No es que el aficionado esté como loco por ver una mansada, pero si ésta es encastada y la otra opción es ver una reata de bobaliconas babosas soporíferas, pues la elección está muy clara. Y al contrario de algunas creencias populares, ese tipo de toro sí que se puede torear; otra cosa es que únicamente se considere torear a pegar derechazos y derechazos, con algún que otro natural y más pases de pecho de los que aconseja el buen gusto.

Así que espero haber aclarado algunas dudas y dejar claro que lo que más gusta al aficionado es ver torear y cuanto más bonito mejor, pero siempre pensando en el toro íntegro y encastado, no en un carretón empujado por un vecino. Que este mismo aficionado unas veces disfruta, otras se emociona, otras se queda mudo y otras se le seca la lengua contando las hazañas de su ídolo, pero lo que nunca espera es aburrirse en una corrida, tal y como suele ocurrir en nuestros días cuando se acartelan las figuritas con los pupilos del monoencaste imperante. Así que a ver si ya hemos logrado dejar claro que no queremos ni cornadas, ni marrajos.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Todo se acabó


Los toros vistos por un niño
Esta mañana he perdido los últimos recuerdos que me quedaban de mi padre. Súbitamente han irrumpido en casa los agentes del GVMA (Grupo de Vigilancia de la Moral de los Animales), rompiendo cristales y reventando la puerta de mi casa. No me ha dado tiempo a nada, mientras ocupaban todos los rincones de mi casa yo sólo podía intentar respirar, mientras un enorme agente que apestaba a alcohol me inmovilizaba ahogándome con su porra aplastándome el cuello.

He tenido que contemplar cómo arrancaban de las paredes los cuadros que mi padre pintó, en los que se veían imágenes de unos señores con cara de antiguos, que yo recuerdo que él me decía que eran toreros, incluso hasta donde llega mi memoria puedo revivir aquellos días en que él cogía su mochila con su bloc de notas y de dibujos, su almohada hinchable y su botella de agua para combatir el calor. Incluso hasta creo haber ido con él a la plaza cuando era niño, hace ya más de setenta años.

Pero todo ese tiempo sale volando por la ventana, para acabar ardiendo en una pira votiva a favor de los derechos de los animales que devora la memoria de mi padre en el centro del patio cívico de nuestra unidad de viviendas. Unos gruesos volúmenes con el título de Los Toros en el lomo, colecciones completas todas con las palabras comunes de Toros, Toreros, La Lidia o La Fiesta y los nombres de personajes desconocidos para mí, como Belmonte, Joselito, Roberto Domingo, nombres que me evocan otro tiempo, momentos en los que mi padre me contaba cómo un señor se escapaba de su casa de Sevilla y se iba a enfrentarse con un toro en las noches de luna, o aquél que se fue de polizón a México persiguiendo una afición. Las tardes en que mi padre se sentaba en una banqueta alta y se esmeraba en pintar la luminosa ropa de aquellos señores. Ropa que podría parecer ridícula, con colores muy llamativos, con unas medias rosas y siempre con unas grandes telas rosas o rojas que utilizaban para sortear a un animal enorme que acometía con verdadera fiereza. No soy quien para juzgar ese mundo, pero a mí no me parecían ni violentos, ni insensibles, es más, veo estas imágenes por última vez y me siguen pareciendo bellas. No las entiendo, no sé a qué hacen referencia, pero me gustan. Y nunca pensé que llegara el momento en que se alejaran de mí definitivamente. Las miro con toda la atención que me es posible para intentar grabarlas en mi memoria para siempre.

Una vez que se certificó la prohibición absoluta, cuando yo debía andar por la treintena, una prohibición basada en la bondad del ser humano, de los animales y hasta de los riscos del monte, no creí que me iba a ver en esta situación. Todo ha transcurrido muy rápido, pero para mí ha sido una larga penitencia. Vi cómo nacía la imagen de un tal José Tomás con un traje azul y ahora veo cómo se consume en la hoguera junto con otros de los que conocía los nombres, pero no a los hombres, el Cid en un derechazo, revolera de José Tomás, la media de Andrés Vázquez, José y Juan, Antoñete y el toro blanco. Pero lo más dolorosos fue cuando sacaron del cajón los cuadernos que siempre acompañaban a mi padre allá donde fuera y donde se entretenía en dibujar e estos señores de mil y una posturas, todas diferentes, aunque muchas tuvieran un cierto parecido.

El jefe de la cuadrilla liberalizadora y protectora de los derechos de los animales me hace firmar un papel, que no sé lo que dice, ni me puedo parar a leer entre sus voces y las de sus subordinados, voces ininteligibles y opacadas por el pasamontañas que les cubre la cara. Me da instrucciones para que me presente todos los días uno y quince de cada mes ante la autoridad competente y me amenaza con el puño pegado a mi mejilla mientras me “aconseja” que si me queda algo de aquella barbarie, que lo elimine y que no están dispuestos a consentir que quede nada de aquella violencia del pasado. Yo nunca pensé en ello cuando veía a mi padre charlar tan tranquilamente con otros aficionados como él, o cuando parábamos el coche para ver toros en el campo, cuando el campo todavía era campo, o cuando jugaba al toro con nosotros al quitar y poner el mantel a la hora de la cena. De lo que no me cabe ya ninguna duda es de que ya no me queda nada de todo eso, ya todo se acabó.

En Madrid, a 12 de Septiembre de 2084

lunes, 13 de septiembre de 2010

El derechazo y el toreo en redondo





Hace mucho tiempo, casi con el inicio del blog, me plantee dar mi visión personal de las diferentes fases de la lidia apoyándome en mis propios dibujos. Y bien por dejarme arrastrar por el día a día de la actualidad taurina, dejándome arrastrar por el dictado de los antitaurinos y sus reivindicaciones animalistas, o por los taurinos y sus reivindicaciones pseudos artísticas, laborales y económicas, o por la inquietud de los aficionados que ven como se desmorona un imperio, evocando una entrada de Juan Medina en “El Escalafón del aficionado”.

Pero hoy voy a continuar aquella serie de interpretaciones que dejé con el natural. Y creo que por orden jerárquico corresponde seguir por el derechazo, pase que día a día se empeñan en desprestigiar las nuevas generaciones de figuras. No es que sea un muletazo menor, ni mucho menos y si lo coloco un escalón por debajo del natural no es por otra cosa que por la superficie de defensa con que cuenta el torero en este caso y que por la misma causa ofrece mayor facilidad para el engaño al ejecutor de esta suerte.

La ejecución de un derechazo coincide básicamente con la del natural. En un primer momento, en el cite, el matador debe ofrecer la tela al toro con la mano derecha y con el estoque montado, plana, lo más horizontal posible, aunque sin excesos artificiales, adelantándosela hacia la cara, con el peso cargado sobre la pierna izquierda y con la derecha dispuesta para ser adelantada en el momento en el que el animal inicie la embestida. En ese instante y cargando la suerte, se obliga al toro a girar en redondo en un trayecto que finaliza cuando el torero lo despide detrás de su cadera con un juego de muñeca que lo coloca para el siguiente pase. Un nuevo pase para el que el matador quedará colocado con un solo paso.

El derechazo, uno de los pases fundamentales en el toreo, en sus orígenes llevaba en línea recta la embestida del toro, para a partir sobre todo de Belmonte, dibujar un círculo en torno al torero, para llegar a la actualidad en que los postmodernos del toreo se empeñan en alargar el viaje, restándole hondura y autenticidad, en parte por la carencia de dominio, verdad y capacidad para llevar toreado al toro. Ahora todo lo que no se ciña a estas líneas rectas y a citar en la pala del pitón, fuera de cacho, se considera suicida y de torero incapaz, por no dar cincuenta o sesenta muletazos. Pero los buenos aficionados seguro que saben que haciendo el toreo de verdad, con la exigencia que le supone al toro, es casi imposible conseguir que éste se mantenga en pie más de los diez minutos reglamentarios. Ese es el fundamento del toreo, poder al toro y prepararlo para la suerte suprema.

Hoy son pocos los buenos artífices del derechazo y rara avis los que lo ejecutan con la espada de verdad, así que nos tendremos que conformar con el recuerdo de El Viti, Curro Vázquez o Manolo Vázquez y su toreo de frente. De los actuales casi prefiero pasarlos por alto y raro es el que decide lucir al toro citándolo de lejos, como aquellas tardes triunfales de Rincón en que se plantaba dándole distancia al toro y esperando como si no le importara nada más que embarcárle en la embestida una y otra vez. O aquel toreo de Julio Robles en que adornaba cada serie con pases de recurso al inicio y al final de cada serie o el mismo Yiyo, que se fue cuando empezaba a cimentar una personalidad aljeda de las escuelas y que se recreaba con el redondo desmayado y muy entregado. Como en tantas ocasiones, siempre la sombra del pasado iluminando la oscuridad del presente.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Las Escuelas de Tauromaquia se ponen en su sitio


Sólo les ha hecho falta reunirse cinco minutos en Albacete y ya han empezado a tomar decisiones. Perdón que no he dicho quién; pues nada más ni nada menos que las escuelas de toreros, las fuentes de la sabiduría taurina, el sancta santorum donde se guarda celosamente el germen de la fiesta futura, las Escuelas de Tauromaquia de todo el Mundo.

Ya el otro día me adelantó la noticia nuestro buen amigo Xavier González Fisher y me quedé un tanto perplejo. Leyendo los cuatro puntos de las conclusiones de este III Encuentro Mundial, he podido comprobar cómo sienten la fiesta, cómo darían un brazo a favor de ésta y cómo sólo les guía su desinteresado amor a ella. No se me saltan las lágrimas, se me rebotan en los carrillos de la emoción. Y nosotros ahí, acusándoles de que no enseñan a lidiar, que los aspirantes a figuras del toreo sólo aprender a dar pases, y mal, Somos unos desalmados.

Si entramos en analizar las conclusiones finales, podemos apreciar cómo se preocupan del futuro, del suyo, solicitando una normativa que les garantice que no se van a ir a las colas del paro mañana mismo y además exigen que se les trate cómo verdaderos maestros, dando a sus enseñanzas categoría de formación profesional. ¿Qué menos para tanto saber derramado sobre los cacúmenes de esos veletas jovenzuelos que no se dan cuenta de que están delante de los herederos de Pedro Romero, director de la antigua Escuela de Sevilla?

En este sin vivir por la situación actual de Cataluña, exigen que los jóvenes puedan elegir en libertad el querer ser toreros. Hasta ahí podíamos llegar, y si alguien no se da por aludido, le recordamos el artículo 35 de la Constitución Española. Pues, ¡no somos nadie pidiendo libertades en nuestro beneficio!

Y ya puestos a asegurarnos el sustento de aquí en adelante, vamos a pedir lo que nos corresponde, y perdón que hable en primera persona, pero es que cuando me ciego, no veo, luego ya sí, pero de momento no veo nada. ¡Por favor, una vela que nos alumbre! Pues a lo que íbamos, ¿qué es eso de que los figurones del toreo nos saquen las entrañas y se nos lleven todo el saber torero que llevamos dentro? Nos exprimen como a un limón y luego, si te he visto, no me acuerdo. Pues no, hay que exigir que paguen por lo que se les da desde tan dentro. A partir de ahora se va a exigir que los matadores destinen una cantidad a determinar en la escuela de la que salieron al mundo taurino.

En el cuarto apartado del comunicado sólo se anuncia el nombramiento del nuevo responsable de los destinos de este Ateneo de la tauromaquia. Lo que se desconoce es si después se dan instrucciones sobre no avisar a la policía por la seguridad de la fiesta o si dan las señas suficientes donde depositar el rescate, pero si me entero de algo, que nadie se preocupe que lo haré saber.

No me digan que no es para pensárselo. Igual hasta se les debería hacer caso, pero con una serie de puntualizaciones. Porque a raíz de estas demandas se supone la suficiente capacitación del personal docente para impartir clases de tauromaquia, sin necesidad de tener que superar examen alguno ante el correspondiente tribunal. No hay tribunal bastante sabio que pueda juzgarles a ellos. De la misma forma se da por hecho que el temario es lo suficientemente amplio y exhaustivo para garantizar que todo alumno que salga con el diploma de torero, o de figura el toreo, eso aún hay que meditarlo un poco más, sabrá plantar cara a cualquier toro que salga de chiqueros. Con un perfecto conocimiento de las suertes, de su ejecución, del momento de ponerlas en práctica, de las querencias del toro y de los terrenos, de los diferentes comportamientos de cada encaste y por supuesto de la historia del toreo. Aunque todo esto no quiere decir que desaparezcan figuras tan necesarias como el veedor o el ponedor, tampoco hay que confundir a la gente.

Creo que son unas medidas tan acertadas que podrían extenderse a todo el ámbito laboral. A partir de ahí, ¿no se debería premiar al maestro que nos enseñó las primeras letras, poniendo en nuestras manos el arma imprescindible para poder aprender todo lo se nos enseñaría en nuestra vida? Esa profesora de lengua y literatura que enseñó a Vargas Llosa, Gala, Pérez Reverte o Ken Follett; el profesor de física de Pedro Duque; el profesor de gimnasia de Messi o Fernando Torres; el de la autoescuela de Fernando Alonso. Por favor, un poco más de respeto para esos maestros que nos pusieron en el buen camino.

Ahora vemos a esas figuras del toreo pasearse por las plazas sin echar ni un segundo la vista atrás para acordarse de sus maestros. ¿Quién se acuerda de quien enseñó a El Fandi a banderillear? ¿Quién sabe el nombre del que enseñó a Ponce a torear al natural? ¿Y quién reveló los secretos de la profundidad y el dominio a Perera y a Castella? ¿Y quién perdió el sueño convirtiendo a El Juli en el estoqueador que es? Pues en estos últimos casos todas estas figuras se ahorrarían una pasta, porque no parece que estos semidioses tengan que agradecer nada a nadie en esto de torear, pero el día en que los identifiquen a lo mejor les corren a gorrazos por la calle de la Estafeta y lo podremos ver con la cámara superlenta y narrado por Manuel Caballero y el maestro Molés.

PD.: Os dejo con este enlace de un vídeo en el que José Ignacio Sánchez da una clase de cómo torear con la muleta, tal y como lo hacía él en aquellos años en que se echaba la pañosa a la zocata y levantaba al público de Madrid de sus asientos. Creo que resulta suficientemente elocuente.


http://www.youtube.com/watch?v=bThh9w6RRtM

domingo, 5 de septiembre de 2010

Taurinos, estamos en vuestras manos

Diego Urdiales con una vaca de Victorino



Señores taurinos, empresarios, figuritas, ganaderos, apoderados y prensa afín al oscurantismo y seguidista movimiento pro fraude; si ustedes no se ponen manos a la obra para arreglar este desaguisado que montaron hace años, que han ido perfeccionando y perpetrando hasta el momento actual, esto que llamábamos fiesta de los toros se nos va. Y no digo que se nos va de las manos, lo que supondría que seguiría vivo aunque sin control, lo que quiero decir es que desaparecería para siempre.

Acabo de enterarme de las intenciones de la portavoz socialista en el Senado, quien asegura que los toros no son cultura y que el debate iniciado en Cataluña se extenderá a otras regiones como Galicia, Extremadura o Madrid. Manifestaciones que agradezco, porque así nos ayuda a situarnos a todos y a conocer la querencia de cada uno. Yo personalmente prefiero esta claridad a esos devaneos con la ambigüedad “del sí pero no”, aunque depende de cuándo y cómo. Esto nos ayudará a todos a aclarar las dudas que pudiéramos tener. Igual que nos ayuda el saber que el jefe de la oposición está decidido a pasar los toros a Cultura. Así se nos va completando una imagen, que lo es todo, menos halagüeña.

La actuación más lógica que se espera de todo el mundo, incluidos muchos buenos aficionados, será la incredulidad, con esa frase que todo lo tapa de “¿cómo van a hacer eso?”. Pero si le preguntamos a algún aficionado de Santa Coloma de Gramanet, quizás decía lo mismo hace no más de cinco años.

Mientras, en nuestro mundo, en el de los toros, todo lo que pueda ir a peor, empeorará. Recuerdo cuando hace unos meses el gran dilema era si Morante, Cayetano y Curro Vázquez iban a discutir antes o después del verano, pero al final el resultado ha sido que antes teníamos las esperanzas en un buen torero, al que aún le pedíamos que diera un pasito más para convertirse en la bandera del aficionado. Pero no sólo ha renunciado a dar ese pasito que se le pedía, sino que ha dado siete para atrás. Si el ganado no acababa de ser la bobona imperante, ahora es la bobona, la chochona y el borrego pequeño y desmochado, que no se echa para atrás en muchas plazas por no montar un escándalo; la corrida sigue para adelante y la gente se queda con las “magníficas” verónicas de Morante y no con que parecía un abusiva maltratando a un niño de pecho.

Es difícilmente defendible la actitud generalizada de las figuritas que se creen con derecho a todo en un ámbito que consideran su feudo y en el que a los simples mortales sólo nos queda pagar y callar; pagar lo que ellos quieran y callar siempre. Igual se niegan a torear un ganado determinado por no ser los que con todo mimo escogió el veedor, que unas horas antes deciden que no van a torear. Pero esto no es lo peor, porque si se está mal, se está mal y se acabó. Lo malo es que aún pensaba pasar el trance como fuera, embolsarse sus buenos dineros y a otra cosa. Si al público se le da un espectáculo en que el principal actor no puede desarrollar todo lo que el que paga espera, pues que se aguanten.

Hace años, cuando existía una competencia real en todos los aspectos del panorama taurino, existía la ley de la oferta y la demanda, ¿gustabas? Te ponían, ¿no gustabas? No te ponían. Y así de semana en semana, desde el mes de febrero o marzo hasta el Pilar. Ahora lo que existe es la incompetencia, ¿estás en una casa importante? Pues ya tienes el año hecho. ¿Colaboras en hacerme programas de radio o televisión? Pues no te preocupes, que vas a estar bien mientras dure nuestro “idilio”.

Todo son intereses, pero el interés más importante, el de apoyar y fortalecer la fiesta, es el más despreciado. Resulta bochornoso comprobar cómo se insiste una y otra vez en convertir en figuras a vulgares pegapases que ni se imaginan cómo es el toreo, o cómo hay que tragar con ganaderías que provocan la nausea como los Cebadas, Núñez del Cuvillo o Fuenteimbros y todo el monoencaste Domecq que se han quedado en el medio toro. Seguro que habrá quien salte como el repelente niño Vicente, recordándome aquel gran toro de ésta o aquella manada de cerdos con cuernos, pero yo les pregunto a estos fieles al poder: ¿Realmente creen que el toro de lidia es eso? ¿Realmente se atreven a calificar cómo un gran toro a un animal que no soporta nada más que un picotazo y no aguanta ni un natural sometiéndole?

En esa cascada de despropósitos hacia el vacío, empezamos con pasar de las tres a las dos varas, o ni eso, de la espada de verdad a la de mentira, aunque ahora este palo lo llamen ayuda, del rigor en valorar a un toro en si sigue o no el trapo, siempre en línea recta. De un espectáculo en el que los matadores mandaban de acuerdo a las exigencias del público, a otro en que mandan los peones y las medianías despreciando lo que dice el que paga, encastillándose en el absurdo argumento de que nunca se han puesto delante de un toro. Frase que demuestra claramente su incapacidad, pues tan grande se les hace esto que no ven más allá. Ese es el nivel de suficiencia que se marcan y no son capaces de llegar más allá, de reconocer si han hecho lo que debían o han hecho el ridículo, si han toreado o abanicado al toro y si han sido capaces de lidiar de acuerdo a unos cánones de elegancia, naturalidad y eficacia, quedándose en la eficacia, la misma que puede tener un matarife en el matadero.

Pues, lo dicho, señores taurinos, ya puede el aficionado decir o escribir lo que les dé la gana, que como ustedes no sean los que dan el paso adelante, no hay nada que hacer, y no hay nadie que no nos garantice que no nos vaya a pasar dentro de diez, quince o veinte años lo mismo de Cataluña.

PD.: Quiero dedicar mi dibujo de hoy a todos los que participan en los blogs taurinos, como creadores de éstos o como lectores, y muy especialmente a los tres culpables que me han retado, primero a David Campos de Toros de Tinta, quien me descubrió que también se puede dibujar el traje corto; después, a Antonio Díaz de Hasta el rabo todo es toro, que se me subió al caballo de picar y me llamó desde muy lejos a contraquerencia esperando a que me arrancara y, en tercer lugar, a Juan Medina del Escalafón del aficionado, quien prudentemente se apartó a un lado del caballo, pero esperando que me arrancara con prontitud y alegría y que metiera los riñones con fijeza. Pues ahí está Diego Urdiales de corto, tentando una vaca de Victorino. Espero no haberos defraudado.

jueves, 2 de septiembre de 2010

De blogs taurinos

Manolete, como todos los años en Agosto



Nadie puede negar el fenómeno que suponen los blogs taurinos, ventanas de una corrala por las que cada vecino expone su opinión y otro le responde, pero con la particularidad de respetarse los turnos, de disentir con ese mismo respeto y de no ser una jaula de grillos, salvo excepciones, por supuesto; porque no todo es idílico, también hay quien vomita improperios gratuitamente. Los hay más o menos severos, más o menos toristas, más o menos fieles a un torero, pero casi todos persiguen un mismo fin: luchar por una pasión.

Voy a hacer un verdadero esfuerzo por no dar nombres, aunque si alguien vive ajeno a este fenómeno y tiene curiosidad por conocer a los integrantes de esta legión de aficionados, sólo tiene que echar un vistazo a la larga lista de enlaces que adornan este mismo blog. Pero también existen los detractores, los que consideran que esto es un patio de vecinos sin rigor, y donde no existe imparcialidad en la información. Quizás ahí pueda radicar su error porque yo no considero que un blog deba ser absolutamente imparcial, ni ser una fuente de información. Es como si a un amigo le exigimos esto mismo cuando charlamos con él de toros. Para eso hay otros medios, unos más fiables que otros. Lo que sí encontrarán en los blogs es la opinión personal de su autor sobre un hecho taurino; no es infrecuente poder seguir una feria a través de estas opiniones y para ello sólo tenemos que mirar a la feria de Bilbao.

Pero el motivo de esta entrada no es describir lo que todo el mundo sabe. El motivo de ponerme a escribir sobre este fenómeno es una circunstancia que creo dice bastante de la situación actual de la fiesta. Aficionados que se supone que sienten esto como una pasión, con el ánimo a prueba de bombas, llegan a la conclusión de que esto no tiene sentido, que la fiesta es un coto cerrado y podrido que no tiene remedio. El último caso ha sido el de Civilón, al que no conozco personalmente, y el primero que despertó mi preocupación fue Martín Ruiz Gárate de Taurofilia, al que sí que conocí en mis años de abonado de estudiante en las Ventas. Y esto sin hablar de los que ya han manifestado esta misma intención de dejarlo todo. ¿Qué está pasando para que estos señores se marchen? Y que conste que no digo que abandonan, porque creo que eso no es posible. Pero parece evidente que nos están empujando a un precipicio para que dejemos de dar la murga y no molestemos más a empresarios, figuritas, ganaderos, gacetilleros y demás indeseables de la fiesta.

Más de uno ha tenido que soportar que les llamen cualquier cosa, con la famosa coletilla de “sé que no lo vas a publicar”, defendiendo a un torero, achacándonos que nunca nos hemos puesto delante de un toro, que vivimos amargados, que no nos gusta nada, vamos, un extenso repertorio que seguro que nos resulta muy familiar. Y ante todo esto nos encontramos solos, aislados y a veces nos surgen las dudas. ¿Para qué vale el que yo dedique tiempo y materia gris para clamar en el desierto? Y encima intentamos reprimir nuestros gustos personales con la pretensión de ser lo más justos entre los justos, como si fuera pecado tener debilidades y como si esto quitara valor a otras afirmaciones.

Yo, particularmente, siempre he intentado hacer saber a otros compañeros de red que no están solos, que siempre hay alguien que se pasea por su espacio, que unas veces está de acuerdo y otras no, pero que se les escucha. Incluso un bloguero muy seguido por muchos bromeaba diciéndome que me veía por muchos sitios haciendo comentarios, y no voy a dar su nombre, ni a decir que es de Granada, y que, aparte de ser demoledor en muchos de sus textos, también ha conseguido hacerme reír a carcajadas en varios momentos. Pero aparte de expresar mi opinión, quiero hacer saber que lo que se dice no cae en saco roto. Unas veces expreso mi punto de vista, pero otras muchas simplemente estoy.

Quizás uno de los rasgos de los que se pasan por los blogs sea la generosidad para reconocer el trabajo del que está a su lado o para aplaudir un texto o una idea. Y no voy a entrar en la generosidad de compartir material con el compañero. A mí me han llegado copias de revistas antiguas, de artículos y hasta libros y vídeos desde el otro lado del Atlántico, desde Aguascalientes. Pero ya he dicho que no quería dar nombres, aunque todos sabrán quien escribe desde México, Granada, Zaragoza, Linares, Castellón, Valencia, Pontevedra, Sevilla, Badajoz, Salamanca, Huelva, Córdoba, La Rioja y muchos más sitios, incluido Singapur, y por supuesto desde Madrid, y el que seguro me he pasado por alto imperdonablemente. Pues que todos sepan que aunque pueda fallar algún día, a todos se les escucha y que tenemos nuestra fuerza, estoy convencido. Incluso había pensado en poner manos a la obra para crear una asociación de blogs de toros, pero sinceramente creo que eso podría matar nuestra esencia y seguramente que acabaríamos renegando de ella, y acabaría en manos de taurinos y aspirantes a taurinos que sólo quieren medrar y sacar provecho. Sería un trámit inútil para encajonar la libertad de muchos. De momento creo que es mejor dejar esto como está.